lunes, 1 de noviembre de 2010

ACERCA DE LA CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO MODELO SINDICAL: el caso de los trabajadores de subterráneos de la Ciudad de Buenos Aires.

Antecedentes.

El modelo sindical impuesto hace aproximadamente seis décadas en Argentina se encuentra inmerso en una crisis terminal. El modelo en cuestión fue impuesto en una etapa del desarrollo capitalista donde la burguesía local, interesada en el impulso del mercado interno para su propia realización como clase, estimuló cierta redistribución del ingreso a favor de la clase obrera. Sin embargo, las concesiones económicas a los asalariados significaron, al mismo tiempo, la pérdida de la independencia política de los trabajadores que quedaron subordinados tanto al Estado como al propio partido en el gobierno.

La relación Estado-Clase Trabajadora hasta alrededor de la década del ’40 del siglo pasado se había caracterizado por respuestas fundamentalmente represivas a las reivindicaciones obreras. A partir de allí, se utilizó un mecanismo más sofisticado: un conjunto de mejoras habilitó vías para incorporar a la clase obrera dentro de la fracción hegemónica. Ese acuerdo le proporcionó a los asalariados mejores condiciones para vender su fuerza de trabajo, mayor acceso al consumo y una mayor cuota de poder en las relaciones al interior de las empresas. De tal forma, alcanzó un peso mayor en el conjunto de la sociedad por medio de una organización sindical de masas, plena ocupación, alta tasa de sindicalización y un estrecho vínculo con el aparato estatal. Esta suerte de “pacto social” tenía como sujeto activo a un Estado auto-erigido en interventor y árbitro de las relaciones entre capital y trabajo. En ese contexto, estableció normas a las cuales debían someterse los trabajadores para contar con su propia organización, y prohijó una burocracia que, con matices, conservó su papel de mediación a lo largo de las seis décadas siguientes.

Esta integración de la clase obrera tuvo como contrapartida la aceptación de la legitimidad del sistema capitalista y la renuncia a toda pretensión de transformación revolucionaria de la sociedad. Este acuerdo social se transformó en la base de sustentación de la “comunidad organizada”, es decir, del modelo de conciliación de clases.

Desde la década de 1960 pero fundamentalmente a partir de 1970, los cambios operados en la economía mundial y su correspondiente repercusión sobre la modalidad de acumulación capitalista en el país resquebrajaron aquel modelo. A partir de ese momento, la clase trabajadora dio señales de recuperar su autonomía y su capacidad de constituirse en el epicentro de los movimientos de oposición al sistema. En tal sentido, el “Cordobazo”[1], la CGT de los Argentinos, las ocupaciones de grandes fábricas, los sindicatos clasistas y las grandes movilizaciones dieron cuenta del aludido fenómeno.

La dictadura cívico-militar con una brutal represión facilitó la ruptura del modelo de conciliación de clases[2]. Al mismo tiempo empezó a implementar un nuevo modelo de acumulación que, al poner el eje en los mercados externos, deprimió sustancialmente el costo de la fuerza de trabajo. Para ello el capital contó con una ayuda decisiva: los jefes de la estructura sindical corporativa y dependiente, muchos de los cuales aún permanecen en las cúpulas de las organizaciones obreras convertidos en dirigentes gerenciales, socios de empresas de servicios, de comercio, de salud, de turismo, aseguradoras, mineras, de transporte terrestre y ferroviario[3].

En esta última etapa se produjo un intento de diferenciación entre diversos dirigentes de la CGT; nace el Movimiento de los Trabajadores Argentinos (MTA), aunque sin cuestionar el modelo sindical y especulando con el desgaste de la cúpula cegetista para llegar a la conducción de ésta. Paralelamente, a comienzos de la década del ’90 nace una vertiente que pone en tela de juicio la organización clásica y objetivamente se alza como una alternativa en correspondencia con una nueva situación en la composición de la clase obrera y atendiendo al reclamo de mayor democracia y participación: el Congreso de los Trabajadores Argentinos, luego transformado en Central de los Trabajadores Argentinos (CTA).

Por otro lado, el dirigente camionero Hugo Moyano, quien lideró siete paros generales contra el gobierno de De la Rúa, se convirtió en la expresión sindical de la facción capitalista devaluadora que se terminó imponiendo en la puja interburguesa de fines de la convertibilidad.

La clase trabajadora, luego de haber recibido un duro golpe a sus ingresos con la devaluación de comienzos de 2002, cuando el salario real se desplomó un 30%, comenzó un proceso de recomposición, no sólo social sino además sindical. Si bien es cierto que la continuidad de niveles de trabajo “en negro”[4] en torno del 40% han condenado a una fracción importante de la clase obrera a vender su fuerza de trabajo muy por debajo de su valor, en estos años los sindicatos ganaron renovado peso político con la creación de aproximadamente 3.000.000 de nuevos puestos de trabajo. Las negociaciones colectivas se multiplicaron y las capas más altas del proletariado fueron las que gozaron de una mayor recuperación de sus salarios, ampliándose la desigualdad al interior de la propia clase asalariada.

Entre 2004 y 2006 hubo una importante oleada de conflictos sindicales que fueron resueltos con ciertas concesiones de las empresas en las negociaciones paritarias, otorgándose aumentos salariales que no corrigieron la tasa de inflación. Pero a partir de 2006, la Confederación General del Trabajo y la Central de Trabajadores Argentinos garantizaron una suerte de pacto social con techos salariales a cambio de cierta recuperación del salario para los trabajadores registrados respecto de la caída sufrida en 2001. En ese contexto un porcentaje importante de las luchas que se dieron hasta hoy fueron encabezadas por dirigentes opuestos a las direcciones oficiales de los sindicatos o las centrales, y recibieron una dura respuesta de la alianza vigente entre las patronales, el gobierno y la propia burocracia sindical: esos fueron los casos de la ex Jabón Federal, la textil Mafissa, el Casino Flotante, la textil Pagoda, los obreros de FATE y las masivas huelgas docentes en Neuquén[5] y otras provincias.

Desde entonces, en un marco de crisis económica y debilidad política, la burguesía en Argentina apela a la colaboración con la cúpula de los sindicatos para descargar el costo de la caída de la tasa de ganancia en los trabajadores. Así fueron los acuerdos de suspensiones con rebaja salarial que formularon los dirigentes del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA) con las automotrices, mientras General Motors, Mercedes Benz y Peugeot-Citroen seguían recibiendo subsidios del gobierno para el pago de salarios.

Durante la década de 1990, sobre la base de la legislación que flexibilizara las condiciones de trabajo y generalizara el trabajo precario, las comisiones internas dejaron de ser organismos que unificaban a toda la fábrica. En este momento los monopolios de las principales ramas de la industria se preparan para cierta recuperación produciendo lo mismo con menos trabajadores y mayores ritmos de trabajo, lo que resulta incompatible con la democracia fabril de las comisiones internas y los cuerpos de delegados. Es por ello que lo que reclama la patronal es que los conflictos gremiales vuelvan a encontrar su cauce “legal”, lo que implica discutir la tasa de plusvalía en la mesa de negociación con las direcciones sindicales y no en las plantas industriales con las nuevas comisiones internas.

El modelo de capitalismo neoliberal en el país introdujo, en el marco de las relaciones laborales, la tercerización, polivalencia funcional, flexibilidad horaria, contratos por tiempo determinado, reducción de las indemnizaciones, etc, lo que facilitó la segmentación de la clase obrera. En ese contexto, se ha agudizado la crisis de representación del sindicalismo clásico, se ha acentuado la tendencia a la baja de la tasa de sindicalización[6] y se ha potenciado la lucha por la formación y el reconocimiento de nuevas organizaciones más democráticas y clasistas.

Un nuevo modelo de organización sindical.

La privatización del subterráneo de Buenos Aires en 1994 supuso para los trabajadores cambios en las condiciones de trabajo. Se disminuyó la plantilla a prácticamente la mitad a través de despidos encubiertos denominados “retiros voluntarios”; se tercerizaron actividades a empresas del mismo grupo empresarial; se aumentó la jornada de trabajo con apoyo en decretos de la dictadura cívico-militar de 1976-1983 desconociendo las condiciones de insalubridad de la actividad; se negociaron convenios colectivos que incorporaron cláusulas flexibilizadoras.

Estas condiciones tuvieron dos objetivos. El primero, operar sobre el factor laboral disminuyendo los costos asociados al salario. Esto implicó sacar fuera de convenio a los trabajadores o en otros casos encuadrarlos en sindicatos que poseen salarios menores y condiciones de trabajo más precarias como el de seguridad o maestranza. El otro objetivo fue operar sobre la homogeneidad de la fuerza de trabajo para erosionar la capacidad de acción gremial.

Pese a los antecedentes reseñados, los trabajadores de subterráneos, que vienen librando innumerables batallas contra la patronal y la burocracia sindical, apuntan a lograr la constitución de un sindicato propio por fuera de la Unión Tranviarios Automotor (UTA). Frente al modelo tradicional de organicidad institucional sustentada en un verticalismo y centralismo férreos promovido por los dirigentes de la UTA, los nuevos delegados impulsan formas eficaces de democracia sindical. De tal forma, no sólo le disputan a la UTA los 2 millones de pesos que ésta recibe mensualmente por sus afiliados y el 1% que recibe de la empresa, sino también la apertura de caminos antiburocráticos y una representación genuina de los intereses de los trabajadores. En Argentina la representación recae en el sindicato con mayor número de afiliados; como la UTA aglutina también a las líneas de colectivos, esto le permite mantener a la dirigencia actual la conducción del sindicato. Pero como el Cuerpo de Delegados del Subte posee tal capacidad de acción y representatividad, en la práctica opera como un sindicato en cuanto, si bien sigue siendo la dirigencia de la UTA la que suscribe por ejemplo el convenio colectivo, el Cuerpo de Delegados se ha constituido en actor principal al momento de negociar salarios y condiciones de trabajo.

En el subterráneo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires trabajan alrededor de 3000 trabajadores. Se estima que viajan, diariamente, 1.000.000 de pasajeros que a través de seis líneas conectan los puntos más importantes de la ciudad. Allí radica, cuestión que los trabajadores han comprendido bien, una de sus mayores fortalezas. De alguna manera, parar el subte es paralizar la Capital Federal.

Es importante remarcar que la acción gremial de los trabajadores les permitió, a pesar de la constante hostilidad del sindicato:

· la estabilidad laboral, dado que hace más de 10 años que no hay despidos en el subte;

· recuperar la jornada de trabajo de 6 horas por realizar un trabajo insalubre, que se había perdido cuando se privatizó el servicio[7];

· finalizar con el fraude laboral que implicaba la tercerización de sectores[8];

· frenar el abuso patronal y mejorar sensiblemente las condiciones de trabajo;

· Crear 1500 puestos de trabajo;

· Mejorar la capacidad adquisitiva del salario[9].

Asimismo, los trabajadores han elaborado un anteproyecto de convenio colectivo de trabajo; precisamente, por conocer acabadamente las tareas que realizan cotidianamente no delegaron tal cometido a ningún equipo técnico, sin perjuicio de haber solicitado la coordinación del Taller de Estudios Laborales (TEL)[10] dada su experiencia en tareas de formación sindical y producción de conocimiento en conjunto con los trabajadores del subte. Es importante destacar que el alcance del convenio proyectado es para todos los trabajadores del subte, tanto para los trabajadores de Metrovías S.A. como para las tercerizaciones que ésta realiza, incluyéndose todas las líneas, es decir, las actuales, el Premetro[11] y las futuras ampliaciones.

Por otro lado, el núcleo central del proyecto apunta a revalorizar los oficios y el conocimiento de los trabajadores de su puesto de trabajo. En ese sentido, definir cuáles son las tareas a realizar en cada puesto de trabajo implica discutir la organización del proceso productivo, uno de los factores centrales en la constitución de la fuerza del trabajador en su lugar de trabajo. Los trabajadores del subterráneo conocen sus categorías casi exclusivamente por su nivel salarial; la situación se agrava al observarse que se sabe poco acerca de las tareas que competen a cada categoría. Indudablemente, esta situación ha sido funcional a una determinada tradición sindical que ha canjeado en la negociación paritaria conquistas obreras sobre el control del proceso productivo por bonificaciones salariales. Es por eso que el proyecto elabora escalafones con el objetivo de poner en funcionamiento un sistema de concursos y ascensos en los que se revalorice el conocimiento del puesto de trabajo, satisfaciéndose así una vieja aspiración de los trabajadores del subte: establecer criterios imparciales en cuanto a la capacidad y calificación para poder ascender.

La sostenida construcción y el reclamo firme exigiendo al gobierno nacional que se les reconozca el nuevo Sindicato: la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y Premetro (AGTSyP), provocó la reacción de la burocracia y el ataque sobre la familia de uno de los delegados, Néstor Segovia, en una acción combinada entre policías y los grupos de choque de la propia burocracia. Paralelamente, desde el gobierno se intentó minimizar lo ocurrido y se planteó como una interna entre trabajadores, y desde la CGT, se llamó a un acto para frenar las acciones desestabilizadoras. Lo que les preocupa no es la capacidad de acción política sindical de los sectores antiburocráticos, sino el potencial que éstos podrían tener si se llegara a cristalizar un espacio con estas características.

En Febrero de 2009, los trabajadores del subte realizaron una consulta para desafiliarse de la Unión Tranviaria Automotor y crear la Asociación Gremial de Trabajadores de Subte y Premetro. El resultado fue contundente: el 90% votó a favor de la construcción del nuevo sindicato. A partir de allí se conformó una Comisión Directiva Provisoria, cuya tarea central era poner en funcionamiento el nuevo sindicato, aún antes de que sea reconocido. Como producto de la inclaudicable lucha de los trabajadores de subterráneos[12], el día 26 de noviembre de 2009, en la sede del Ministerio de Trabajo, se arrancó a la empresa Metrovías un acta-acuerdo según el cual los trabajadores podrán contar con una representación reconocida ante las autoridades de Trabajo. Esto significa que esos dirigentes podrán participar de las paritarias y atender todo tipo de asuntos gremiales. Al mismo tiempo, se garantizará la estabilidad laboral tanto de los ex delegados como de los actuales. En la medida que el Estado y la empresa Metrovías S.A. cumplan con esas condiciones, los trabajadores se comprometieron a no realizar medidas de fuerza por un año. Sin perjuicio de lo acordado, los trabajadores del subte siguen reclamando la inscripción gremial de su propia organización. En ese contexto, la Sala IX de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo dictó sentencia el 14 de setiembre de 2010, en los autos: "Asociación Gremial de Trabajadores de Subterráneo y Premetro c/Ministerio de Trabajo s/ Ley de Asociaciones Sindicales", haciendo lugar a la simple inscripción de la asociación que nuclea a estos trabajadores[13].

Colofón.

En perspectiva aparece en Argentina una clase obrera dinámica, joven, que considera a las direcciones gremiales como empresarios recaudadores de sus aportes mensuales[14]. La burguesía intenta imponer el concepto de que el derecho del individuo en “democracia” lo es todo, con lo cual pretende discutirle a la clase obrera sobre sus derechos a usar métodos no convalidados por el derecho burgués. En ese contexto el vicepresidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Daniel Funes de Rioja sostiene que “el que hace un piquete hace justicia por mano propia. Esa es la ley de la selva”, y “la metodología de tratar de utilizar el derecho de huelga para justificar acciones ilegales como ocupación de fábricas, privación de la libertad de trasladarse, de la libertad de trabajar, de industria o el derecho de propiedad desvirtúa el ejercicio del derecho de huelga”[15]. Y agrega, “si usted tiene una ocupación de fábrica exitosa, es posible que otros copien como pasó con los piquetes”[16].

La radicalización de las luchas obreras; los métodos de democracia obrera basados en la toma de decisiones en las asambleas; la aparición de nuevos delegados más dispuestos a la acción directa que a la negociación sindical en términos tradicionales; la disposición de los trabajadores al enfrentamiento con las fuerzas de seguridad en la defensa de sus piquetes; el carácter indeterminado de los planes de lucha, tienen crecientemente preocupada a la burguesía. La mayoría de los conflictos que se vienen desarrollando van en contra de las políticas de conciliación burocráticas de las centrales obreras.

El ejemplo de las conquistas alcanzadas por los trabajadores de subterráneos marca que la clase obrera, con paso lento, avanza hacia una búsqueda de vida mejor. Aún son sólo indicios los que podemos ver en el acontecer diario, pero, sin embargo, la clase obrera avanza sin prisa, pero también sin pausa. Se equivocan aquellos que sostienen que no existen los obreros. Se equivocan los que creen todas las noticias que la burguesía se ufana en propagar por sus medios de comunicación.

En los trabajadores ponemos los ojos quienes creemos que la crisis capitalista no nos ofrecerá ninguna salida y sólo nos provocará mayores sufrimientos. En ellos, que somos nosotros mismos, tenemos puestos nuestros ojos y brazos confiando en que la salida está en nuestras propias manos y que es cuestión de organizarse y luchar.



[1] Se trató de un movimiento de protesta, con ribetes insurreccionales, ocurrido el 29 de mayo de 1969 en la ciudad de Córdoba, una de las ciudades industriales más importantes de Argentina. Su consecuencia inmediata fue la caída del gobierno de Juan Carlos Onganía y, cuatro años más tarde, el regreso del peronismo al poder.

[2] La represión de la dictadura cívico-militar se concentró en la clase trabajadora toda vez que el 80% de los detenidos-desparecidos eran asalariados y el 30% obreros industriales.

[3] Aldo Casas ha señalado que “esta burocracia (la de los dirigentes y estructuras sindicales que colaboraron activamente con la dictadura y con la represión) cavó una zanja llena de sangre que difícilmente puede cerrarse o disimularse. Ser reformista, corrupto o incluso traidor de tal o cual conflicto, es una cosa; ser entregadores y cómplices activos de las torturas y desapariciones es otra cualitativamente más grave”, Casas, Aldo, “¿Unidad, unicidad, democracia sindical?”, www.prensadefrente.org, febrero de 2010.

[4] Trabajo sin registración laboral ni previsional.

[5] Donde el asesinato del docente Carlos Fuentealba obligó a la dirección nacional de la CTA a convocar al primer paro nacional bajo el gobierno de Néstor Kirchner, el 09 de abril de 2007.

[6] Según el Ministerio de Trabajo la masa sindicalizada apenas supera el 20% de la población económicamente activa. Asimismo, sólo el 12,4% del total de las empresas en el país tiene representación sindical. El 92,5% de las empresas con menos de 50 empleados carece de delegado gremial, porcentaje que alcanza el 72,3% en los establecimientos de hasta 200 trabajadores y el 47,5% en las de 500.

[7] La jornada de trabajo había sido elevada a 7 horas por la dictadura cívico-militar. Un paro de 48 horas reconquistó la jornada de 6 horas, a través de una resolución de la empresa estatal Subterráneos de Buenos Aires Sociedad del Estado (SBASE). El decreto 1515/93 dejó sin efecto el convenio colectivo de trabajo al momento de la privatización y le permitió a Metrovías S.A. regirse por la Ley de Contrato de Trabajo; así, a partir de 1994 , la jornada laboral fue de 8 horas diarias, algo que no sucedía desde 1945. Finalmente, se recuperaron las 6 horas en 2004.

[8] En 2005 la lucha de los trabajadores del subte logró que los trabajadores de la empresa tercerizada de limpieza fueran incorporadas al convenio lo que significó que su jornada de trabajo fuera de 6 horas, obtuvieran mayores salarios y además, mejores condiciones laborales.

[9] En ese sentido los trabajadores del subte lograron romper el techo salarial del 19% que la UTA, el gobierno y Metrovías intentaron imponer en las paritarias, conquistando un aumento salarial del 44%.

[10] El Taller de Estudios Laborales (TEL) produce información, capacitación y otros recursos destinados a fortalecer el accionar reivindicativo de los trabajadores y sus organizaciones gremiales. El TEL ha centrado su labor en los problemas y desafíos que le presentan a los trabajadores la reconversión productiva, las nuevas formas de gestión de la producción y el trabajo, la flexibilidad laboral y las nuevas tecnologías informatizadas. www.tel.org.ar.

[11] Premetro (oficialmente línea E2), es el nombre con el que se denomina a una línea de metro ligero de superficie de 7,4 kilómetros de longitud inaugurada el 27 de agosto de 1987 en la ciudad de Buenos Aires. Integra la red de subterráneos y desde 1994 es operada por la empresa Metrovías S.A. junto con las demás líneas de la red.

[12] Que incluyó la apertura de los molinetes –permitiendo el viaje gratuito de los pasajeros e informándolos sobre el conflicto-, una masiva movilización al Ministerio de Trabajo de la nación y una serie de paros escalonados que comenzaron con 2, 3 y 4 horas y finalizaron con la paralización del subte durante todo el día.

[13]“...Cabe memorar, tal como ha sostenido el Sr. Fiscal, que no existe, en atención a las constancias de la causa, justificación alguna para impedir la inscripción que se peticiona toda vez que de las actuaciones administrativas obrantes en autos y anexadas por cuerda a estos actuados (Expte administrativo 134471791/09 del Ministerio de Trabajo en el que se encuentra agregada la actuación n° 1290101 mediante la cual el 5/9/2008 la actora solicitó su simple inscripción gremial, como ente de primer grado en los términos del Titulo VI de la ley 23.551), emerge el cumplimiento de todos los requisitos previstos en el ordenamiento legal, procurándose con la resolución que adelantara, reparar la lesión de las garantías constitucionales que derivan de una omisión condicionante de la existencia del derecho a la libertad de organización sindical de los trabajadores que con la tipología que consideran eficaz, eligen para la defensa de sus derechos. Sólo a los fines de abundar, y teniendo en cuenta que en la pretensión no subyace una controversia tendiente a obtener la personería gremial de la entidad peticionante ni una eventual disputa por la mayor representatividad, resultando éste un trámite que no se proyecta sobre los derechos exclusivos derivados del art. 31 de la Ley 23.551 que detenta la Unión Tranviaria Automotor, corresponde finalmente y en virtud de lo dictaminado por el Sr. Fiscal General ante esta Cámara, ordenar la simple inscripción gremial de la Asociación Gremial de Trabajadores de Subterráneo y Premetro en los términos de los arts. 21, 22 y 23 de la Ley 23.551” y “...Por todo ello, conforme el acuerdo que antecede, y lo dictaminado por el Sr. Fiscal General ante esta Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo, el Tribunal Resuelve: 1 Hacer lugar a la acción entablada y ordenar al Ministerio de Trabajo Empleo y Seguridad Social la simple inscripción gremial de la Asociación Gremial de Trabajadores de Subterráneo y Premetro”.

[14] En ese sentido la Federación de Trabajadores Camioneros que lidera Hugo Moyano tiene previsto desembarcar en el negocio de las aseguradoras de riesgos del trabajo (ART). En total el gremio de camioneros tiene 170.000 afiliados a los que se agregan otros 300.000 operadores familiares e individuales que conforman el mercado cautivo del transporte de cargas. Al picar en punta con una ART propia, los camioneros también correrán con ventaja para ofrecer sus seguros a las empresas de transporte de pasajeros, como las líneas de colectivos y las concesionarias ferroviarias que ocupan a casi 200.000 trabajadores. Una de las estrategias para incursionar en el negocio sería ampliar el rango de acción de la compañía de seguros Caminos Protegidos S.A. que la federación de camioneros adquirió en 2007 a la ex firma Juncal. Diario Clarín, edición del 18 de octubre de 2009.

[15] Revista Fortuna, edición del 03 de octubre de 2009.

[16] Ibidem.

viernes, 1 de octubre de 2010

ACERCA DE LA CRISIS DEL CAPITAL EN EUROPA

Antecedentes.

En 2008 la crisis financiera, originada en el estallido de la burbuja inmobiliaria y crediticia norteamericana, se transformó en la peor crisis de la economía capitalista desde el crack de 1929 y la Gran Depresión de la década de 1930.

Las medidas tomadas por los estados capitalistas para tratar de contener la crisis hablan por sí mismas de su magnitud. El Congreso estadounidense destinó 700.000 millones de dólares para tratar de evitar la quiebra bancaria y los principales estados europeos comprometieron para el mismo fin la suma de 1,9 billones de euros.

Las consecuencias políticas de esta crisis empezaron a verse con el amplio triunfo electoral de Barack Obama que se transformó en el primer presidente afroamericano de la principal potencia imperialista. Para amplios sectores de la burguesía estadounidense Obama es la opción más favorable para tratar de relegitimar a los Estados Unidos internacionalmente. Paralelamente, se ha conservado para el Partido Demócrata el rol de contención que históricamente ha jugado ante una eventual agudización de la lucha de clases. Entre los factores que llevaron masivamente a jóvenes, trabajadores, afroamericanos y demás minorías oprimidas a votar por el candidato demócrata están sin duda la recesión de la economía y el pantano en que se encuentran las guerras de Irak y Afganistán.

Durante los últimos veinte años el capitalismo sufrió varias crisis como la de Wall Street en 1987; el fin de la burbuja inmobiliaria japonesa en 1990; la crisis del sistema monetario europeo en 1992; México en 1994; Indonesia y el sudeste asiático en 1997; Rusia en 1998; brusca devaluación en Brasil en 1999; crisis de las “punto com” y recesión en Estados Unidos en 2001; crack de la economía argentina a fines de ese mismo año. Sin embargo, ninguna tuvo la magnitud ni los alcances de la actual. La crisis que hoy estamos presenciando se originó en el corazón del sistema capitalista mundial, Estados Unidos, y desde allí se extendió al resto del mundo, golpeando seriamente a la Unión Europea, Japón, Rusia y los países periféricos.

Causas de la crisis

La crisis de las hipotecas subprime fue el detonante de una crisis que está poniendo en cuestión las bases sobre las que se sostuvo el capitalismo en los últimos 30 años. En el plano interno, el capitalismo norteamericano vivió los últimos años del endeudamiento más allá de las posibilidades de repago de millones de hogares. Paralelamente, durante estos años Estados Unidos actuó como consumidor en última instancia de las mercancías producidas en distintas partes del mundo, principalmente de las exportaciones chinas, lo que llevó a un aumento de su déficit comercial. El crecimiento del consumo fue posible sobre la base de la extensión del crédito y del capital ficticio por la vía del desarrollo exponencial del mercado de acciones, derivados, etc., que produjo un doble efecto: por un lado, favoreció el negocio de los bancos, que pasaron a apropiarse de una cuota de plusvalía por medio del cobro de intereses, y por el otro, redujo a valores negativos la tasa de ahorro de los hogares.

La crisis bancaria disimula, entonces, una crisis de sobreproducción que el crédito al consumo ha tratado infructuosamente de superar: las fuerzas productivas desbordan el marco capitalista en que fueron creadas. El panorama para millones de trabajadores es claro: deberán vender sus artefactos domésticos y perder sus ahorros bancarios o financieros, y en primer lugar sus viviendas, para pagar las deudas contraídas para comprarlos[1]. El capitalismo entraña la contradicción entre la tendencia a ampliar ilimitadamente la producción y la capacidad limitada de compra de los consumidores fundamentales, los trabajadores[2].

El endeudamiento norteamericano pudo sostenerse gracias al financiamiento de otros estados, principalmente China, Japón y los países exportadores de petróleo, que invirtieron en los bonos del Tesoro estadounidense y tienen gran parte de sus reservas en dólares. Este tipo de financiamiento fue posible gracias a que Estados Unidos se mantuvo, aún en decadencia, como la única potencia imperialista hegemónica y el dólar continuó siendo la moneda de reserva mundial. Pero a la vez, significa que está expuesto a las decisiones que tomen otros gobiernos sobre sus reservas, lo que en sí mismo es expresión que esta hegemonía ha entrado en crisis.

Consecuencias.

Ante la perspectiva de un colapso general de todo el sistema financiero, que se acercó peligrosamente a la realidad en septiembre de 2008, los gobiernos de los países centrales votaron la utilización de sumas millonarias de dinero público[3]. La utilización de fondos estatales para salvar al capitalismo en tiempos de crisis de ninguna manera implica una medida socialista, como pretendía cierta propaganda, sino que confirma sencillamente que los gobiernos capitalistas defienden los intereses de clase en cuyo nombre gobiernan. Los planes estadounidense y europeo en curso ni siquiera constituyen una nacionalización de la banca a la vieja usanza de los gobiernos burgueses de la segunda posguerra. El gobierno estadounidense se encargó de aclarar que permanecerá como “inversor pasivo”, es decir, no ocupará ningún sitio en el directorio de los bancos, ni percibirá los dividendos que le corresponderían en caso de que los bancos se recuperen. Asimismo, permanecen en sus cargos los ejecutivos que han facturado millones en los últimos años y se siguen pagando los dividendos a los grandes accionistas. Esta inyección masiva de capital se ha transformado en la principal intervención estatal en la economía desde la crisis de los ’30. La consecuencia lógica será el aumento de las deudas de los estados, la confiscación de los ingresos populares y una hipoteca millonaria sobre las generaciones futuras.

Sin embargo, estos miles de millones de dólares, aunque contuvieron momentáneamente la perspectiva de un colapso del sistema financiero internacional, no han sido suficientes para revertir la tendencia a una recesión generalizada. La crisis financiera ha comenzado a afectar lo que vulgarmente se ha llamado la “economía real”, es decir la esfera de la producción y las firmas no financieras, como si pudiera pretenderse que ambas áreas de una única realidad capitalista pudieran independizarse.

Casi sin excepción las principales empresas capitalistas han anunciado bajas en sus ventas y sus ganancias. La tendencia recesiva se muestra también en la caída del consumo que descendió en 2008 un 3,2%, la más importante contracción desde 1980. El otro indicador es la pérdida de 2.000.000 de puestos de trabajo en el último año. La tasa de desempleo trepó al 9% pero el propio Departamento de Trabajo de Estados Unidos reconoció que ya alcanzaría el 12% si se contabilizaran los 5 millones de trabajadores que han dejado de buscar empleo[4]. La economía de Estados Unidos se contrajo al 5,6% en el primer trimestre de 2009, superando el 5,5% anualizado que esperaban los economistas. La recesión, iniciada en diciembre de 2007, ya es la más larga desde la Segunda Guerra Mundial.

Acerca de la crisis del capital en Europa

El impacto de la crisis está siendo particularmente serio en la “eurozona” y está dejando al descubierto que tras el proyecto de la Unión Europea y la moneda común siguen actuando los intereses de cada uno de los estados nacionales que la componen. Los países europeos acordaron, para mitigar la crisis bancaria, que cada país se encargará de garantizar los préstamos interbancarios dentro de sus propias fronteras, pero sin que ningún gobierno garantice el dinero prestado a los bancos vecinos. Esto demuestra que si por un lado hay presiones para tomar medidas defensivas comunes de la Unión Europea frente a las otras potencias, por otro, cada estado enfrenta problemas particulares cuyo intento de resolución choca con las necesidades de sus vecinos. En concreto, la economía de la zona euro se contrajo, durante 2009 un 2,5%, arrastrada por la caída del 3,8% del producto bruto interno alemán. Esta debacle del principal motor económico europeo no se producía desde 1970, aunque la crisis actual es más duradera y los alemanes no sufrían un período así desde la Segunda Guerra Mundial. Francia, por su parte, certificó la previsible entrada oficial en recesión tras dos trimestres consecutivos de caídas. La economía francesa destruyó en los primeros tres meses de 2010 más puestos de trabajo que en todo 2009, haciendo aumentar el desempleo en casi 150.000 personas desde principios de año. En el mismo período en España se perdieron 800.000 empleos. El desempleo alcanzó el 17,92%[5] en el segundo trimestre del año según informara el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Paralelamente, Francia cayó en los primeros tres meses de 2010 un 1,5%, Austria y Holanda un 2,8%, Italia un 2,4%, Grecia un 1,2%, España un 2,5%, Eslovaquia un 5,4%, la República Checa un 3,4%, Bulgaria un 3,5%, Rumania un 2,6% y Hungría un 2,3%[6]. Volviendo a Alemania, este país ha sido gravemente golpeado debido a la política cuyo objetivo era convertirla en la exportadora número uno del mundo. El sector manufacturero explica un cuarto de la economía alemana, mientras que en Gran Bretaña o los Estados Unidos ronda el 15%. Las exportaciones significaron el 60% del crecimiento alemán en los últimos años y se anticipa que un quinto de las mismas, por lo menos, caerán este año. El desempleo, que había bajado mucho, está en el 8,2% y sube[7]. Muchas jornadas laborales se reducen y el Estado pone la diferencia; según los analistas, esto está ocultando una suba en la desocupación. El empleo se está reduciendo en toda la industria, pero particularmente en automotrices como Daimler-Benz, BMW y Audi, y en autopartistas. Y los fabricantes de maquinaria de Alemania se han visto muy afectados debido al colapso del comercio mundial. Alemania vendió mucha maquinaria a los chinos, utilizada por ellos para fabricar las mercancías que venden al mundo. En la Unión Europea el número de desocupados es de 17,5 millones, 1,6 millones más que en 2008, habiendo escalado la desocupación hasta el 10% de la población activa.

Respecto al estallido de la crisis en Grecia, la implantación del euro, en un contexto de boom económico, intensificó la interconexión financiera entre los diferentes países de Europa y facilitó el endeudamiento de los países económicamente más débiles. La existencia del euro en Grecia, España, Portugal e Italia propició un estímulo extra a los banqueros alemanes, franceses y británicos a invertir en ellos ya que no corrían el riesgo de que los beneficios obtenidos en las operaciones que se hacían en esos países se vieran mermados por eventuales devaluaciones de sus monedas nacionales. Sin embargo, con la crisis, la debilidad histórica de estas economías salió otra vez a la superficie, manifestándose, entre otros aspectos, en un crecimiento vertiginoso del déficit y la deuda.

Debido a la interconexión financiera alcanzada en los últimos años, la crisis inmobiliaria española, por ejemplo, se ha convertido en un problema de la banca europea. Además, bancos y gobiernos comunitarios se deben billones de euros entre sí lo que provoca que, si uno cae, el efecto arrastre es inmediato. Así por ejemplo, Italia le debe a Francia 511.000 millones de euros lo que representa el 20% del PBI francés; la banca española posee casi un tercio de la deuda portuguesa, más de 86.000 millones de dólares; el Estado español le debe a Francia 220.000 millones, a Alemania 238.000 millones y a Reino Unido 114.000 millones de dólares, según datos del Banco Interamericano de Pagos. Esa profunda interrelación es lo que hace que los problemas que se manifiestan en un país, repercutan en el conjunto, afectando a la propia estabilidad del euro.

Aunque en los últimos meses las manifestaciones más espectaculares de la crisis se han producido en la periferia del grupo de países capitalistas más desarrollados, el problema de la deuda afecta de lleno al núcleo central del sistema. La enfermedad se manifiesta en primer lugar en los países económicamente más débiles, pero la noción de “contagio” de países “enfermos” a países “sanos” es errónea. El virus de la enfermedad ya está incubado en todos los países, tanto en el sector público como en el privado. Las oleadas de crisis no hacen más que llevar a la superficie problemas que ya existen. En la medida que todas las condiciones objetivas están dadas, cualquier accidente puede ser el desencadenante de un nuevo episodio de la crisis, aunque adquiera la apariencia de un proceso de contagio. La crisis griega por ejemplo, se desató con el “descubrimiento”, en noviembre de 2009, de que las cuentas del Estado estaban falseadas. Esa mentira podría quedar reducida a una inocencia infantil cundo se conozca el déficit real de los bancos de los demás países europeos que están maquillando sus cuentas, minimizando el volumen de los préstamos en peligro de entrar en mora.

Frente al colapso de la economía griega, el 10 de mayo de 2010 se decidió acordar un plan de salvataje de 750.000 millones de euros. Inicialmente provocó una espectacular euforia en la bolsas, pero casi de inmediato, abrió una profunda sensación de incertidumbre y nerviosismo. Lo que sucede es que tanto los niveles de endeudamiento como los planes de austeridad que se comienzan a aplicar para contener aquellos, inciden de forma depresiva sobre la economía. La burguesía europea es consciente de la fragilidad y la inconsistencia de este plan y la propia Angela Merkel ha dejado bien claro que el objetivo real del mismo es “comprar tiempo”. En otras palabras, la burguesía europea quiere tener más margen para preparar el terreno político para poner en marcha los planes salvajes de ajuste contra la clase obrera, que no han hecho más que empezar. Esto es lo verdaderamente decisivo e importante que hay detrás de los abstractos objetivos macroeconómicos.

Al día siguiente de aprobarse el plan de estabilización los periódicos se congratulaban, con grandes titulares, de que por fin la Unión Europea había dado un paso en serio hacia un gobierno único. En realidad, lo que ha ocurrido es que la dictadura política y económica del capital financiero se ha hecho más clara y exigente, materializándose en la hegemonía alemana sobre el conjunto de la Unión Europea y en la puesta en marcha de planes de ataque de envergadura histórica, contra la clase obrera de todos los países. La burguesía alemana está siendo la principal impulsora de planes que restringirán, de antemano, la política de gasto social de cualquier gobierno. En la misma línea, Bruselas desea sancionar a los países que no respeten el Pacto de Estabilidad[9]. Aparece justificada la máxima marxista según la cual los gobiernos capitalistas no son más que el consejo de administración del capital financiero. Ahora bien, el dominio de la burguesía alemana en su condición de potencia económica, de prestamista de la eurozona y avalista del euro, no necesariamente garantiza más estabilidad, ni lleva a la supresión de los intereses nacionales o a la unificación política de la Unión Europea. En ese sentido existe una disputa creciente por los mercados dentro de la propia eurozona, primer destino de las exportaciones de los principales países de la unión. Una de las fuentes de tensión entre Alemania y Francia ha tenido como punto central el superávit comercial alemán. Éste alcanza 134.000 millones de euros al año, de los que el 86% proceden del comercio en el interior de la Unión Europea[10]. La dependencia del PBI alemán de las exportaciones se ha incrementado vertiginosamente en los últimos años. En 1990 las exportaciones alemanas aportaban el 20% de su PBI, mientras que en la actualidad su peso ha alcanzado el 47%.

Bajo la misma moneda conviven distintas burguesías nacionales que compiten entre sí y economías con problemas distintos. El hecho de que se haya consolidado una moneda única sin un auténtico proceso de unificación nacional, en un contexto de crisis general del capitalismo, ha exacerbado las contradicciones al máximo.

La recuperación de la moneda nacional puede resultar tentadora en momentos de crisis pero resulta harto compleja. Una salida de Grecia o España de la zona euro provocaría una conmoción económica de consecuencias imprevisibles. Pero además, la recuperación del dracma o la peseta no resolvería el problema de la deuda, ya que está se mide en euros, con el agravante de que con una moneda más débil, sería más costoso amortizarla.

Colofón.

A diferencia del crecimiento de los “treinta gloriosos”[11], que fue posibilitado por una destrucción masiva de fuerzas productivas en la década de 1930 y en la guerra mundial misma, la salida de la crisis de los ’70 fue mucho más traumática para el capital. La adopción del modelo de acumulación “neoliberal” implicó un aumento brutal de la explotación de los trabajadores, tanto de los países centrales como de los periféricos, donde se impusieron privatizaciones masivas y apertura de las economías nacionales al capital imperialista. Las condiciones favorables para el capital tras la derrota del ascenso revolucionario de 1968-81 se profundizaron con la caída del Muro de Berlín y la restauración capitalista desembozada en los ex estados obreros, principalmente Rusia y China, retornando esa última a la órbita del capitalismo mundial como proveedora de mano de obra barata, favoreciendo la depresión del precio de la fuerza de trabajo a nivel mundial. Al mismo tiempo, la caída de los precios de las materias primas, la desregulación de los mercados y una nueva división internacional del trabajo en el marco de una mayor internacionalización y promoción de los negocios financieros, permitieron una recuperación de la tasa de ganancia aunque a niveles menores que la de los años del boom de posguerra.

La profundidad de la crisis actual[12], que justifica su comparación con el crack del ’29 y la Gran Depresión, está dada porque estas dos contra-tendencias en las que se basó el neoliberalismo –el aumento de la plusvalía absoluta y relativa y la incorporación de nuevos territorios para la explotación capitalista- además de los negocios financieros, que funcionaron durante al menos un cuarto de siglo, han fracasado como plataforma para conseguir un nuevo período prolongado de crecimiento capitalista.

En el sistema capitalista, cada cierto período de tiempo se produce una crisis económica. Esta crisis lo es de sobreproducción, de mercancías no vendidas. Cada crisis económica reviste formas más graves que la anterior, porque las medidas tomadas para sortearla agravan el carácter de la siguiente. Las crisis económicas se manifiestan en cierres de empresas, paro y subconsumo de la clase trabajadora, y se suelen acompañar de galopantes procesos inflacionarios de los precios, que agravan aún más las condiciones de vida de los sectores populares.

En los últimos años, el capitalismo global ha logrado el “milagro” de aumentar los beneficios empresariales y, a la vez, incrementar la capacidad de consumo de las clases trabajadoras disminuyendo los salarios. Ello se ha logrado a costa de endeudar hasta niveles nunca vistos a los trabajadores y otros sectores populares. Con la extensión del crédito a los consumidores, el capital consigue mantener una demanda artificial y evitar el estallido inmediato de las crisis de sobreproducción. Además, la burguesía financiera obtiene beneficios adicionales con esta estrategia, aplicando intereses abusivos y, en el caso de la compra de una vivienda, exigiendo la garantía de la propiedad. La inversión en inmuebles desplaza capitales desde la bolsa y se pasa a construir, no con la mirada puesta en la venta para cubrir la necesidad de viviendas, sino en los rápidos beneficios que proporciona un encarecimiento provocado por el aumento de la demanda. Quienes finalmente han podido conseguir una vivienda, lo han logrado a costa de ceder al banco, durante un período de 25 a 50 años, la mitad o más de sus ingresos futuros. Por la vía del endeudamiento el capitalismo ha conseguido aplazar la crisis descargando el costo de este aplazamiento sobre los trabajadores. En este contexto, la crisis financiera no es una crisis de confianza, como se publicita, sino la consecuencia ineludible de la voracidad del capital, que ha limitado la capacidad de pago de los sectores populares a tal extremo que esto se vuelve en contra del mismo capital financiero. Efectivamente, si el pago de las hipotecas ha disminuido en los últimos meses, al mismo tiempo los bancos se encuentran ante el problema de que las hipotecas están garantizadas por unas viviendas cuyos precios tienden a bajar.

Los proyectos burgueses en danza no incluyen promesas de retribución a los trabajadores. El Fondo Monetario Internacional (FMI) considera que las políticas de austeridad, que golpearán gravemente a los trabajadores europeos, constituyen la única alternativa de superación de la crisis fiscal y de la supuesta pérdida de competitividad internacional de las economías. Al respecto, el Primer Subdirector Gerente y Presidente interino del Directorio Ejecutivo, John Lipsky, señaló: “La sólida implementación de reformas orientadas a flexibilizar el mercado de trabajo, mejorar la competencia interna y racionalizar la administración pública será esencial en la estrategia de la recuperación de la economía griega”[13]. La constatación de este hecho debería alcanzar para postular el rechazo contundente de cualquier proyecto de reconstrucción burgués, porque en este campo existe una nítida contraposición de intereses entre los capitalistas y los trabajadores. Para apuntalar la reconstrucción capitalista habría que favorecer su rentabilidad y deprimir el costo de la fuerza de trabajo. Es evidente que los recursos del Estado utilizados para financiar la resurrección del capital absorben el dinero necesario para el gasto social, la salud y la educación. Lo que dificulta la comprensión popular de esta realidad es el dominio político que ejerce la clase dominante a través de sus partidos, funcionarios, instituciones y medios de comunicación. Esa hegemonía impone la agenda de temas que aborda el movimiento popular y explica porqué se discute el porvenir del mundo en términos de futuro burgués. Como se presupone la inexorabilidad del sistema actual sólo queda espacio para discernir cuál de los modelos capitalistas resultaría más conveniente. Los cuestionamientos previos son eliminados y nadie pregunta porqué los trabajadores deberían esforzarse para solventar las ganancias de sus actuales o próximos patrones. Pero existe un rumbo alternativo que requiere concebir la necesidad de otra sociedad, porque el capitalismo perpetúa la explotación en cualquiera de sus variantes y obstruye el desarrollo de las fuerzas productivas.

Frente a las ficciones de ciertas corrientes de pensamiento dominantes que negaban y niegan no sólo la perspectiva de lucha de los trabajadores sino además, la misma existencia del mundo del trabajo y de su protagonista: el obrero, esta crisis marca el preludio del resurgimiento de un sujeto histórico renovado, por la proletarización de amplios sectores sociales, que empiezan a prepararse para dar respuestas a las embestidas del capital. La crisis capitalista reside, en última instancia, en la disminución relativa de la producción de valor y por las crecientes dificultades que encuentra el capital global para seguir incrementando tanto la masa como la cuota de plusvalía[14]. Por ello al capital no le queda otra alternativa que hacerlo a partir de la expropiación del fondo de consumo y de vida de la fuerza de trabajo y extendiendo la superexplotación del trabajo en el seno mismo de los países del capitalismo avanzado. Ahora bien, ¿cómo crear empleo, o sea consumo, para que el sistema siga adelante? La población mundial crece y los humanos viven más, al tiempo que la oferta de mercancías aumenta y la de trabajo disminuye.

Es por ello que desde el punto de vista de los intereses de la clase obrera, el debate no puede ser euro sí o euro no. Dentro o fuera del euro la burguesía necesita atacar a los trabajadores y lo está haciendo. La ruptura con el euro no significa la resolución de la crisis capitalista. Mientras el estado español, Grecia, Alemania o cualquier otro país siga siendo capitalista la burguesía intentará descargar sobre los hombros de los asalariados el peso de la crisis, y los problemas para la mayoría de la población seguirán siendo fundamentalmente los mismos. La auténtica disyuntiva es capitalismo o socialismo y esta lucha sólo es posible, hoy más que nunca, con la unidad de la clase obrera de toda Europa en una lucha común contra la burguesía de todos los países.

La lucha de clases en Europa no ha hecho más que empezar. La experiencia demostrará que la única alternativa a los problemas de los trabajadores de todo ese continente es una Federación Socialista de Europa. Sólo se podrá hacer efectivo el verdadero potencial económico y cultural europeo a partir de la expropiación de la banca, los monopolios y los latifundios, para sentar las bases de una economía planificada bajo control de los trabajadores que acabe con el flagelo del desempleo, mejore todas las conquistas en materia de sanidad y educación, termine con cualquier tipo de opresión nacional y establezca una auténtica igualdad entre las personas.



[1] Existe una perspectiva de desalojo de sus viviendas para dos millones de familias en el curso de los próximos 18 meses, New York Times, edición del 25 de enero de 2008.

[2] “Otro tanto se manifiesta en la sobreproducción de mercancías, en el abarrotamiento de los mercados. Puesto que el fin del capital no es la satisfacción de las necesidades sino la producción de ganancias, y puesto que sólo logra esta finalidad en virtud de métodos que regulan el volumen de la producción con arreglo a la escala de la producción y no a la inversa, debe producirse constantemente una escisión entre las restringidas dimensiones del consumo sobre bases capitalistas y una producción que tiende constantemente a superar esa barrera que le es inmanente”, Marx, Carlos, El Capital, Tomo III, Fondo de Cultura Económica, México, 1999.

[3] Con el estallido de la crisis cada estado de los países centrales tomó medidas –como por ejemplo, EEUU, Rusia, Francia, Inglaterra y Alemania-, para defender los intereses de sus monopolios lo que demuestra la falsedad de la tesis de los “globalizadores” sobre la desaparición de los Estados nacionales en el mundo actual.

[4] La economía estadounidense fabricó medio millón de desocupados nuevos en noviembre y otros tantos en diciembre de 2008. 2,6 millones de puestos de trabajo se perdieron en 2008. Diario Clarín, edición del 25 de enero de 2009.

[5] Equivale a 4,13 millones de personas.

[6] Diario Clarín, edición del 16 de mayo de 2010.

[7] Diario Clarín, edición del 07 de junio de 2009.

[8] Fuente: Eurostat. Para Finlandia la tasa de crecimiento está calculada a partir de 2008.

[9] Adoptado en 1997 y que limita al 3% del PBI el déficit público.

[10] Las exportaciones alemanas a otros países europeos se han incrementado, entre 1995 y 2008 a un ritmo del 7,4% anual, mientras que las exportaciones al resto del mundo aumentaron a un promedio del 2,2% anual. Diario El País, edición del 24 de mayo de 2010.

[11] Denominación que adoptó el período 1945/1975 en referencia a las tasas inéditas de crecimiento económico alcanzadas en dicha etapa.

[12] www.fundacionfedericoengels.org

[13] FMI, Comunicado de Prensa nº 10/87 (S) del 09 de mayo de 2010, en: http://www.imf.org/external/spanish/np/sec/pr/2010/pr10187s.htm.

[14] “Cuanto mayor es el desarrollo capitalista afianzado en el aumento de la capacidad productiva del trabajo debida al desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad capitalista global, tanto menor es la reducción de la magnitud de la que depende –dentro de la jornada de trabajo- el valor medio de la fuerza de trabajo determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su reproducción. Ocurre, entonces, una producción cada vez menor de valor que castiga la producción de plusvalía y, en el largo plazo, provoca la caída de la tasa de ganancia”, Marx, Carlos, El Capital, Tomo III, Fondo de Cultura Económica, México, 1999.