martes, 2 de junio de 2009

LA CRISIS DEL CAPITALISMO

Antecedentes.

La formación económico-social capitalista es un sistema económico, social y político que, por su propia naturaleza, se desenvuelve a través de crisis periódicas, tanto estructurales o sistémicas como cíclicas. La historia de los pasados tres siglos del capitalismo registran por lo menos cuatro crisis sistémicas:
1) La que en la segunda mitad del siglo XVIII enmarcó el desarrollo de la primera Revolución Industrial, a la que estuvieron vinculados significativos procesos sociopolíticos como la revolución de independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa, el movimiento luddista(1) en Gran Bretaña y las revoluciones de independencia en América Latina y el Caribe, entre los más relevantes.
2) La de mediados del siglo XIX que propició las revoluciones de 1848-1849 en varios países de Europa, en las que apareció por primera vez el proletariado como clase organizada, aunque todavía subordinada al programa de la burguesía. Este proceso desembocó en la transformación del sistema capitalista y su ingreso en la fase imperialista, caracterizada por la fusión del capital industrial con el bancario, de donde surgió el capital financiero.
3) La llamada “Gran Crisis” de 1929-1933 en la estuvo seriamente comprometida la supervivencia del propio sistema capitalista, a la que estuvieron asociados la derrota de la clase obrera por los regímenes fascistas de Italia, Alemania y España, la Segunda Guerra Mundial, la división del planeta en dos grandes bloques, así como el triunfo de las revoluciones en Rusia, China, Vietnam y Corea del Norte, y los procesos de independencia de la India y los países africanos.
4) Y la más reciente crisis sistémica que se inició a principios de la década de 1970 con la crisis del dólar estadounidense y la consiguiente ruptura unilateral por parte de Estados Unidos del patrón oro-dólar. Esta crisis internacional dio paso a la adopción del modelo de acumulación neoliberal como estrategia para tratar de amortiguar la caída de la tasa de ganancia del capital global.
Por otro lado, la historia del capitalismo registra, asimismo, numerosas crisis cíclicas como las siguientes: 1819-1821, 1847-1848, 1871-1873 (a la que estuvo relacionada la Comuna de París), 1902-1903 (a la que estuvieron relacionadas la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa), 1929-1933 (que coincidió con la crisis sistémica de esos años), y la de principios de la década de 1970. Estas crisis han sido más cortas (de 5 a 7 años de duración) y han coincidido en diversas ocasiones, como se dijera supra, con las crisis estructurales.
Al término de la Segunda Guerra Mundial varios factores confluyeron para que tuviera lugar la llamada “expansión de posguerra”, etapa que se extendió de 1947 a 1973 y que también fue conocida como los “30 años dorados” del capitalismo. Entre dichos factores destacan los siguientes:
A) El nuevo marco institucional diseñado y convenido en Bretón Woods, New Hampshire, Estados Unidos en 1944, que regiría las relaciones, dinámica y operaciones del sistema capitalista internacional: ONU, FMI, Banco Mundial, BID y GATT (ahora OMC).
B) La reconstrucción de Europa mediante el Plan Marshall y del Japón con un plan específico.
c) La introducción a los procesos productivos, que generaron nuevas ramas económicas, de las primeras innovaciones que caracterizarían a la Tercera Revolución Científico-Técnica, la cual se desplegó plenamente a partir de la década de 1980: microelectrónica, cibernética, informática, aeroespacial, energía nuclear, robótica, comunicación satelital, biotecnología e ingeniería genética. Esta introducción promovió un proceso de recuperación y profundización de los procesos de acumulación de capital en los países industrializados, preponderantemente en Estados Unidos, que lo llevaron a convertirse en la primera potencia económica, tecnológica y militar del mundo.
D) La aplicación generalizada de políticas keynesianas que promovieron la configuración de la “economía mixta” y el Estado de Bienestar, mediante el intervencionismo económico estatal, políticas monetarias expansionistas y políticas fiscales deficitarias.
E) La industrialización de numerosos países de lo que se denominó en esos años el “Tercer Mundo”, por la vía de las inversiones extranjeras directas de las empresas multinacionales, y mediante el modelo de sustitución de importaciones (en particular, en América Latina). Estos factores ampliaron y fortalecieron los mercados internos de estos países, redundaron en desarrollos importantes de su infraestructura básica, su modernización y la elevación de los estándares de vida de los sectores populares y medios, además de ampliar, fortalecer y acelerar sus procesos de acumulación de capital.
En este período de más de dos décadas, las tasas de crecimiento económico de los países centrales fueron de entre 3 y 5% anual, sobresaliendo Japón con una tasa promedio de 7%. En numerosos países de América Latina el crecimiento tuvo tasas de entre 3, 4 y hasta 5%, destacando México con una tasa ligeramente superior a 6% anual. Durante la mayoría de todos estos años, y salvo breves períodos, la inflación no fue muy alta; pero hacia finales de los años sesenta y principios de los setenta comenzó a representar un factor de incertidumbre y desaceleración de la acumulación de capital.
Durante los últimos años de la década de 1960 y los años inmediatamente posteriores, se presenció la última oleada ofensiva contra el dominio del capital de la clase obrera y los sectores populares en numerosos países. Las reivindicaciones iban desde el mejoramiento de los salarios y las condiciones de trabajo y de vida, hasta la conquista del propio poder.

Crisis general del capitalismo y modelo de capitalismo neoliberal.

La crisis capitalista internacional de principios de la década de 1970 marcó el fin de esa prolongada fase de expansión económica, hizo a un lado las políticas keynesianas y propició las condiciones para la contraofensiva del capital más concentrado.
Hacia mediados de la década del '70 del siglo XX, una nueva crisis de sobreproducción afectó al sistema capitalista en su conjunto. Esta nueva crisis denominada “del petróleo”-, combinó recesión con inflación(2) e instaló el peor escenario económico posible. Una de las principales causas de la crisis fue el aumento unilateral del precio del petróleo decretado por los países nucleados en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (O.P.E.P.) por la incidencia directa que tal ajuste provocara en el costo en capital constante. A partir de allí se volvió prioritario utilizar materiales sintéticos para reemplazar las materias primas estratégicas y buscar formas de producción que insumieran menos energía. El nuevo paradigma tecnológico se conformó en torno a la microelectrónica y posibilitó el abaratamiento de la información. Por otro lado, la finalización del proceso de liberación nacional en buena parte de África y Asia privó a los países centrales del hasta entonces fácil (y barato) acceso a las materias primas que succionaban de sus colonias. Pero el problema era más profundo; al respecto señala GAZIER “…no obstante, el choque del petróleo solamente fue un disparador de la recesión; a partir de 1970 la tendencia al crecimiento había flexionado, y las presiones inflacionarias fuertes llevan fecha de finales de 1972. Se puede señalar una similitud entre los años 1974-75 y los años 1929-30: la amplitud del retroceso es comparable…” (3).
Más allá de las causas de esta nueva fase recesiva cuyos efectos se prolongan hasta la actualidad, como se anticipara supra, lo medular de la crisis era que la sobreproducción se volvía a instalar. Tal superproducción no reapareció principalmente por influjo de una demanda insolvente (como sucediera durante la década del '30 del siglo XX), sino por el fenomenal desarrollo de las fuerzas productivas. La denominada revolución científico-técnica fue gestada para extraer mayores tasas de ganancia pero produjo, por entonces, exactamente lo contrario por el impacto del aumento de la composición orgánica del capital(4). Esta contradicción creciente entre una mayor capacidad productiva y las dificultades para realizar la plusvalía extraída, intentó resolverse mediante la introducción de un nuevo modelo de acumulación(5).
Una de las causas que a juicio de John Kenneth Galbraith provocaron, o al menos agudizaron, la crisis general del capitalismo que estallara en 1929 fue de carácter doctrinario. A su juicio la carencia de una alternativa ideológica para enfrentar la crisis contribuyó a profundizar la misma. A ese respecto recuerda que el por entonces presidente de los E.E.U.U., Hoover, se paralizó en la creencia que el ritmo de los negocios encontraría de manera natural y espontánea su rumbo.
En ese sentido la clase capitalista demostró haber aprendido esa lección. En pleno auge del modelo de capitalismo benefactor(6), el economista Friedrich Hayek publicó su obra Camino de Servidumbre (1944) y en 1947, formó la Sociedad de Mont Pèlerin (Suiza), en la que intervinieron entre otros, Milton Friedman y Karl Popper. La tesis básica de estos teóricos, propia del pensamiento económico neoclásico(7), es que el mercado conforma el mejor instrumento (el más eficaz), para la asignación de recursos y la satisfacción de necesidades. Un mecanismo de autorregulación que conduciría al óptimo social y que, por ende, resultaría intrínsecamente superior(8). Por eso se impugna al Estado de Bienestar y, en general, al Estado como dispositivo de redistribución en beneficio de las clases desfavorecidas de la sociedad. Desde el punto de vista teórico, el modelo neoliberal parte del supuesto que el mundo está compuesto de individuos competitivos y supone que dichos individuos se comportan de manera competitiva para maximizar ganancias. A partir de este supuesto, los predicadores de este ideario concluyen que la economía de libre mercado es el resultado racional de la libre competencia individual. En definitiva, la visión del mundo de la teoría neoliberal deriva de un modo de teorizar que se abstrae y hasta prescinde del mundo real. Se trata de un encuadre teórico defectuoso pero que es política e ideológicamente útil.
En definitiva, y a diferencia de los sucesos del '30 (donde el modelo keynesiano se introdujo sólo unos cuantos años después de desatada la crisis), la fuerza del capital estuvo pertrechada ideológicamente para enfrentar la crisis general del capitalismo de los ´70, abandonando de inmediato el modelo benefactor e instalando en su reemplazo el modelo neoliberal o neoconservador.
El aludido modelo de acumulación fue inicialmente instrumentado en los últimos años de la década de 1970 y comienzos de la de 1980 en los países capitalistas más industrializados, especialmente en Gran Bretaña bajo el gobierno de Margaret Thatcher y en Estados Unidos bajo el primer gobierno de Ronald Reagan. A partir de entonces y hasta nuestros días, el modelo neoliberal y el capital monopolista se extendieron por todo el mundo y se han mantenido como ejes rectores de la economía, la vida social, la política, las relaciones internacionales y la cultura en la mayoría de los países de todos los continentes.
Esta nueva estrategia capitalista se propuso dos objetivos prioritarios, por un lado la promoción del crecimiento económico, y por el otro, el aumento, o al menos la amortiguación, de la caída de la tasa de ganancia del capital privado. Para alcanzar las referidas metas el programa neoliberal apuntó a reducir los costos de la fuerza de trabajo y a disminuir el gasto público social.
El modelo de capitalismo neoliberal pudo introducirse porque a escala universal se produjo en forma previa una derrota política, militar e ideológica de la clase obrera. De tal forma, este programa se instala porque la clase dominante no necesita apelar ya a la política keynesiana del compromiso con los trabajadores para la obtención de sus mayores beneficios; por lo tanto los excluye, los margina, política, económica y socialmente. Se trata de una fortísima ofensiva de los capitalistas sobre los trabajadores a escala mundial. De cualquier manera, si bien la crisis general del capitalismo quedó resuelta a favor de la burguesía, no en todos los países tuvo la misma violencia y profundidad, siendo los más afectados los países periféricos (9).
En cuanto a los principales rasgos del modelo de capitalismo neoliberal pueden señalarse los siguientes: a) la concesión de las empresas de servicios públicos esenciales a firmas transnacionales y la consiguiente extinción del Estado empresario; b) una política tributaria que privilegia los impuestos al consumo; c) el desmantelamiento del estado benefactor en salud y educación públicas; d) la reducción del gasto público social; e) la precarización de la legislación laboral.
Lo cierto es que el modelo de acumulación neoliberal no pudo evitar que siguiera su curso la tendencia decreciente de la tasa de crecimiento económico a escala planetaria. Señala al respecto Thurow, “…en la década de los sesenta la economía mundial creció a un ritmo del 5% anual. En los años setenta, el crecimiento disminuyó hasta un 3,6% anual. En los años ochenta hubo una desaceleración más hasta un 2,8% anual y en la primera mitad de la década de los noventa el mundo ha estado experimentando un ritmo de crecimiento de apenas un 2% anual. En dos décadas el capitalismo perdió un 60% de su impulso”(10)Esto se debe, fundamentalmente, a que la estrategia de la burguesía destruye puestos de trabajo en todo el mundo por lo que afronta crecientes dificultades para realizar la plusvalía extraída.
La denominada globalización representa la creciente extensión de las relaciones de producción capitalistas a nivel planetario. Esta mundialización del capital se ha acelerado desde la restauración capitalista en los países del denominado “socialismo real”. En ese contexto cobran especial relevancia la caída del muro de Berlín (1989), la implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (U.R.S.S.) en 1991, y la incorporación del mercado asiático, en particular, China y la India.
Todas y cada una de las tesis leninistas acerca del imperialismo(11) se verifican con notable nitidez. En primer lugar, se asiste a un proceso indetenible de concentración(12) y, sobre todo, de centralización(13) del capital. Actualmente, las primeras doscientas empresas en el mundo concentran el 25% de la actividad económica mundial, aunque paralelamente, sólo absorben el 0,75% del empleo(14).El fenomenal proceso de centralización del capital ha multiplicado el número de firmas cuyo peso, es a veces, superior al de los Estados. La consecuencia inevitable del referido proceso es la traslación de la decisión política, sobre todo en los países periféricos, del ámbito público nacional al ámbito privado transnacional.
En segundo lugar, además de la exportación de mercancías, el capitalismo de nuevo signo exporta capitales; concretamente, el capital sale del país donde se genera y se coloca en países donde, seguramente, va a obtener una mayor tasa de ganancia. Esto se produce ya sea porque los insumos son más baratos, porque los salarios son más baratos, porque la presión impositiva es menor, o porque se reúnen todos esos extremos. La deslocalización hacia países de bajo coste salarial (directo e indirecto) y nulo poder sindical que posibilita el incremento de la explotación es realizado por empresas que están completamente desacopladas de los Estados-Nación.
La crisis de sobreproducción que aqueja al capitalismo, generó una masa gigantesca de mercancías y de capitales parasitarios que, en gran medida, fue colocada en los países dependientes, provocando en ellos la destrucción de las industrias vinculadas al mercado interno y un crecimiento vertical de la deuda pública. En ese contexto, la deuda externa de los países periféricos creció desmesuradamente en los últimos treinta años, generando la remisión de cuantiosos intereses hacia los Estados imperialistas.
Por otro lado, el capital de distinto signo (industrial, comercial, bancario), aparece imbrincado. Los grandes bancos son, al mismo tiempo, titulares de los grandes monopolios industriales y comerciales, es decir, aparecen fusionados(15).
Por último, una tesis leninista más se encuentra hoy definitivamente consolidada: la inexistencia de mercados sin dueño; por el contrario, todos los mercados en el mundo están repartidos, de tal forma que lo único que puede esperarse es un nuevo reparto. Este nuevo reparto se verifica por una ley objetiva del sistema según la cual el propio desarrollo capitalista es desigual. Así como a medidos del siglo XIX Alemania era una potencia atrasada y a comienzos del siglo XX había superado a Francia, la tendencia actualmente indica que hacia mediados del siglo XXI, China habrá superado a los Estados Unidos. Esta característica del capitalismo en su fase monopolista explica la inevitabilidad de la guerra. La guerra es una opción recurrente del capital monopolista en los momentos de crisis económica, porque representa una manera de reactivar la producción industrial sin necesidad de reactivar la demanda; el Estado compra la producción de armamentos con el dinero del contribuyente sin consultarlo y la población del enemigo elegido “consume”, involuntariamente, las bombas que recibe sobre su cabeza. Una vez finalizada la guerra, los grandes monopolios de la industria civil acaparan el negocio de la reconstrucción. En su libro “Capitalismo, Socialismo y Democracia” (1942), el economista Joseph Schumpeter afirmaba que “el capitalismo es por naturaleza una forma o método de cambio económico”, de sustitución de lo viejo por lo nuevo, a lo que denominaba “destrucción creativa”. La guerra sería la forma más drástica de “destrucción creativa” inherente al capitalismo.
Como consecuencia del panorama descrito, en los países centrales las megaempresas han ido desplazado o sometiendo a pequeñas y medianas industrias tradicionales y también a emprendimientos nuevos que no pueden afrontar los costos, cada vez más altos, de la innovación, que carecen de la envergadura mínima necesaria para perdurar en mercados dominados por una competencia feroz. Mientras tanto en la periferia, los fenómenos convergentes de desestatización, desnacionalización y apertura a las importaciones significaron desde la década del '80 del siglo XX, pero sobre todo desde la del '90, la declinación o en gran medida la extinción de las burguesías nacionales y la reconversión de las sobrevivientes a socias menores del capital monopolista transnacional(16).
Por otro lado, así como en el siglo XV el capital comercial comenzó a desestructurar en Europa el modelo descentralizado del feudalismo (Estado-feudo), configurando las bases para una dinámica centralizadora del moderno Estado-nación, ahora el capitalismo global propicia las bases para la configuración de una polis novedosa de unidad territorial y poblacional más amplia y de carácter supranacional: los Estados-región. Esto no significa, sin embargo, la desaparición del Estado-nación, sino su integración paulatina en polis más amplias(17).
La globalización capitalista implica la creciente interdependencia de todas las sociedades entre sí, promovida por el aumento de los flujos económicos, financieros y comunicacionales, y empujada por la tercera revolución industrial que facilita que esos flujos puedan ser realizados en tiempo real, de modo que un operador de bolsa puede operar simultáneamente en todos los grandes mercados de capital del mundo durante las 24 horas, así como transferir electrónicamente órdenes de compra o venta(18).
En síntesis, la globalización significa una nueva fase de expansión del sistema capitalista que se caracteriza por la apertura de los sistemas económicos nacionales, por el aumento del comercio internacional, la expansión de los mercados financieros, la reorganización espacial de la producción, la búsqueda permanente de ventajas comparativas que da prioridad a la innovación tecnológica en procura de obtener una plusvalía extraordinaria, la aparición de elevadas tasas de desempleo, la depresión del coste laboral y la formación de polos económicos regionales.

Sobre la actualidad de la crisis.

A propósito de la situación que se está viviendo a partir de la caída de las bolsas de valores en los más diversos países del mundo, muchos se empiezan a preguntar si esta es una crisis cíclica periódica más del capitalismo o en realidad, se trata del síntoma del ocaso final de un sistema económico incapaz de resolver las necesidades sociales.
El 15 de enero de 2008 se produjo una caída del 7% en las acciones del Citigroup(19). El anuncio de pérdidas por 10.000 millones de dólares en un solo trimestre, causó una enorme caída en las principales Bolsas del mundo. El balance de este banco dejó en evidencia que la insolvencia de su cartera de créditos hipotecarios se había extendido a los préstamos para el consumo y a las tarjetas de crédito. Ante las pérdidas sufridas por este banco se ha anunciado que deberá recortar 20.000 de sus actuales 330.000 empleos. El mercado de consumo norteamericano se ha sostenido de manera creciente, no por el ingreso por salarios sino por el crédito al consumo. De esa manera, el nivel de endeudamiento de las familias oscila en torno al 200% de su ingreso disponible. Así, la fuerza de trabajo que recibe esos ingresos bajo la forma de salarios no acumula el valor que crea con su trabajo; lo acumula el capital. El endeudamiento ha acabado con los ingresos de los trabajadores y demás sectores populares: el salario ha pasado a remunerar al capital bancario, no a la propia fuerza de trabajo.
La crisis bancaria disimula, entonces, una crisis de sobreproducción que el crédito al consumo ha tratado infructuosamente de superar: las fuerzas productivas desbordan el marco capitalista en que fueron creadas. El panorama para millones de trabajadores es claro: deberán vender sus artefactos domésticos y perder sus ahorros bancarios o financieros, y en primer lugar sus viviendas, para pagar las deudas contraídas para comprarlos(20). Simultáneamente, durante diciembre de 2007 las ventas minoristas en Estados Unidos cayeron un 0,4%, con lo que cerraron el año con el menor avance desde 2002. Paralelamente, el desempleo en este país pasó del 4,4% en marzo de 2007 a 5% en diciembre (21).
El presidente estadounidense anunció, en medio de la tormenta, un plan anticrisis(22), un paquete de rebajas impositivas para empresas y consumidores por US$ 145 mil millones con la expectativa de que esos fondos adicionales impulsen el gasto de los consumidores e incentiven la inversión de las empresas rápidamente. Al mismo tiempo, la Reserva Federal (FED) rebajó en enero de 2007 las tasas de interés en tres cuartos de punto porcentual (0,75), el mayor recorte de tasas en un día desde 1982. Pese a estas medidas el mercado financiero global se desplomó ante el temor de que la economía de los Estados Unidos entre en recesión. En Europa las Bolsas se derrumbaron en promedio 7%, registrando así su peor descenso desde el 11 de setiembre de 2001. En Japón cayó 3,86%. En América Latina las caídas fueron estrepitosas: México el 4,43%, Brasil el 6,60% y Argentina el 6,27%(23).
La economía estadounidense se viene sosteniendo en el complejo militar-industrial, que tiene un fuerte compromiso con el genocidio que se lleva a cabo en Irak, Afganistán y algunos países africanos, en donde las transnacionales se disputan los recursos de esos países.
Hace unos meses, renegando de su fe absoluta en el mercado, el gobierno británico se vio obligado a nacionalizar el banco Northern Rock. Y en muchos países de sesgo neoliberal, donde no se ha cesado de repetir el sagrado mandamiento según el cual “aún hay demasiado intervencionismo del Estado”, hemos asistido a una multiplicación de intervenciones estatales: paquetes de medidas fiscales, reducción de tipos de interés, inyecciones de liquidez y hasta nacionalizaciones. Medidas ruidosamente aprobadas ahora por los críticos de antaño. Y todas ellas financiadas por los contribuyentes. Nuevamente se socializan las pérdidas, mientras ayer se privatizaban las ganancias y los beneficios.
Paralelamente, se produjo un aumento exponencial del oro(24). Se trata del refugio universal del valor que pone al desnudo la desvalorización de todas las formas nacionales de la riqueza capitalista. De la crisis bancaria y financiera hemos transitado a una crisis monetaria que afecta al dólar estadounidense y a otras monedas. En ese sentido la crisis hipotecaria afecta fuertemente a otros países, como Irlanda, España y el Reino Unido. El estancamiento económico se manifiesta también en Francia e Italia, y en menor medida en Alemania. Como los países que valorizan en euros no pueden recurrir a la devaluación para disminuir el peso de sus deudas y rebajar el costo de su producción, corren el peligro de una recesión gigantesca. En el caso concreto de España, se ha registrado también una fuerte caída de sus grupos hipotecarios y el crecimiento del desempleo, a partir de la industria de la construcción(25). La crisis capitalista, en España, es el telón de fondo de las reivindicaciones por las autonomías nacionales, principalmente de Cataluña y el País Vasco. En ese contexto no se descarta que España y también Italia, abandonen el euro para salir devaluando con sus monedas nacionales. De esta forma, la crisis monetaria está planteando, al menos potencialmente, una dislocación del comercio internacional y un resquebrajamiento de la moneda común europea.
Al mismo tiempo, la lucha por el control de los mercados y los recursos naturales del planeta, está generando un encarecimiento de los precios de los alimentos de primera necesidad, precios que no están exentos de la especulación que llevan adelante los grandes capitales con el objetivo de obtener superganancias. Lo cierto es que se asiste a un escenario de inflación global. En Alemania ha alcanzado el nivel más alto desde 1993, en Estados Unidos desde 1990 que no se disparaban los precios, en China se muestran preocupados por la carestía de la vida. Tal espiral inflacionaria viene estimulada por los monopolios que impulsan un constante encarecimiento de las materias primas y de los alimentos básicos. En ese marco sobresale el petróleo, que ha superado la barrera de los 120 dólares por barril y que provocará, por un lado, el encarecimiento de los productos de consumo en todo el mundo y, por el otro, el destino de enormes cantidades de tierra para la producción de biocombustibles, lo que empujará hacia arriba el precio de las mercancías alimenticias de primera necesidad.
Las repercusiones de esta estanflación en la economía global dependerán de qué tanto puedan compensar las economías emergentes, particularmente de China e India(26), que han venido creciendo a tasas que oscilan entre 7,5% y 10% en las últimas dos décadas, la ralentización de la economía estadounidense. ¿Serán capaces las economías asiáticas de desacoplarse de la locomotora estadounidense y seguir su propia marcha, ocupando su lugar y relevándola como motor de la economía mundial? Hay quienes conjeturan que ello es posible, basado en el hecho de que el auge de los commodities, estimulado principalmente por la demanda de los países asiáticos, ha perdurado a despecho de la caída de la demanda estadounidense como secuela de la desaceleración de su economía. Sin embargo, está por verse hasta dónde el mercado interno de los países asiáticos puede suplir la contracción del mercado estadounidense. Lo cierto es que las exportaciones asiáticas que representaban el 44% de su PBI en 2002, ya para el 2005 estaba en el 55% y, aunque el comercio intra-asiático ha crecido ostensiblemente, el 60% de sus exportaciones va a parar al mercado de los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. Efectivamente, hasta ahora, China ha sido una economía exportadora de armado, con un 60% de componentes importados, en especial de Japón, Estados Unidos y Alemania. Las transnacionales arman su producto en China para aprovechar la baratura de su mano de obra, la alta tasa de explotación, la posibilidad de destruir el medio ambiente y el bajo costo de las materias primas. Pareciera que una recesión en Estados Unidos y otros países debería provocar una crisis de proporciones en China. El eventual tránsito de una economía de exportación a otra de industrialización interna, debería entrañar un enorme reacomodamiento social y una crisis política de proporciones. En resumen, les resultará difícil salir ilesos de esta debacle tanto a las economías asiáticas, como a las latinoamericanas, que, además de su vulnerabilidad, giran en la órbita de los Estados Unidos. El gran interrogante es si la economía global descenderá lenta y suavemente, o, por el contrario, se precipita y desploma, con todas sus consecuencias.

Colofón.

En el sistema capitalista, cada cierto período de tiempo se produce una crisis económica. Esta crisis lo es de sobreproducción, de mercancías no vendidas. Cada crisis económica reviste formas más graves que la anterior, porque las medidas tomadas para sortearla agravan el carácter de la siguiente. Las crisis económicas se manifiestan en cierres de empresas, paro y subconsumo de la clase trabajadora, y se suelen acompañar de galopantes procesos inflacionarios de los precios, que agravan aún más las condiciones de vida de los sectores populares.
En los últimos años, el capitalismo global ha logrado el “milagro” de aumentar los beneficios empresariales y, a la vez, incrementar la capacidad de consumo de las clases trabajadoras disminuyendo los salarios. Ello se ha logrado a costa de endeudar hasta niveles nunca vistos a los trabajadores y otros sectores populares. Con la extensión del crédito a los consumidores, el capital consigue mantener una demanda artificial y evitar el estallido inmediato de las crisis de sobreproducción. Además, la burguesía financiera obtiene beneficios adicionales con esta estrategia, aplicando intereses abusivos y, en el caso de la compra de una vivienda, exigiendo la garantía de la propiedad. La inversión en inmuebles desplaza capitales desde la bolsa y se pasa a construir, no con la mirada puesta en la venta para cubrir la necesidad de viviendas, sino en los rápidos beneficios que proporciona un encarecimiento provocado por el aumento de la demanda. Quienes finalmente han podido conseguir una vivienda, lo han logrado a costa de ceder al banco, durante un período de 25 a 50 años, la mitad o más de sus ingresos futuros. Por la vía del endeudamiento el capitalismo ha conseguido aplazar la crisis descargando el costo de este aplazamiento sobre los trabajadores. En este contexto, la crisis financiera no es una crisis de confianza, como se publicita, sino la consecuencia ineludible de la voracidad del capital, que ha limitado la capacidad de pago de los sectores populares a tal extremo que esto se vuelve en contra del mismo capital financiero. Efectivamente, si el pago de las hipotecas ha disminuido en los últimos meses, al mismo tiempo los bancos se encuentran ante el problema de que las hipotecas están garantizadas por unas viviendas cuyos precios tienden a bajar.
Frente a la crisis del capitalismo no es posible remendar el sistema; hay que gestionar el cambio hacia otra economía en beneficio de la mayoría de la humanidad y de la propia naturaleza. Nuestro tiempo es el del capitalismo agonizante que debe morir para darle vida a otro sistema de organización social. Históricamente la superación de cada fase se realiza asumiendo todo lo positivo de la anterior, en un proceso dialéctico de desarrollo de lo nuevo en el seno de lo antiguo y la unión de los contrarios en la síntesis superadora. El desarrollo de las fuerzas productivas empuja hacia la socialización de los medios de producción y hacia la mundialización de la economía, agravando la contradicción con la apropiación privada del producto social. La informatización y robotización del sector productivo plantea un problema irresoluble con la garantía del pleno empleo. Las políticas económicas de reducción de costes de mano de obra y materias primas en un comercio desigual e injusto, las políticas que están detrás de los procesos de deslocalización, son las únicas posibles siempre que se renuncie a avanzar en el nuevo modelo de sociedad, que pugna desde el vientre de la vieja por un alumbramiento feliz.
Los trabajadores, y todos los sectores populares, se encuentran ante la necesidad de construir alternativas propias frente a una crisis cuyas consecuencias son todavía desconocidas pero que, en cualquier caso, no son ni pueden ser más que el hacérsela pagar a quienes la provocaron.