viernes, 1 de octubre de 2010

ACERCA DE LA CRISIS DEL CAPITAL EN EUROPA

Antecedentes.

En 2008 la crisis financiera, originada en el estallido de la burbuja inmobiliaria y crediticia norteamericana, se transformó en la peor crisis de la economía capitalista desde el crack de 1929 y la Gran Depresión de la década de 1930.

Las medidas tomadas por los estados capitalistas para tratar de contener la crisis hablan por sí mismas de su magnitud. El Congreso estadounidense destinó 700.000 millones de dólares para tratar de evitar la quiebra bancaria y los principales estados europeos comprometieron para el mismo fin la suma de 1,9 billones de euros.

Las consecuencias políticas de esta crisis empezaron a verse con el amplio triunfo electoral de Barack Obama que se transformó en el primer presidente afroamericano de la principal potencia imperialista. Para amplios sectores de la burguesía estadounidense Obama es la opción más favorable para tratar de relegitimar a los Estados Unidos internacionalmente. Paralelamente, se ha conservado para el Partido Demócrata el rol de contención que históricamente ha jugado ante una eventual agudización de la lucha de clases. Entre los factores que llevaron masivamente a jóvenes, trabajadores, afroamericanos y demás minorías oprimidas a votar por el candidato demócrata están sin duda la recesión de la economía y el pantano en que se encuentran las guerras de Irak y Afganistán.

Durante los últimos veinte años el capitalismo sufrió varias crisis como la de Wall Street en 1987; el fin de la burbuja inmobiliaria japonesa en 1990; la crisis del sistema monetario europeo en 1992; México en 1994; Indonesia y el sudeste asiático en 1997; Rusia en 1998; brusca devaluación en Brasil en 1999; crisis de las “punto com” y recesión en Estados Unidos en 2001; crack de la economía argentina a fines de ese mismo año. Sin embargo, ninguna tuvo la magnitud ni los alcances de la actual. La crisis que hoy estamos presenciando se originó en el corazón del sistema capitalista mundial, Estados Unidos, y desde allí se extendió al resto del mundo, golpeando seriamente a la Unión Europea, Japón, Rusia y los países periféricos.

Causas de la crisis

La crisis de las hipotecas subprime fue el detonante de una crisis que está poniendo en cuestión las bases sobre las que se sostuvo el capitalismo en los últimos 30 años. En el plano interno, el capitalismo norteamericano vivió los últimos años del endeudamiento más allá de las posibilidades de repago de millones de hogares. Paralelamente, durante estos años Estados Unidos actuó como consumidor en última instancia de las mercancías producidas en distintas partes del mundo, principalmente de las exportaciones chinas, lo que llevó a un aumento de su déficit comercial. El crecimiento del consumo fue posible sobre la base de la extensión del crédito y del capital ficticio por la vía del desarrollo exponencial del mercado de acciones, derivados, etc., que produjo un doble efecto: por un lado, favoreció el negocio de los bancos, que pasaron a apropiarse de una cuota de plusvalía por medio del cobro de intereses, y por el otro, redujo a valores negativos la tasa de ahorro de los hogares.

La crisis bancaria disimula, entonces, una crisis de sobreproducción que el crédito al consumo ha tratado infructuosamente de superar: las fuerzas productivas desbordan el marco capitalista en que fueron creadas. El panorama para millones de trabajadores es claro: deberán vender sus artefactos domésticos y perder sus ahorros bancarios o financieros, y en primer lugar sus viviendas, para pagar las deudas contraídas para comprarlos[1]. El capitalismo entraña la contradicción entre la tendencia a ampliar ilimitadamente la producción y la capacidad limitada de compra de los consumidores fundamentales, los trabajadores[2].

El endeudamiento norteamericano pudo sostenerse gracias al financiamiento de otros estados, principalmente China, Japón y los países exportadores de petróleo, que invirtieron en los bonos del Tesoro estadounidense y tienen gran parte de sus reservas en dólares. Este tipo de financiamiento fue posible gracias a que Estados Unidos se mantuvo, aún en decadencia, como la única potencia imperialista hegemónica y el dólar continuó siendo la moneda de reserva mundial. Pero a la vez, significa que está expuesto a las decisiones que tomen otros gobiernos sobre sus reservas, lo que en sí mismo es expresión que esta hegemonía ha entrado en crisis.

Consecuencias.

Ante la perspectiva de un colapso general de todo el sistema financiero, que se acercó peligrosamente a la realidad en septiembre de 2008, los gobiernos de los países centrales votaron la utilización de sumas millonarias de dinero público[3]. La utilización de fondos estatales para salvar al capitalismo en tiempos de crisis de ninguna manera implica una medida socialista, como pretendía cierta propaganda, sino que confirma sencillamente que los gobiernos capitalistas defienden los intereses de clase en cuyo nombre gobiernan. Los planes estadounidense y europeo en curso ni siquiera constituyen una nacionalización de la banca a la vieja usanza de los gobiernos burgueses de la segunda posguerra. El gobierno estadounidense se encargó de aclarar que permanecerá como “inversor pasivo”, es decir, no ocupará ningún sitio en el directorio de los bancos, ni percibirá los dividendos que le corresponderían en caso de que los bancos se recuperen. Asimismo, permanecen en sus cargos los ejecutivos que han facturado millones en los últimos años y se siguen pagando los dividendos a los grandes accionistas. Esta inyección masiva de capital se ha transformado en la principal intervención estatal en la economía desde la crisis de los ’30. La consecuencia lógica será el aumento de las deudas de los estados, la confiscación de los ingresos populares y una hipoteca millonaria sobre las generaciones futuras.

Sin embargo, estos miles de millones de dólares, aunque contuvieron momentáneamente la perspectiva de un colapso del sistema financiero internacional, no han sido suficientes para revertir la tendencia a una recesión generalizada. La crisis financiera ha comenzado a afectar lo que vulgarmente se ha llamado la “economía real”, es decir la esfera de la producción y las firmas no financieras, como si pudiera pretenderse que ambas áreas de una única realidad capitalista pudieran independizarse.

Casi sin excepción las principales empresas capitalistas han anunciado bajas en sus ventas y sus ganancias. La tendencia recesiva se muestra también en la caída del consumo que descendió en 2008 un 3,2%, la más importante contracción desde 1980. El otro indicador es la pérdida de 2.000.000 de puestos de trabajo en el último año. La tasa de desempleo trepó al 9% pero el propio Departamento de Trabajo de Estados Unidos reconoció que ya alcanzaría el 12% si se contabilizaran los 5 millones de trabajadores que han dejado de buscar empleo[4]. La economía de Estados Unidos se contrajo al 5,6% en el primer trimestre de 2009, superando el 5,5% anualizado que esperaban los economistas. La recesión, iniciada en diciembre de 2007, ya es la más larga desde la Segunda Guerra Mundial.

Acerca de la crisis del capital en Europa

El impacto de la crisis está siendo particularmente serio en la “eurozona” y está dejando al descubierto que tras el proyecto de la Unión Europea y la moneda común siguen actuando los intereses de cada uno de los estados nacionales que la componen. Los países europeos acordaron, para mitigar la crisis bancaria, que cada país se encargará de garantizar los préstamos interbancarios dentro de sus propias fronteras, pero sin que ningún gobierno garantice el dinero prestado a los bancos vecinos. Esto demuestra que si por un lado hay presiones para tomar medidas defensivas comunes de la Unión Europea frente a las otras potencias, por otro, cada estado enfrenta problemas particulares cuyo intento de resolución choca con las necesidades de sus vecinos. En concreto, la economía de la zona euro se contrajo, durante 2009 un 2,5%, arrastrada por la caída del 3,8% del producto bruto interno alemán. Esta debacle del principal motor económico europeo no se producía desde 1970, aunque la crisis actual es más duradera y los alemanes no sufrían un período así desde la Segunda Guerra Mundial. Francia, por su parte, certificó la previsible entrada oficial en recesión tras dos trimestres consecutivos de caídas. La economía francesa destruyó en los primeros tres meses de 2010 más puestos de trabajo que en todo 2009, haciendo aumentar el desempleo en casi 150.000 personas desde principios de año. En el mismo período en España se perdieron 800.000 empleos. El desempleo alcanzó el 17,92%[5] en el segundo trimestre del año según informara el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Paralelamente, Francia cayó en los primeros tres meses de 2010 un 1,5%, Austria y Holanda un 2,8%, Italia un 2,4%, Grecia un 1,2%, España un 2,5%, Eslovaquia un 5,4%, la República Checa un 3,4%, Bulgaria un 3,5%, Rumania un 2,6% y Hungría un 2,3%[6]. Volviendo a Alemania, este país ha sido gravemente golpeado debido a la política cuyo objetivo era convertirla en la exportadora número uno del mundo. El sector manufacturero explica un cuarto de la economía alemana, mientras que en Gran Bretaña o los Estados Unidos ronda el 15%. Las exportaciones significaron el 60% del crecimiento alemán en los últimos años y se anticipa que un quinto de las mismas, por lo menos, caerán este año. El desempleo, que había bajado mucho, está en el 8,2% y sube[7]. Muchas jornadas laborales se reducen y el Estado pone la diferencia; según los analistas, esto está ocultando una suba en la desocupación. El empleo se está reduciendo en toda la industria, pero particularmente en automotrices como Daimler-Benz, BMW y Audi, y en autopartistas. Y los fabricantes de maquinaria de Alemania se han visto muy afectados debido al colapso del comercio mundial. Alemania vendió mucha maquinaria a los chinos, utilizada por ellos para fabricar las mercancías que venden al mundo. En la Unión Europea el número de desocupados es de 17,5 millones, 1,6 millones más que en 2008, habiendo escalado la desocupación hasta el 10% de la población activa.

Respecto al estallido de la crisis en Grecia, la implantación del euro, en un contexto de boom económico, intensificó la interconexión financiera entre los diferentes países de Europa y facilitó el endeudamiento de los países económicamente más débiles. La existencia del euro en Grecia, España, Portugal e Italia propició un estímulo extra a los banqueros alemanes, franceses y británicos a invertir en ellos ya que no corrían el riesgo de que los beneficios obtenidos en las operaciones que se hacían en esos países se vieran mermados por eventuales devaluaciones de sus monedas nacionales. Sin embargo, con la crisis, la debilidad histórica de estas economías salió otra vez a la superficie, manifestándose, entre otros aspectos, en un crecimiento vertiginoso del déficit y la deuda.

Debido a la interconexión financiera alcanzada en los últimos años, la crisis inmobiliaria española, por ejemplo, se ha convertido en un problema de la banca europea. Además, bancos y gobiernos comunitarios se deben billones de euros entre sí lo que provoca que, si uno cae, el efecto arrastre es inmediato. Así por ejemplo, Italia le debe a Francia 511.000 millones de euros lo que representa el 20% del PBI francés; la banca española posee casi un tercio de la deuda portuguesa, más de 86.000 millones de dólares; el Estado español le debe a Francia 220.000 millones, a Alemania 238.000 millones y a Reino Unido 114.000 millones de dólares, según datos del Banco Interamericano de Pagos. Esa profunda interrelación es lo que hace que los problemas que se manifiestan en un país, repercutan en el conjunto, afectando a la propia estabilidad del euro.

Aunque en los últimos meses las manifestaciones más espectaculares de la crisis se han producido en la periferia del grupo de países capitalistas más desarrollados, el problema de la deuda afecta de lleno al núcleo central del sistema. La enfermedad se manifiesta en primer lugar en los países económicamente más débiles, pero la noción de “contagio” de países “enfermos” a países “sanos” es errónea. El virus de la enfermedad ya está incubado en todos los países, tanto en el sector público como en el privado. Las oleadas de crisis no hacen más que llevar a la superficie problemas que ya existen. En la medida que todas las condiciones objetivas están dadas, cualquier accidente puede ser el desencadenante de un nuevo episodio de la crisis, aunque adquiera la apariencia de un proceso de contagio. La crisis griega por ejemplo, se desató con el “descubrimiento”, en noviembre de 2009, de que las cuentas del Estado estaban falseadas. Esa mentira podría quedar reducida a una inocencia infantil cundo se conozca el déficit real de los bancos de los demás países europeos que están maquillando sus cuentas, minimizando el volumen de los préstamos en peligro de entrar en mora.

Frente al colapso de la economía griega, el 10 de mayo de 2010 se decidió acordar un plan de salvataje de 750.000 millones de euros. Inicialmente provocó una espectacular euforia en la bolsas, pero casi de inmediato, abrió una profunda sensación de incertidumbre y nerviosismo. Lo que sucede es que tanto los niveles de endeudamiento como los planes de austeridad que se comienzan a aplicar para contener aquellos, inciden de forma depresiva sobre la economía. La burguesía europea es consciente de la fragilidad y la inconsistencia de este plan y la propia Angela Merkel ha dejado bien claro que el objetivo real del mismo es “comprar tiempo”. En otras palabras, la burguesía europea quiere tener más margen para preparar el terreno político para poner en marcha los planes salvajes de ajuste contra la clase obrera, que no han hecho más que empezar. Esto es lo verdaderamente decisivo e importante que hay detrás de los abstractos objetivos macroeconómicos.

Al día siguiente de aprobarse el plan de estabilización los periódicos se congratulaban, con grandes titulares, de que por fin la Unión Europea había dado un paso en serio hacia un gobierno único. En realidad, lo que ha ocurrido es que la dictadura política y económica del capital financiero se ha hecho más clara y exigente, materializándose en la hegemonía alemana sobre el conjunto de la Unión Europea y en la puesta en marcha de planes de ataque de envergadura histórica, contra la clase obrera de todos los países. La burguesía alemana está siendo la principal impulsora de planes que restringirán, de antemano, la política de gasto social de cualquier gobierno. En la misma línea, Bruselas desea sancionar a los países que no respeten el Pacto de Estabilidad[9]. Aparece justificada la máxima marxista según la cual los gobiernos capitalistas no son más que el consejo de administración del capital financiero. Ahora bien, el dominio de la burguesía alemana en su condición de potencia económica, de prestamista de la eurozona y avalista del euro, no necesariamente garantiza más estabilidad, ni lleva a la supresión de los intereses nacionales o a la unificación política de la Unión Europea. En ese sentido existe una disputa creciente por los mercados dentro de la propia eurozona, primer destino de las exportaciones de los principales países de la unión. Una de las fuentes de tensión entre Alemania y Francia ha tenido como punto central el superávit comercial alemán. Éste alcanza 134.000 millones de euros al año, de los que el 86% proceden del comercio en el interior de la Unión Europea[10]. La dependencia del PBI alemán de las exportaciones se ha incrementado vertiginosamente en los últimos años. En 1990 las exportaciones alemanas aportaban el 20% de su PBI, mientras que en la actualidad su peso ha alcanzado el 47%.

Bajo la misma moneda conviven distintas burguesías nacionales que compiten entre sí y economías con problemas distintos. El hecho de que se haya consolidado una moneda única sin un auténtico proceso de unificación nacional, en un contexto de crisis general del capitalismo, ha exacerbado las contradicciones al máximo.

La recuperación de la moneda nacional puede resultar tentadora en momentos de crisis pero resulta harto compleja. Una salida de Grecia o España de la zona euro provocaría una conmoción económica de consecuencias imprevisibles. Pero además, la recuperación del dracma o la peseta no resolvería el problema de la deuda, ya que está se mide en euros, con el agravante de que con una moneda más débil, sería más costoso amortizarla.

Colofón.

A diferencia del crecimiento de los “treinta gloriosos”[11], que fue posibilitado por una destrucción masiva de fuerzas productivas en la década de 1930 y en la guerra mundial misma, la salida de la crisis de los ’70 fue mucho más traumática para el capital. La adopción del modelo de acumulación “neoliberal” implicó un aumento brutal de la explotación de los trabajadores, tanto de los países centrales como de los periféricos, donde se impusieron privatizaciones masivas y apertura de las economías nacionales al capital imperialista. Las condiciones favorables para el capital tras la derrota del ascenso revolucionario de 1968-81 se profundizaron con la caída del Muro de Berlín y la restauración capitalista desembozada en los ex estados obreros, principalmente Rusia y China, retornando esa última a la órbita del capitalismo mundial como proveedora de mano de obra barata, favoreciendo la depresión del precio de la fuerza de trabajo a nivel mundial. Al mismo tiempo, la caída de los precios de las materias primas, la desregulación de los mercados y una nueva división internacional del trabajo en el marco de una mayor internacionalización y promoción de los negocios financieros, permitieron una recuperación de la tasa de ganancia aunque a niveles menores que la de los años del boom de posguerra.

La profundidad de la crisis actual[12], que justifica su comparación con el crack del ’29 y la Gran Depresión, está dada porque estas dos contra-tendencias en las que se basó el neoliberalismo –el aumento de la plusvalía absoluta y relativa y la incorporación de nuevos territorios para la explotación capitalista- además de los negocios financieros, que funcionaron durante al menos un cuarto de siglo, han fracasado como plataforma para conseguir un nuevo período prolongado de crecimiento capitalista.

En el sistema capitalista, cada cierto período de tiempo se produce una crisis económica. Esta crisis lo es de sobreproducción, de mercancías no vendidas. Cada crisis económica reviste formas más graves que la anterior, porque las medidas tomadas para sortearla agravan el carácter de la siguiente. Las crisis económicas se manifiestan en cierres de empresas, paro y subconsumo de la clase trabajadora, y se suelen acompañar de galopantes procesos inflacionarios de los precios, que agravan aún más las condiciones de vida de los sectores populares.

En los últimos años, el capitalismo global ha logrado el “milagro” de aumentar los beneficios empresariales y, a la vez, incrementar la capacidad de consumo de las clases trabajadoras disminuyendo los salarios. Ello se ha logrado a costa de endeudar hasta niveles nunca vistos a los trabajadores y otros sectores populares. Con la extensión del crédito a los consumidores, el capital consigue mantener una demanda artificial y evitar el estallido inmediato de las crisis de sobreproducción. Además, la burguesía financiera obtiene beneficios adicionales con esta estrategia, aplicando intereses abusivos y, en el caso de la compra de una vivienda, exigiendo la garantía de la propiedad. La inversión en inmuebles desplaza capitales desde la bolsa y se pasa a construir, no con la mirada puesta en la venta para cubrir la necesidad de viviendas, sino en los rápidos beneficios que proporciona un encarecimiento provocado por el aumento de la demanda. Quienes finalmente han podido conseguir una vivienda, lo han logrado a costa de ceder al banco, durante un período de 25 a 50 años, la mitad o más de sus ingresos futuros. Por la vía del endeudamiento el capitalismo ha conseguido aplazar la crisis descargando el costo de este aplazamiento sobre los trabajadores. En este contexto, la crisis financiera no es una crisis de confianza, como se publicita, sino la consecuencia ineludible de la voracidad del capital, que ha limitado la capacidad de pago de los sectores populares a tal extremo que esto se vuelve en contra del mismo capital financiero. Efectivamente, si el pago de las hipotecas ha disminuido en los últimos meses, al mismo tiempo los bancos se encuentran ante el problema de que las hipotecas están garantizadas por unas viviendas cuyos precios tienden a bajar.

Los proyectos burgueses en danza no incluyen promesas de retribución a los trabajadores. El Fondo Monetario Internacional (FMI) considera que las políticas de austeridad, que golpearán gravemente a los trabajadores europeos, constituyen la única alternativa de superación de la crisis fiscal y de la supuesta pérdida de competitividad internacional de las economías. Al respecto, el Primer Subdirector Gerente y Presidente interino del Directorio Ejecutivo, John Lipsky, señaló: “La sólida implementación de reformas orientadas a flexibilizar el mercado de trabajo, mejorar la competencia interna y racionalizar la administración pública será esencial en la estrategia de la recuperación de la economía griega”[13]. La constatación de este hecho debería alcanzar para postular el rechazo contundente de cualquier proyecto de reconstrucción burgués, porque en este campo existe una nítida contraposición de intereses entre los capitalistas y los trabajadores. Para apuntalar la reconstrucción capitalista habría que favorecer su rentabilidad y deprimir el costo de la fuerza de trabajo. Es evidente que los recursos del Estado utilizados para financiar la resurrección del capital absorben el dinero necesario para el gasto social, la salud y la educación. Lo que dificulta la comprensión popular de esta realidad es el dominio político que ejerce la clase dominante a través de sus partidos, funcionarios, instituciones y medios de comunicación. Esa hegemonía impone la agenda de temas que aborda el movimiento popular y explica porqué se discute el porvenir del mundo en términos de futuro burgués. Como se presupone la inexorabilidad del sistema actual sólo queda espacio para discernir cuál de los modelos capitalistas resultaría más conveniente. Los cuestionamientos previos son eliminados y nadie pregunta porqué los trabajadores deberían esforzarse para solventar las ganancias de sus actuales o próximos patrones. Pero existe un rumbo alternativo que requiere concebir la necesidad de otra sociedad, porque el capitalismo perpetúa la explotación en cualquiera de sus variantes y obstruye el desarrollo de las fuerzas productivas.

Frente a las ficciones de ciertas corrientes de pensamiento dominantes que negaban y niegan no sólo la perspectiva de lucha de los trabajadores sino además, la misma existencia del mundo del trabajo y de su protagonista: el obrero, esta crisis marca el preludio del resurgimiento de un sujeto histórico renovado, por la proletarización de amplios sectores sociales, que empiezan a prepararse para dar respuestas a las embestidas del capital. La crisis capitalista reside, en última instancia, en la disminución relativa de la producción de valor y por las crecientes dificultades que encuentra el capital global para seguir incrementando tanto la masa como la cuota de plusvalía[14]. Por ello al capital no le queda otra alternativa que hacerlo a partir de la expropiación del fondo de consumo y de vida de la fuerza de trabajo y extendiendo la superexplotación del trabajo en el seno mismo de los países del capitalismo avanzado. Ahora bien, ¿cómo crear empleo, o sea consumo, para que el sistema siga adelante? La población mundial crece y los humanos viven más, al tiempo que la oferta de mercancías aumenta y la de trabajo disminuye.

Es por ello que desde el punto de vista de los intereses de la clase obrera, el debate no puede ser euro sí o euro no. Dentro o fuera del euro la burguesía necesita atacar a los trabajadores y lo está haciendo. La ruptura con el euro no significa la resolución de la crisis capitalista. Mientras el estado español, Grecia, Alemania o cualquier otro país siga siendo capitalista la burguesía intentará descargar sobre los hombros de los asalariados el peso de la crisis, y los problemas para la mayoría de la población seguirán siendo fundamentalmente los mismos. La auténtica disyuntiva es capitalismo o socialismo y esta lucha sólo es posible, hoy más que nunca, con la unidad de la clase obrera de toda Europa en una lucha común contra la burguesía de todos los países.

La lucha de clases en Europa no ha hecho más que empezar. La experiencia demostrará que la única alternativa a los problemas de los trabajadores de todo ese continente es una Federación Socialista de Europa. Sólo se podrá hacer efectivo el verdadero potencial económico y cultural europeo a partir de la expropiación de la banca, los monopolios y los latifundios, para sentar las bases de una economía planificada bajo control de los trabajadores que acabe con el flagelo del desempleo, mejore todas las conquistas en materia de sanidad y educación, termine con cualquier tipo de opresión nacional y establezca una auténtica igualdad entre las personas.



[1] Existe una perspectiva de desalojo de sus viviendas para dos millones de familias en el curso de los próximos 18 meses, New York Times, edición del 25 de enero de 2008.

[2] “Otro tanto se manifiesta en la sobreproducción de mercancías, en el abarrotamiento de los mercados. Puesto que el fin del capital no es la satisfacción de las necesidades sino la producción de ganancias, y puesto que sólo logra esta finalidad en virtud de métodos que regulan el volumen de la producción con arreglo a la escala de la producción y no a la inversa, debe producirse constantemente una escisión entre las restringidas dimensiones del consumo sobre bases capitalistas y una producción que tiende constantemente a superar esa barrera que le es inmanente”, Marx, Carlos, El Capital, Tomo III, Fondo de Cultura Económica, México, 1999.

[3] Con el estallido de la crisis cada estado de los países centrales tomó medidas –como por ejemplo, EEUU, Rusia, Francia, Inglaterra y Alemania-, para defender los intereses de sus monopolios lo que demuestra la falsedad de la tesis de los “globalizadores” sobre la desaparición de los Estados nacionales en el mundo actual.

[4] La economía estadounidense fabricó medio millón de desocupados nuevos en noviembre y otros tantos en diciembre de 2008. 2,6 millones de puestos de trabajo se perdieron en 2008. Diario Clarín, edición del 25 de enero de 2009.

[5] Equivale a 4,13 millones de personas.

[6] Diario Clarín, edición del 16 de mayo de 2010.

[7] Diario Clarín, edición del 07 de junio de 2009.

[8] Fuente: Eurostat. Para Finlandia la tasa de crecimiento está calculada a partir de 2008.

[9] Adoptado en 1997 y que limita al 3% del PBI el déficit público.

[10] Las exportaciones alemanas a otros países europeos se han incrementado, entre 1995 y 2008 a un ritmo del 7,4% anual, mientras que las exportaciones al resto del mundo aumentaron a un promedio del 2,2% anual. Diario El País, edición del 24 de mayo de 2010.

[11] Denominación que adoptó el período 1945/1975 en referencia a las tasas inéditas de crecimiento económico alcanzadas en dicha etapa.

[12] www.fundacionfedericoengels.org

[13] FMI, Comunicado de Prensa nº 10/87 (S) del 09 de mayo de 2010, en: http://www.imf.org/external/spanish/np/sec/pr/2010/pr10187s.htm.

[14] “Cuanto mayor es el desarrollo capitalista afianzado en el aumento de la capacidad productiva del trabajo debida al desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad capitalista global, tanto menor es la reducción de la magnitud de la que depende –dentro de la jornada de trabajo- el valor medio de la fuerza de trabajo determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su reproducción. Ocurre, entonces, una producción cada vez menor de valor que castiga la producción de plusvalía y, en el largo plazo, provoca la caída de la tasa de ganancia”, Marx, Carlos, El Capital, Tomo III, Fondo de Cultura Económica, México, 1999.