martes, 2 de junio de 2009

LA CRISIS DEL CAPITALISMO

Antecedentes.

La formación económico-social capitalista es un sistema económico, social y político que, por su propia naturaleza, se desenvuelve a través de crisis periódicas, tanto estructurales o sistémicas como cíclicas. La historia de los pasados tres siglos del capitalismo registran por lo menos cuatro crisis sistémicas:
1) La que en la segunda mitad del siglo XVIII enmarcó el desarrollo de la primera Revolución Industrial, a la que estuvieron vinculados significativos procesos sociopolíticos como la revolución de independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa, el movimiento luddista(1) en Gran Bretaña y las revoluciones de independencia en América Latina y el Caribe, entre los más relevantes.
2) La de mediados del siglo XIX que propició las revoluciones de 1848-1849 en varios países de Europa, en las que apareció por primera vez el proletariado como clase organizada, aunque todavía subordinada al programa de la burguesía. Este proceso desembocó en la transformación del sistema capitalista y su ingreso en la fase imperialista, caracterizada por la fusión del capital industrial con el bancario, de donde surgió el capital financiero.
3) La llamada “Gran Crisis” de 1929-1933 en la estuvo seriamente comprometida la supervivencia del propio sistema capitalista, a la que estuvieron asociados la derrota de la clase obrera por los regímenes fascistas de Italia, Alemania y España, la Segunda Guerra Mundial, la división del planeta en dos grandes bloques, así como el triunfo de las revoluciones en Rusia, China, Vietnam y Corea del Norte, y los procesos de independencia de la India y los países africanos.
4) Y la más reciente crisis sistémica que se inició a principios de la década de 1970 con la crisis del dólar estadounidense y la consiguiente ruptura unilateral por parte de Estados Unidos del patrón oro-dólar. Esta crisis internacional dio paso a la adopción del modelo de acumulación neoliberal como estrategia para tratar de amortiguar la caída de la tasa de ganancia del capital global.
Por otro lado, la historia del capitalismo registra, asimismo, numerosas crisis cíclicas como las siguientes: 1819-1821, 1847-1848, 1871-1873 (a la que estuvo relacionada la Comuna de París), 1902-1903 (a la que estuvieron relacionadas la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa), 1929-1933 (que coincidió con la crisis sistémica de esos años), y la de principios de la década de 1970. Estas crisis han sido más cortas (de 5 a 7 años de duración) y han coincidido en diversas ocasiones, como se dijera supra, con las crisis estructurales.
Al término de la Segunda Guerra Mundial varios factores confluyeron para que tuviera lugar la llamada “expansión de posguerra”, etapa que se extendió de 1947 a 1973 y que también fue conocida como los “30 años dorados” del capitalismo. Entre dichos factores destacan los siguientes:
A) El nuevo marco institucional diseñado y convenido en Bretón Woods, New Hampshire, Estados Unidos en 1944, que regiría las relaciones, dinámica y operaciones del sistema capitalista internacional: ONU, FMI, Banco Mundial, BID y GATT (ahora OMC).
B) La reconstrucción de Europa mediante el Plan Marshall y del Japón con un plan específico.
c) La introducción a los procesos productivos, que generaron nuevas ramas económicas, de las primeras innovaciones que caracterizarían a la Tercera Revolución Científico-Técnica, la cual se desplegó plenamente a partir de la década de 1980: microelectrónica, cibernética, informática, aeroespacial, energía nuclear, robótica, comunicación satelital, biotecnología e ingeniería genética. Esta introducción promovió un proceso de recuperación y profundización de los procesos de acumulación de capital en los países industrializados, preponderantemente en Estados Unidos, que lo llevaron a convertirse en la primera potencia económica, tecnológica y militar del mundo.
D) La aplicación generalizada de políticas keynesianas que promovieron la configuración de la “economía mixta” y el Estado de Bienestar, mediante el intervencionismo económico estatal, políticas monetarias expansionistas y políticas fiscales deficitarias.
E) La industrialización de numerosos países de lo que se denominó en esos años el “Tercer Mundo”, por la vía de las inversiones extranjeras directas de las empresas multinacionales, y mediante el modelo de sustitución de importaciones (en particular, en América Latina). Estos factores ampliaron y fortalecieron los mercados internos de estos países, redundaron en desarrollos importantes de su infraestructura básica, su modernización y la elevación de los estándares de vida de los sectores populares y medios, además de ampliar, fortalecer y acelerar sus procesos de acumulación de capital.
En este período de más de dos décadas, las tasas de crecimiento económico de los países centrales fueron de entre 3 y 5% anual, sobresaliendo Japón con una tasa promedio de 7%. En numerosos países de América Latina el crecimiento tuvo tasas de entre 3, 4 y hasta 5%, destacando México con una tasa ligeramente superior a 6% anual. Durante la mayoría de todos estos años, y salvo breves períodos, la inflación no fue muy alta; pero hacia finales de los años sesenta y principios de los setenta comenzó a representar un factor de incertidumbre y desaceleración de la acumulación de capital.
Durante los últimos años de la década de 1960 y los años inmediatamente posteriores, se presenció la última oleada ofensiva contra el dominio del capital de la clase obrera y los sectores populares en numerosos países. Las reivindicaciones iban desde el mejoramiento de los salarios y las condiciones de trabajo y de vida, hasta la conquista del propio poder.

Crisis general del capitalismo y modelo de capitalismo neoliberal.

La crisis capitalista internacional de principios de la década de 1970 marcó el fin de esa prolongada fase de expansión económica, hizo a un lado las políticas keynesianas y propició las condiciones para la contraofensiva del capital más concentrado.
Hacia mediados de la década del '70 del siglo XX, una nueva crisis de sobreproducción afectó al sistema capitalista en su conjunto. Esta nueva crisis denominada “del petróleo”-, combinó recesión con inflación(2) e instaló el peor escenario económico posible. Una de las principales causas de la crisis fue el aumento unilateral del precio del petróleo decretado por los países nucleados en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (O.P.E.P.) por la incidencia directa que tal ajuste provocara en el costo en capital constante. A partir de allí se volvió prioritario utilizar materiales sintéticos para reemplazar las materias primas estratégicas y buscar formas de producción que insumieran menos energía. El nuevo paradigma tecnológico se conformó en torno a la microelectrónica y posibilitó el abaratamiento de la información. Por otro lado, la finalización del proceso de liberación nacional en buena parte de África y Asia privó a los países centrales del hasta entonces fácil (y barato) acceso a las materias primas que succionaban de sus colonias. Pero el problema era más profundo; al respecto señala GAZIER “…no obstante, el choque del petróleo solamente fue un disparador de la recesión; a partir de 1970 la tendencia al crecimiento había flexionado, y las presiones inflacionarias fuertes llevan fecha de finales de 1972. Se puede señalar una similitud entre los años 1974-75 y los años 1929-30: la amplitud del retroceso es comparable…” (3).
Más allá de las causas de esta nueva fase recesiva cuyos efectos se prolongan hasta la actualidad, como se anticipara supra, lo medular de la crisis era que la sobreproducción se volvía a instalar. Tal superproducción no reapareció principalmente por influjo de una demanda insolvente (como sucediera durante la década del '30 del siglo XX), sino por el fenomenal desarrollo de las fuerzas productivas. La denominada revolución científico-técnica fue gestada para extraer mayores tasas de ganancia pero produjo, por entonces, exactamente lo contrario por el impacto del aumento de la composición orgánica del capital(4). Esta contradicción creciente entre una mayor capacidad productiva y las dificultades para realizar la plusvalía extraída, intentó resolverse mediante la introducción de un nuevo modelo de acumulación(5).
Una de las causas que a juicio de John Kenneth Galbraith provocaron, o al menos agudizaron, la crisis general del capitalismo que estallara en 1929 fue de carácter doctrinario. A su juicio la carencia de una alternativa ideológica para enfrentar la crisis contribuyó a profundizar la misma. A ese respecto recuerda que el por entonces presidente de los E.E.U.U., Hoover, se paralizó en la creencia que el ritmo de los negocios encontraría de manera natural y espontánea su rumbo.
En ese sentido la clase capitalista demostró haber aprendido esa lección. En pleno auge del modelo de capitalismo benefactor(6), el economista Friedrich Hayek publicó su obra Camino de Servidumbre (1944) y en 1947, formó la Sociedad de Mont Pèlerin (Suiza), en la que intervinieron entre otros, Milton Friedman y Karl Popper. La tesis básica de estos teóricos, propia del pensamiento económico neoclásico(7), es que el mercado conforma el mejor instrumento (el más eficaz), para la asignación de recursos y la satisfacción de necesidades. Un mecanismo de autorregulación que conduciría al óptimo social y que, por ende, resultaría intrínsecamente superior(8). Por eso se impugna al Estado de Bienestar y, en general, al Estado como dispositivo de redistribución en beneficio de las clases desfavorecidas de la sociedad. Desde el punto de vista teórico, el modelo neoliberal parte del supuesto que el mundo está compuesto de individuos competitivos y supone que dichos individuos se comportan de manera competitiva para maximizar ganancias. A partir de este supuesto, los predicadores de este ideario concluyen que la economía de libre mercado es el resultado racional de la libre competencia individual. En definitiva, la visión del mundo de la teoría neoliberal deriva de un modo de teorizar que se abstrae y hasta prescinde del mundo real. Se trata de un encuadre teórico defectuoso pero que es política e ideológicamente útil.
En definitiva, y a diferencia de los sucesos del '30 (donde el modelo keynesiano se introdujo sólo unos cuantos años después de desatada la crisis), la fuerza del capital estuvo pertrechada ideológicamente para enfrentar la crisis general del capitalismo de los ´70, abandonando de inmediato el modelo benefactor e instalando en su reemplazo el modelo neoliberal o neoconservador.
El aludido modelo de acumulación fue inicialmente instrumentado en los últimos años de la década de 1970 y comienzos de la de 1980 en los países capitalistas más industrializados, especialmente en Gran Bretaña bajo el gobierno de Margaret Thatcher y en Estados Unidos bajo el primer gobierno de Ronald Reagan. A partir de entonces y hasta nuestros días, el modelo neoliberal y el capital monopolista se extendieron por todo el mundo y se han mantenido como ejes rectores de la economía, la vida social, la política, las relaciones internacionales y la cultura en la mayoría de los países de todos los continentes.
Esta nueva estrategia capitalista se propuso dos objetivos prioritarios, por un lado la promoción del crecimiento económico, y por el otro, el aumento, o al menos la amortiguación, de la caída de la tasa de ganancia del capital privado. Para alcanzar las referidas metas el programa neoliberal apuntó a reducir los costos de la fuerza de trabajo y a disminuir el gasto público social.
El modelo de capitalismo neoliberal pudo introducirse porque a escala universal se produjo en forma previa una derrota política, militar e ideológica de la clase obrera. De tal forma, este programa se instala porque la clase dominante no necesita apelar ya a la política keynesiana del compromiso con los trabajadores para la obtención de sus mayores beneficios; por lo tanto los excluye, los margina, política, económica y socialmente. Se trata de una fortísima ofensiva de los capitalistas sobre los trabajadores a escala mundial. De cualquier manera, si bien la crisis general del capitalismo quedó resuelta a favor de la burguesía, no en todos los países tuvo la misma violencia y profundidad, siendo los más afectados los países periféricos (9).
En cuanto a los principales rasgos del modelo de capitalismo neoliberal pueden señalarse los siguientes: a) la concesión de las empresas de servicios públicos esenciales a firmas transnacionales y la consiguiente extinción del Estado empresario; b) una política tributaria que privilegia los impuestos al consumo; c) el desmantelamiento del estado benefactor en salud y educación públicas; d) la reducción del gasto público social; e) la precarización de la legislación laboral.
Lo cierto es que el modelo de acumulación neoliberal no pudo evitar que siguiera su curso la tendencia decreciente de la tasa de crecimiento económico a escala planetaria. Señala al respecto Thurow, “…en la década de los sesenta la economía mundial creció a un ritmo del 5% anual. En los años setenta, el crecimiento disminuyó hasta un 3,6% anual. En los años ochenta hubo una desaceleración más hasta un 2,8% anual y en la primera mitad de la década de los noventa el mundo ha estado experimentando un ritmo de crecimiento de apenas un 2% anual. En dos décadas el capitalismo perdió un 60% de su impulso”(10)Esto se debe, fundamentalmente, a que la estrategia de la burguesía destruye puestos de trabajo en todo el mundo por lo que afronta crecientes dificultades para realizar la plusvalía extraída.
La denominada globalización representa la creciente extensión de las relaciones de producción capitalistas a nivel planetario. Esta mundialización del capital se ha acelerado desde la restauración capitalista en los países del denominado “socialismo real”. En ese contexto cobran especial relevancia la caída del muro de Berlín (1989), la implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (U.R.S.S.) en 1991, y la incorporación del mercado asiático, en particular, China y la India.
Todas y cada una de las tesis leninistas acerca del imperialismo(11) se verifican con notable nitidez. En primer lugar, se asiste a un proceso indetenible de concentración(12) y, sobre todo, de centralización(13) del capital. Actualmente, las primeras doscientas empresas en el mundo concentran el 25% de la actividad económica mundial, aunque paralelamente, sólo absorben el 0,75% del empleo(14).El fenomenal proceso de centralización del capital ha multiplicado el número de firmas cuyo peso, es a veces, superior al de los Estados. La consecuencia inevitable del referido proceso es la traslación de la decisión política, sobre todo en los países periféricos, del ámbito público nacional al ámbito privado transnacional.
En segundo lugar, además de la exportación de mercancías, el capitalismo de nuevo signo exporta capitales; concretamente, el capital sale del país donde se genera y se coloca en países donde, seguramente, va a obtener una mayor tasa de ganancia. Esto se produce ya sea porque los insumos son más baratos, porque los salarios son más baratos, porque la presión impositiva es menor, o porque se reúnen todos esos extremos. La deslocalización hacia países de bajo coste salarial (directo e indirecto) y nulo poder sindical que posibilita el incremento de la explotación es realizado por empresas que están completamente desacopladas de los Estados-Nación.
La crisis de sobreproducción que aqueja al capitalismo, generó una masa gigantesca de mercancías y de capitales parasitarios que, en gran medida, fue colocada en los países dependientes, provocando en ellos la destrucción de las industrias vinculadas al mercado interno y un crecimiento vertical de la deuda pública. En ese contexto, la deuda externa de los países periféricos creció desmesuradamente en los últimos treinta años, generando la remisión de cuantiosos intereses hacia los Estados imperialistas.
Por otro lado, el capital de distinto signo (industrial, comercial, bancario), aparece imbrincado. Los grandes bancos son, al mismo tiempo, titulares de los grandes monopolios industriales y comerciales, es decir, aparecen fusionados(15).
Por último, una tesis leninista más se encuentra hoy definitivamente consolidada: la inexistencia de mercados sin dueño; por el contrario, todos los mercados en el mundo están repartidos, de tal forma que lo único que puede esperarse es un nuevo reparto. Este nuevo reparto se verifica por una ley objetiva del sistema según la cual el propio desarrollo capitalista es desigual. Así como a medidos del siglo XIX Alemania era una potencia atrasada y a comienzos del siglo XX había superado a Francia, la tendencia actualmente indica que hacia mediados del siglo XXI, China habrá superado a los Estados Unidos. Esta característica del capitalismo en su fase monopolista explica la inevitabilidad de la guerra. La guerra es una opción recurrente del capital monopolista en los momentos de crisis económica, porque representa una manera de reactivar la producción industrial sin necesidad de reactivar la demanda; el Estado compra la producción de armamentos con el dinero del contribuyente sin consultarlo y la población del enemigo elegido “consume”, involuntariamente, las bombas que recibe sobre su cabeza. Una vez finalizada la guerra, los grandes monopolios de la industria civil acaparan el negocio de la reconstrucción. En su libro “Capitalismo, Socialismo y Democracia” (1942), el economista Joseph Schumpeter afirmaba que “el capitalismo es por naturaleza una forma o método de cambio económico”, de sustitución de lo viejo por lo nuevo, a lo que denominaba “destrucción creativa”. La guerra sería la forma más drástica de “destrucción creativa” inherente al capitalismo.
Como consecuencia del panorama descrito, en los países centrales las megaempresas han ido desplazado o sometiendo a pequeñas y medianas industrias tradicionales y también a emprendimientos nuevos que no pueden afrontar los costos, cada vez más altos, de la innovación, que carecen de la envergadura mínima necesaria para perdurar en mercados dominados por una competencia feroz. Mientras tanto en la periferia, los fenómenos convergentes de desestatización, desnacionalización y apertura a las importaciones significaron desde la década del '80 del siglo XX, pero sobre todo desde la del '90, la declinación o en gran medida la extinción de las burguesías nacionales y la reconversión de las sobrevivientes a socias menores del capital monopolista transnacional(16).
Por otro lado, así como en el siglo XV el capital comercial comenzó a desestructurar en Europa el modelo descentralizado del feudalismo (Estado-feudo), configurando las bases para una dinámica centralizadora del moderno Estado-nación, ahora el capitalismo global propicia las bases para la configuración de una polis novedosa de unidad territorial y poblacional más amplia y de carácter supranacional: los Estados-región. Esto no significa, sin embargo, la desaparición del Estado-nación, sino su integración paulatina en polis más amplias(17).
La globalización capitalista implica la creciente interdependencia de todas las sociedades entre sí, promovida por el aumento de los flujos económicos, financieros y comunicacionales, y empujada por la tercera revolución industrial que facilita que esos flujos puedan ser realizados en tiempo real, de modo que un operador de bolsa puede operar simultáneamente en todos los grandes mercados de capital del mundo durante las 24 horas, así como transferir electrónicamente órdenes de compra o venta(18).
En síntesis, la globalización significa una nueva fase de expansión del sistema capitalista que se caracteriza por la apertura de los sistemas económicos nacionales, por el aumento del comercio internacional, la expansión de los mercados financieros, la reorganización espacial de la producción, la búsqueda permanente de ventajas comparativas que da prioridad a la innovación tecnológica en procura de obtener una plusvalía extraordinaria, la aparición de elevadas tasas de desempleo, la depresión del coste laboral y la formación de polos económicos regionales.

Sobre la actualidad de la crisis.

A propósito de la situación que se está viviendo a partir de la caída de las bolsas de valores en los más diversos países del mundo, muchos se empiezan a preguntar si esta es una crisis cíclica periódica más del capitalismo o en realidad, se trata del síntoma del ocaso final de un sistema económico incapaz de resolver las necesidades sociales.
El 15 de enero de 2008 se produjo una caída del 7% en las acciones del Citigroup(19). El anuncio de pérdidas por 10.000 millones de dólares en un solo trimestre, causó una enorme caída en las principales Bolsas del mundo. El balance de este banco dejó en evidencia que la insolvencia de su cartera de créditos hipotecarios se había extendido a los préstamos para el consumo y a las tarjetas de crédito. Ante las pérdidas sufridas por este banco se ha anunciado que deberá recortar 20.000 de sus actuales 330.000 empleos. El mercado de consumo norteamericano se ha sostenido de manera creciente, no por el ingreso por salarios sino por el crédito al consumo. De esa manera, el nivel de endeudamiento de las familias oscila en torno al 200% de su ingreso disponible. Así, la fuerza de trabajo que recibe esos ingresos bajo la forma de salarios no acumula el valor que crea con su trabajo; lo acumula el capital. El endeudamiento ha acabado con los ingresos de los trabajadores y demás sectores populares: el salario ha pasado a remunerar al capital bancario, no a la propia fuerza de trabajo.
La crisis bancaria disimula, entonces, una crisis de sobreproducción que el crédito al consumo ha tratado infructuosamente de superar: las fuerzas productivas desbordan el marco capitalista en que fueron creadas. El panorama para millones de trabajadores es claro: deberán vender sus artefactos domésticos y perder sus ahorros bancarios o financieros, y en primer lugar sus viviendas, para pagar las deudas contraídas para comprarlos(20). Simultáneamente, durante diciembre de 2007 las ventas minoristas en Estados Unidos cayeron un 0,4%, con lo que cerraron el año con el menor avance desde 2002. Paralelamente, el desempleo en este país pasó del 4,4% en marzo de 2007 a 5% en diciembre (21).
El presidente estadounidense anunció, en medio de la tormenta, un plan anticrisis(22), un paquete de rebajas impositivas para empresas y consumidores por US$ 145 mil millones con la expectativa de que esos fondos adicionales impulsen el gasto de los consumidores e incentiven la inversión de las empresas rápidamente. Al mismo tiempo, la Reserva Federal (FED) rebajó en enero de 2007 las tasas de interés en tres cuartos de punto porcentual (0,75), el mayor recorte de tasas en un día desde 1982. Pese a estas medidas el mercado financiero global se desplomó ante el temor de que la economía de los Estados Unidos entre en recesión. En Europa las Bolsas se derrumbaron en promedio 7%, registrando así su peor descenso desde el 11 de setiembre de 2001. En Japón cayó 3,86%. En América Latina las caídas fueron estrepitosas: México el 4,43%, Brasil el 6,60% y Argentina el 6,27%(23).
La economía estadounidense se viene sosteniendo en el complejo militar-industrial, que tiene un fuerte compromiso con el genocidio que se lleva a cabo en Irak, Afganistán y algunos países africanos, en donde las transnacionales se disputan los recursos de esos países.
Hace unos meses, renegando de su fe absoluta en el mercado, el gobierno británico se vio obligado a nacionalizar el banco Northern Rock. Y en muchos países de sesgo neoliberal, donde no se ha cesado de repetir el sagrado mandamiento según el cual “aún hay demasiado intervencionismo del Estado”, hemos asistido a una multiplicación de intervenciones estatales: paquetes de medidas fiscales, reducción de tipos de interés, inyecciones de liquidez y hasta nacionalizaciones. Medidas ruidosamente aprobadas ahora por los críticos de antaño. Y todas ellas financiadas por los contribuyentes. Nuevamente se socializan las pérdidas, mientras ayer se privatizaban las ganancias y los beneficios.
Paralelamente, se produjo un aumento exponencial del oro(24). Se trata del refugio universal del valor que pone al desnudo la desvalorización de todas las formas nacionales de la riqueza capitalista. De la crisis bancaria y financiera hemos transitado a una crisis monetaria que afecta al dólar estadounidense y a otras monedas. En ese sentido la crisis hipotecaria afecta fuertemente a otros países, como Irlanda, España y el Reino Unido. El estancamiento económico se manifiesta también en Francia e Italia, y en menor medida en Alemania. Como los países que valorizan en euros no pueden recurrir a la devaluación para disminuir el peso de sus deudas y rebajar el costo de su producción, corren el peligro de una recesión gigantesca. En el caso concreto de España, se ha registrado también una fuerte caída de sus grupos hipotecarios y el crecimiento del desempleo, a partir de la industria de la construcción(25). La crisis capitalista, en España, es el telón de fondo de las reivindicaciones por las autonomías nacionales, principalmente de Cataluña y el País Vasco. En ese contexto no se descarta que España y también Italia, abandonen el euro para salir devaluando con sus monedas nacionales. De esta forma, la crisis monetaria está planteando, al menos potencialmente, una dislocación del comercio internacional y un resquebrajamiento de la moneda común europea.
Al mismo tiempo, la lucha por el control de los mercados y los recursos naturales del planeta, está generando un encarecimiento de los precios de los alimentos de primera necesidad, precios que no están exentos de la especulación que llevan adelante los grandes capitales con el objetivo de obtener superganancias. Lo cierto es que se asiste a un escenario de inflación global. En Alemania ha alcanzado el nivel más alto desde 1993, en Estados Unidos desde 1990 que no se disparaban los precios, en China se muestran preocupados por la carestía de la vida. Tal espiral inflacionaria viene estimulada por los monopolios que impulsan un constante encarecimiento de las materias primas y de los alimentos básicos. En ese marco sobresale el petróleo, que ha superado la barrera de los 120 dólares por barril y que provocará, por un lado, el encarecimiento de los productos de consumo en todo el mundo y, por el otro, el destino de enormes cantidades de tierra para la producción de biocombustibles, lo que empujará hacia arriba el precio de las mercancías alimenticias de primera necesidad.
Las repercusiones de esta estanflación en la economía global dependerán de qué tanto puedan compensar las economías emergentes, particularmente de China e India(26), que han venido creciendo a tasas que oscilan entre 7,5% y 10% en las últimas dos décadas, la ralentización de la economía estadounidense. ¿Serán capaces las economías asiáticas de desacoplarse de la locomotora estadounidense y seguir su propia marcha, ocupando su lugar y relevándola como motor de la economía mundial? Hay quienes conjeturan que ello es posible, basado en el hecho de que el auge de los commodities, estimulado principalmente por la demanda de los países asiáticos, ha perdurado a despecho de la caída de la demanda estadounidense como secuela de la desaceleración de su economía. Sin embargo, está por verse hasta dónde el mercado interno de los países asiáticos puede suplir la contracción del mercado estadounidense. Lo cierto es que las exportaciones asiáticas que representaban el 44% de su PBI en 2002, ya para el 2005 estaba en el 55% y, aunque el comercio intra-asiático ha crecido ostensiblemente, el 60% de sus exportaciones va a parar al mercado de los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. Efectivamente, hasta ahora, China ha sido una economía exportadora de armado, con un 60% de componentes importados, en especial de Japón, Estados Unidos y Alemania. Las transnacionales arman su producto en China para aprovechar la baratura de su mano de obra, la alta tasa de explotación, la posibilidad de destruir el medio ambiente y el bajo costo de las materias primas. Pareciera que una recesión en Estados Unidos y otros países debería provocar una crisis de proporciones en China. El eventual tránsito de una economía de exportación a otra de industrialización interna, debería entrañar un enorme reacomodamiento social y una crisis política de proporciones. En resumen, les resultará difícil salir ilesos de esta debacle tanto a las economías asiáticas, como a las latinoamericanas, que, además de su vulnerabilidad, giran en la órbita de los Estados Unidos. El gran interrogante es si la economía global descenderá lenta y suavemente, o, por el contrario, se precipita y desploma, con todas sus consecuencias.

Colofón.

En el sistema capitalista, cada cierto período de tiempo se produce una crisis económica. Esta crisis lo es de sobreproducción, de mercancías no vendidas. Cada crisis económica reviste formas más graves que la anterior, porque las medidas tomadas para sortearla agravan el carácter de la siguiente. Las crisis económicas se manifiestan en cierres de empresas, paro y subconsumo de la clase trabajadora, y se suelen acompañar de galopantes procesos inflacionarios de los precios, que agravan aún más las condiciones de vida de los sectores populares.
En los últimos años, el capitalismo global ha logrado el “milagro” de aumentar los beneficios empresariales y, a la vez, incrementar la capacidad de consumo de las clases trabajadoras disminuyendo los salarios. Ello se ha logrado a costa de endeudar hasta niveles nunca vistos a los trabajadores y otros sectores populares. Con la extensión del crédito a los consumidores, el capital consigue mantener una demanda artificial y evitar el estallido inmediato de las crisis de sobreproducción. Además, la burguesía financiera obtiene beneficios adicionales con esta estrategia, aplicando intereses abusivos y, en el caso de la compra de una vivienda, exigiendo la garantía de la propiedad. La inversión en inmuebles desplaza capitales desde la bolsa y se pasa a construir, no con la mirada puesta en la venta para cubrir la necesidad de viviendas, sino en los rápidos beneficios que proporciona un encarecimiento provocado por el aumento de la demanda. Quienes finalmente han podido conseguir una vivienda, lo han logrado a costa de ceder al banco, durante un período de 25 a 50 años, la mitad o más de sus ingresos futuros. Por la vía del endeudamiento el capitalismo ha conseguido aplazar la crisis descargando el costo de este aplazamiento sobre los trabajadores. En este contexto, la crisis financiera no es una crisis de confianza, como se publicita, sino la consecuencia ineludible de la voracidad del capital, que ha limitado la capacidad de pago de los sectores populares a tal extremo que esto se vuelve en contra del mismo capital financiero. Efectivamente, si el pago de las hipotecas ha disminuido en los últimos meses, al mismo tiempo los bancos se encuentran ante el problema de que las hipotecas están garantizadas por unas viviendas cuyos precios tienden a bajar.
Frente a la crisis del capitalismo no es posible remendar el sistema; hay que gestionar el cambio hacia otra economía en beneficio de la mayoría de la humanidad y de la propia naturaleza. Nuestro tiempo es el del capitalismo agonizante que debe morir para darle vida a otro sistema de organización social. Históricamente la superación de cada fase se realiza asumiendo todo lo positivo de la anterior, en un proceso dialéctico de desarrollo de lo nuevo en el seno de lo antiguo y la unión de los contrarios en la síntesis superadora. El desarrollo de las fuerzas productivas empuja hacia la socialización de los medios de producción y hacia la mundialización de la economía, agravando la contradicción con la apropiación privada del producto social. La informatización y robotización del sector productivo plantea un problema irresoluble con la garantía del pleno empleo. Las políticas económicas de reducción de costes de mano de obra y materias primas en un comercio desigual e injusto, las políticas que están detrás de los procesos de deslocalización, son las únicas posibles siempre que se renuncie a avanzar en el nuevo modelo de sociedad, que pugna desde el vientre de la vieja por un alumbramiento feliz.
Los trabajadores, y todos los sectores populares, se encuentran ante la necesidad de construir alternativas propias frente a una crisis cuyas consecuencias son todavía desconocidas pero que, en cualquier caso, no son ni pueden ser más que el hacérsela pagar a quienes la provocaron.

jueves, 2 de abril de 2009

VIGENCIA DE LOS PRINCIPIOS MARXISTAS-LENINISTAS

El 26 de abril de 1917, Lenin culminaba el prólogo de su “ensayo popular” El Imperialismo, Etapa Superior del Capitalismo de la siguiente manera :

“Espero que este folleto ayude al lector a comprender el problema económico fundamental, el de la esencia económica del imperialismo, pues sin su estudio será imposible comprender y valorar la guerra actual y la política actual” (1)

La esperanza del insigne revolucionario se cumplió largamente. Basándose en los trabajos científicos de Marx y Engels sobre el nacimiento, desarrollo y ocaso del sistema capitalista y, a la luz del estudio de los cambios operados en esos cincuenta años que transcurrieron desde la aparición de El Capital, definió los rasgos del imperialismo con tal precisión que, lejos de envejecer, sus tesis mantienen una irrefutable vigencia. Pero, ¿significa esto que nada ha cambiado en noventa y dos años? No, por el contrario: significa que, lo que Lenin estudió en su reciente configuración y pleno desarrollo, ha alcanzado hoy un grado de madurez colosal y se ha potenciado al punto de plantar al ser humano en el umbral de un cambio revolucionario en las relaciones de producción.
Sin embargo, la variedad y magnitud de los cambios, en especial en la ciencia y la técnica, su aplicación a la producción y su masificación, no pueden ocultar aquello fundamental que no ha cambiado: el mundo vive bajo el sistema capitalista y éste se fundamenta en la propiedad privada de los medios de producción y en la explotación del trabajo asalariado. Claro que las contradicciones se han ahondado y las crisis son cada vez más frecuentes y graves, como lo demuestra la situación mundial actual ¡160 años atrás alertaban Marx y Engels en el Manifiesto Comunista:

“Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros.Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación.Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa.” (2)

Ya no caben dudas que la locura desatada de este irracional mundo de los negocios, con sus bombardeos genocidas, miseria, hacinamiento y explotación de millones de personas, su indetenible producción de basura, contaminación y depredación de la atmósfera, bosques y mares, ha puesto a la humanidad y al planeta mismo al borde de la desaparición.
El cambio está a las puertas, las condiciones objetivas han madurado para que el mismo se produzca: poner en consonancia las relaciones de producción con el estado de las fuerzas productivas es llevar a cabo la Revolución que “dominará esas potencias infernales” y las pondrá al servicio de la humanidad toda, inaugurando una nueva era en la historia humana ¿Quién puede cumplir tan colosal, urgente y vital tarea sino la clase objetivamente interesada en terminar con la explotación y en seguir existiendo como especie en nuevas y mejores condiciones? Esto es: la Clase Obrera del mundo.
Sin embargo, la práctica nos ha enseñado que este cambio puede ser postergado indefinidamente por las fuerzas del capitalismo pues la conciencia del sujeto revolucionario -la clase asalariada- marcha a la zaga de su organización y preparación técnica, cuestión ésta que se evidencia en la ausencia o debilidad general del movimiento ML en el mundo, que es decir ausencia o debilidad del Estado Mayor de la clase, que la prepare y conduzca a tomar el poder del Estado.
Aleccionados por la historia -en especial la del siglo XX- los revolucionarios de hoy deben tener presente la extraordinaria capacidad del capitalismo para aprender de sus errores, para levantarse cuando parecía dar sus últimos estertores y redoblar la apuesta, en el plano ideológico, extremando los recursos para mantener a las masas en el engaño.
Después de la muerte de Stalin, e instalado ya en el poder el revisionismo kruschoviano, desde su ideología de coexistencia pacífica y “relaciones económicas y culturales de plena igualdad y provecho mutuo”, se propaló la perniciosa idea de que el sistema capitalista agonizante caería solo, que el Socialismo vendría “sí o sí” por su fuerza de necesidad histórica. Todo lo contrario advertía Stalin cuando escribía en 1952 -no mucho antes de morir- :

“¿Qué garantía puede haber de que Alemania y el Japón no vuelvan a ponerse de pie, de que no traten de escapar a la esclavitud norteamericana (...)?El movimiento por la paz está muy bien, pero no basta para suprimir la inevitabilidad de las guerras en general de los países capitalistas.Para eliminar la inevitabilidad de las guerras imperialistas hay que destruir el imperialismo” (3).

Los revolucionarios deben tener presente esta desconfianza de Stalin hacia los capitalistas, así como su irreductible decisión de destruirlos, más aún hoy en día, cuando, no pocos que dicen serlo, promueven entre las masas esperanzas e ilusiones de cambios representadas por líderes del capitalismo disfrazados de izquierdistas. Otros, con un discurso más incendiario, convierten, no obstante, a los procesos eleccionarios del sistema, en el fin supremo de su existencia.
La Revolución Socialista es la única opción para los trabajadores y los marginados del mundo; es cierto que contamos con la poderosa tendencia histórica hacia las revoluciones, cuyo motor es la lucha de clases. Contamos con las contradicciones del capitalismo: la fundamental, proviene del carácter cada vez más social del proceso productivo y la forma privada de apropiación; esta última, se profundiza agravando el antagonismo entre los capitalistas y los asalariados.
Luego, la Ley de la Tendencia Decreciente de la Cuota de Beneficio, como consecuencia del constante ascenso de la composición orgánica del capital. Dice Marx al respecto:

“(...)Ya hemos demostrado que esta ley es propia del régimen de producción capitalista (...) a medida que disminuye progresivamente el capital variable en proporción con el capital constante, se eleva más y más la composición orgánica del conjunto del capital y la consecuencia inmediata de esta tendencia es que la cuota de plusvalía se traduce por una cuota general de beneficio en continua disminución, permaneciendo invariable, o incluso, aumentando el grado de explotación del trabajo.” (4)

Esta ley contribuye a aumentar la desocupación y a rebajar los salarios al presionar sobre el mercado del trabajo, pero, también a recrudecer la lucha interimperialista por el reparto de la ganancia, en un mundo unificado que pertenece a los monopolios, en el cual, no obstante, no hay lugar para todos ellos.
Cabe destacar, también, por su extraordinaria vigencia, las causas que contrarrestan esta ley, a las que se refiere Marx en el capítulo siguiente, fundamentalmente, el aumento del grado de explotación del trabajo en sus dos formas: por medio de la prolongación de la jornada de trabajo y de la intensificación del trabajo mismo (plusvalía absoluta y plusvalía relativa), de la reducción del salario por debajo de su valor, del abaratamiento de los elementos del capital constante, del comercio exterior , y otras causas.
La crisis final del sistema capitalista en general -su estigma de régimen caduco y condenado a desaparecer por medio de la acción revolucionaria de las masas- pudo ser postergada durante décadas por la puesta en práctica del Estado Benefactor, pero a partir de los ochenta y hasta hoy, de manera ininterrumpida, las potencias imperialistas, que podían descargar sus problemas económicos en las espaldas de los pueblos sometidos de otros continentes, ven estallar las contradicciones en sus propias barbas.

¿Derrota del comunismo
o un intento fallido?

Hemos puesto ex profeso en este subtítulo la palabra “comunismo” pues así les gusta a los capitalistas y a sus escribas llamar a los desaparecidos países socialistas, aún a sabiendas que tal fase no fue alcanzada jamás por país alguno en el mundo (ni podía haberlo sido, habida cuenta el aún insuficiente grado de desarrollo de las fuerzas productivas). Pero, si hilamos fino, hasta podemos poner en duda si el exponente más avanzado del socialismo -la URSS- llegó a realizar por completo tal sistema. De hecho, el mismo Stalin reconocía en la obra ya citada que: ”No todos los medios de producción están en manos del gobierno socialista”, refiriéndose a la propiedad koljosiana.
Sin embargo, hoy tenemos elementos más que suficientes para rescatar, como una experiencia fundamental de la humanidad, a la Revolución de Octubre, sus aciertos, sus errores, sus grandes logros y aún su culminación ocurrida tras la muerte de José Stalin.Vale, brevemente, aclarar un poco más esta idea: a nuestro juicio, desaparecido el gran georgiano, la URSS emprende un tránsito hacia una forma de capitalismo de la mano de una incipiente clase que maneja los medios de producción cuya formación tiene origen en graves errores cometidos por el PC a nivel de las relaciones de producción de la sociedad; malformaciones gestadas, bajo el liderazgo de Stalin, especialmente en los tremendos años de guerra y posguerra, pero sin dudas advertidas y combatidas por el viejo jefe del proletariado.
No viene mal recordar que es contrario al marxismo poner el acento en el papel del individuo, de modo que cometen un grave error quienes ensalzan a Stalin así como quienes lo detractan, como factotum de lo positivo o de lo negativo. En todo caso, Stalin fue la cabeza visible de un proceso y de un partido constituído por cientos de miles de hombres.Ese proceso significó la instauración de la Dictadura del Proletariado, y ésta sí merece nuestra irreductible defensa.
Por último, digamos que, obviamente, apenas hemos esbozado una síntesis de lo que colectivamente hemos estudiado y debatido acerca de la experiencia socialista y no se nos escapa que el tema constituye un inmenso océano cuya exploración y conocimiento último llevará el esfuerzo de generaciones; sólo nos resta expresar que: el atraso histórico heredado de la Rusia Zarista, el cerco imperialista con sus permanentes sabotajes, la lucha de clases expresada en las facciones de “izquierda” y derecha en el propio seno del partido dirigente, no dieron tregua a la joven República Socialista Soviética; al fin, la feroz agresión hitleriana, con ser superada por el Estado de los trabajadores, significó una victoria pírrica que hirió de muerte a la Dictadura del Proletariado.

Lo nuevo en lo viejo.

Hoy, aunque el socialismo se nos aparece como un fruto verde cuya maduración se presenta lejana, los ML del mundo deben estar atentos a la compleja y cambiante situación en cada lugar del mundo pues dos cuestiones se evidencian cotidiana y globalmente: a) el asalariado moderno no es aquel rústico proletario de Petrogrado, sino un ser de elevada educación y preparación técnica, y; b) todos los eslabones de la cadena del imperialismo, hoy, presentan pronunciadas fallas, por lo que la misma puede llegar a romperse por aquél menos sospechado.
Estos dos últimos aspectos, así presentados, parecen sumar positivamante a un eventual proceso revolucionario, pero, abordados cada uno de ellos como una unidad, debemos intentar reconocer su lado contrario: el asalariado moderno, como dijimos, posee elevada educación y preparación técnica, no obstante, hijo de este intrincado mundo, su cabeza es infinitamente más compleja que la del obrero de Petrogrado, mientras su interés de clase tiende al cambio su conciencia propende a la defensa del sistema capitalista pues éste lo ha convencido de que tiene mucho que perder.
La aplastante victoria ideológica del capitalismo se gestó, principalmente, en los años de implementación del Welfare State, en lucha contra un “socialismo” burocrático, desligado de las masas y económicamente agobiado por la baja productividad y la carrera armamentista. El sistema capitalista podía mostrarle al mundo no sólo guerras y pobreza para gran parte de la humanidad, sino también, las resplandecientes joyas exhibidas en el mercado de los países avanzados, para consumo masivo, junto a la ilusión de que estaban al alcance de todos.
Hoy, más que nunca, resulta evidente que aquella bonanza que perduró algunas décadas no sólo finalizó tiempo ha, sino que, además es imposible reeditarla; cada vez hay más joyas expuestas en el mercado mundial, pero el número de consumidores (solventes en relación a la oferta claro está) se reduce inexorablemente.
Como dijéramos más arriba, las lacras del sistema ya pueden verse instaladas también en las metrópolis, pese a ello, las tareas de “reforzamiento” ideológico para con los trabajadores y las masas en general han logrado un extraordinario grado de homogeneidad -producto de la llamada “globalización”- que se imponen desde dos frentes: el disciplinamiento político y el aturdimiento de la conciencia. El primero, a la vieja usanza de los Estados de las clases dominantes explotadoras, cooptando y coaccionando con la fuerza de su aparato educativo, burocrático, represivo y propagandístico al que se le suma el aporte de las organizaciones no-estatales, las cuales, con más o menos nivel de crítica, confluyen, en última instancia, en la defensa y reproducción del capitalismo. El segundo, desde la manipulación de la industria del entretenimiento y los “mass media”, cuyo desarrollo explosivo, poder de convocatoria, persuasión y embrutecimiento ha superado largamente el rol que jugara, durante siglos, la religión, arrebatándole a ésta el titulo de “opio de los pueblos”.
Sería exagerado estimar que estos factores alcanzan para detener, disimular o compensar las contradicciones del imperialismo y la profundización de la lucha de clases, pero ignorar su importancia en la batalla ideológica significaría que no estamos percibiendo la realidad con “ojos actuales”. En los meses previos a Octubre, los bolcheviques, merced a su justa línea, pudieron ganar la dirección de los más importantes soviets, pero, bastaba en esos tiempos, algunas imprentas clandestinas, la decisión revolucionaria y ganar las tribunas callejeras.
Nuestra sociedad actual dispone de “tribunas” de llegada masiva e inmediata a todos los lugares del mundo y el capitalismo utiliza su magnífico poder para convencer aún más allá de su derrumbe ¿Cómo derribar los muros que separan las ideas de los ML de las masas ?¿Cómo -de modo eficiente- propalar la contraidea, la esperada y necesaria oposición revolucionaria a la ideología del sistema y a las ruedas de auxilio de éste como son los nacionalismos en sus distintas variantes o el reformismo, prestas a ser utililizadas como recambio?
En condiciones mucho peores que las nuestras “un fantasma recorrió el mundo” y fue abrazado por millones de trabajadores de todas partes del globo y alumbró la Primera Internacional, y la Comuna de París, y la Revolución de Octubre, y miles de gestas heroicas protagonizadas por los trabajadores con suerte diversa. Las últimas, talvez, la Guerra Civil en la que los obreros españoles ofrendaron su vida en combate a muerte contra el franquismo y la épica -pero pírrica, como ya dijimos- victoria del Estado Soviético contra las fuerzas nazis.
Combatir por la conciencia de la clase, es también una gran tarea pues, al menos sin una parte de ella, la Revolución será postergada indefinidamente. Creemos que estos temas deben ser abordados por los ML que cumplen -o han cumplido ya- la prioritaria tarea de constituirse en partido. Hay, sin duda, escasez de medios, debates, teóricos, todo aquello que, en rigor de verdad, supo seguir produciendo -paradójicamente- el mundo cultural-intelectual del revisionismo soviético, como remanente del tiempo revolucionario y que educó a generaciones.
Veamos el lado contrario de la segunda cuestión: la cadena del imperialismo muestra fallas en todos sus eslabones, esto quiere decir que cualquiera de ellos puede romperse; sin embargo, decíamos al principio, de la capacidad del capitalismo para aprender de sus errores y debilidades. Esta capacidad se ve reflejada en la constitución -a partir de la segunda posguerra- de una superestructura institucional destinada no sólo a la función de hacer cumplir las recetas de los monopolios, sino también la de apagar los incendios que provocan las cada vez más graves y frecuentes crisis del sistema.ONU, G8, FMI, BM, OMC , etc..sumados a las distintas formas de integración regional, tales como mercados comunes, uniones aduaneras, áreas de libre comercio, uniones económicas y monetarias, etc.. evidencian esta etapa de capitalismo global en la cual prevalece la centralización del capital sobre la concentración y la agresividad ascendente de los monopolios en lucha por los dominios de los cada vez más escuálidos mercados, los recursos energéticos, la mano de obra barata y cualquier otro tipo de riquezas que permitan obtener máximos beneficios y pisar a sus competidores.
En algún momento sostuvimos la idea, bastante generalizada, de que las contradicciones interimperialistas prevalecían sobre la contradicción asalariados-capitalistas. Hoy, ante la crítica situación mundial que se vive desde el último trimestre de 2008 -situación que es descargada por los capitalistas en las espaldas de la clase obrera mundial con el despido de millones- ¿podemos seguir pensando lo mismo ?, ¿no se han agravado ambas ?¿no son parte de la misma cuestión ?, ¿no es acaso un error verlas en forma separada ?, ¿no tienen acaso un nexo dialéctico inseparable?

La herramienta imprescindible.

De los conceptos fundamentales que sostenemos los ML, Partido-Revolución-Dictadura del Proletariado, lógicamente ninguno de ellos se salva de la crítica y de la abominación general por parte no sólo de las fuerzas del capitalismo (cuestión normal y aceptable) sino, también, por las huestes de la pseudo-izquierda y todo el amplio espectro que compone el “marxismo legal”.
El trípode teórico que sostiene nuestro pensamiento no por casualidad comienza con el término “Partido”. Éste, entendido obviamente a la manera leninista, conduce y arrastra, en la teoría y en la práctica, como una locomotora, a los otros dos conceptos, de modo que sin Partido no hay Revolución y Dictadura del Proletariado. Sí puede haber, como de hecho ocurre, rebeliones frustradas, intentos en que las masas quedan a mitad del camino. América latina nos aporta varios ejemplos, en los últimos años, de multitudes lanzadas a las calles, pero, cuyo esfuerzo carente de la dirección de una vanguardia revolucionaria, culmina en la derrota.
De la importancia clave que el Partido tiene para los ML, por la función histórica que el mismo ha cumplido, proviene, pues, la primera batalla a librar.
El concepto de Partido es uno de los más resistidos y rechazados en la actualidad, aún por aquellos que honestamente promueven un cambio en la sociedad. Este prejuicio en sí mismo no es gratuito, por el contrario, forma parte de un desprestigio general que supieron ganarse aquellos partidos especialmente el soviético- que luego de transformar la sociedad y entablar épicas batallas contra el imperialismo se convirtieron en gigantescas máquinas burocráticas representantes de una nueva clase dominante.
El partido Comunista Chino es, en la actualidad, el caso más paradigmático (entre otros como el de Vietnam, Corea y Cuba).
Así pues, a la hora de argumentar a favor de un Partido revolucionario de la clase asalariada que cumpla el papel de Estado Mayor de la misma, nos encontramos con un peso histórico difícil de levantar si se trata de la mera discusión académica, pero también con una realidad política incontrastable que reclama, en nuestro país y en el mundo, la acción de la organización leninista de los trabajadores. De modo que los ML contemporáneos debemos hacernos cargo de los errores históricos que, adermás, nos vienen muy bien para estudiarlos, aprender a evitarlos, no volver a caer en ellos y perfeccionar la organización revolucionaria. Como hemos visto, los capitalistas aprendieron de sus errores para retrasar la marcha de la historia ¿Por qué no vamos a aprender los ML para superar ese retraso?
Parece claro que cuanto más poderosas y agresivas se muestran las potencias imperialistas en especial la hegemónica EEUU-, mayor es la necesidad de un organismo revolucionario, conspirativo, disciplinado y que posea carácter mundial en cuanto a su cohesión ideológica y ligazón orgánica, con más razón en nuestra época en la que difícilmente un proceso revolucionario pueda abrirse en forma aislada como fue posible en el pasado.






Notas.

(1) Lenin: El Imperialismo, Etapa Superior del Capitalismo.Editorial Anteo-Buenos Aires.1974.Pág./6.
(2) Marx y Engels: Manifiesto Comunista.Ediciones Del siglo-Buenos Aires 1969.Págs./ 73-74.
(3) Stalin: Problemas Económicos del Socialismo en la URSS.Editorial Nativa-Montevideo-1969.Pág./47.
(4) Marx,C: El Capital (selección).Libro 3°, sección 3ª, capítulo 13: ”Naturaleza de la Ley”-Hyspamérica-Buenos Aires.1967.Pág./621.

martes, 4 de marzo de 2008

ACERCA DE LA EXPLOTACION DE LA FUERZA DE TRABAJO EN LA ARGENTINA

Antecedentes: la segunda post-guerra y el proceso político nacional 1945-1973
Hacia mediados del siglo XX, en América Latina, las burguesías nacionales de carácter industrial, estimuladas por la sustitución de importaciones que había generado la guerra , aprovecharon el mercado que se les habría en su propio país. Perón en Argentina, Vargas en Brasil, Ibáñez en Chile, Cárdenas en México, Arbenz en Guatemala, la revolución de 1952 en Bolivia con la conducción de Paz Stenssoro y Siles Suazo son claros ejemplos de estos procesos. El Estado fue fortalecido para actuar como un agente impulsor del modelo de desarrollo capitalista nacional .
En la Argentina se consolidó un modelo de capitalismo benefactor, de matriz populista , que implicaba concesiones recíprocas entre el capital y el trabajo. En ese contexto, Perón disipó desde un primer momento las dudas que generaba en la burguesía su figura. Advirtió que la única clase trabajadora peligrosa es la insatisfecha y la que no está organizada. Luego de hacer una descripción de las victorias alcanzadas por los comunistas y su influencia en el mundo desde 1917 dijo “…mejor dar un 30 por ciento a tiempo que perder todo más tarde…para evitar que las masas, habiendo satisfecho la necesidad de justicia social deseen ir más allá, el primer remedio es organizar a esas masas…esa será nuestra garantía, la organización de las masas…porque el Estado tiene los instrumentos para, si es necesario, poner por la fuerza las cosas en su lugar y no permitir que se desboquen. Se ha dicho, caballeros, que soy enemigo del capital y si observan lo que acabo de decirles no encontrarán un defensor más determinado que yo, porque sé que defender a los empresarios, a los industriales, a los comerciantes, es defender al propio Estado .
Los trabajadores argentinos, a cambio de renunciar a la lucha por la construcción del propio poder, recibieron concesiones económicas importantes. El gobierno peronista puso en vigencia una serie de leyes laborales y de la seguridad social que habían sido promulgadas durante la década del ’30 pero que no habían sido implementadas, como por ejemplo, la que fijaba una jornada laboral diaria máxima de 8 horas, la de seguros por accidentes de trabajo, la de pago de las horas suplementarias y la referente a las condiciones sanitarias en el lugar de trabajo. También se sancionaron leyes que consagraron la jubilación, el sueldo anual complementario, las vacaciones anuales pagas, licencia por enfermedad de hasta 6 meses, beneficios por fallecimiento, seguros por supervivencia y subsidios de asistencia a la familia. Por otro lado, se crearon tribunales de trabajo para entender en las demandas laborales .
El trabajo organizado creció significativamente durante el primer peronismo. En 1946 había 877.000 trabajadores afiliados a la Confederación General del Trabajo (C.G.T.). Luego de casi una década de peronismo, el número había crecido a 2.300.000. En total, el 43% de los asalariados estaban sindicalizados hacia 1954 .
El nivel de ocupación en la ciudad de Buenos Aires, que de 1929 a 1940 había crecido un 29%, en los cinco años siguientes se incrementó un 20% . Todo este proceso fue acompañado de un crecimiento de los salarios reales, del 34%, en el caso de los trabajadores no calificados, y del 20%, respecto de los obreros calificados, entre 1940 y 1945 . El porcentaje del ingreso neto de la industria dedicado a la remuneración del trabajo pasó del 45,3% en 1941 al 57,5% en 1954 .
En resumen, la concesión de grandes conquistas económicas, la formación de la Confederación General del Trabajo, de las comisiones internas, el otorgamiento de los convenios colectivos de trabajo , representaron la base material de la adhesión obrera al peronismo.
Mientras tanto, en el ámbito internacional, ante el avance de las masas populares, particularmente en Europa, Asia y América Latina, los Estados imperialistas se dedicaron, en un primer momento, a lograr la recuperación económica y política de las potencias debilitadas. En ese marco, Europa Occidental se reconstruía con la ayuda financiera y militar de los E.E.U.U. .
E.E.U.U., una vez recobradas las naciones del bloque imperialista, lideró el proceso de reconquistar los mercados perdidos en los Estados dependientes, objetivo que implicaba liquidar los intentos de desarrollo capitalista nacional. En ese contexto deben encuadrarse los golpes de estado contra Arbenz en 1954 y el de Argentina de setiembre de 1955.
Desde la caída del peronismo se pueden señalar dos claras tendencias en la evolución del proceso político nacional. En primer lugar, la desnacionalización de la economía que pasó a manos de los monopolios extranjeros, muchas veces asociados con la gran burguesía argentina. Esta transferencia ocurrió, en un primer momento lentamente, para acelerarse desde fines de la década del ’80 del siglo XX hasta prácticamente concluir al comenzar el XXI. Esta concentración y centralización monopólica implicó la desaparición del Estado empresario y la liquidación de la burguesía nacional. Esta clase social se diferenció cada vez más. Mientras un sector de ella se desarrolló hasta alcanzar a definirse como gran burguesía y se entrelazó con el capital extranjero, teniendo un peso significativo en varias ramas de la producción, su porción mayoritaria declinó de un modo cada vez más ostensible.
Por otro lado, el período inaugurado en 1955 se caracterizó por el aumento de la explotación de la clase asalariada, que sufrió un constante deterioro de los salarios y de las condiciones de trabajo, la que fue acompañada por una significativa pauperización de la pequeña burguesía.
El Fondo Monetario Internacional comenzó a adquirir mayor ingerencia en la elaboración de políticas económicas. Este organismo, desde 1957, ha exigido un programa que, en muchas de sus pautas, continúa vigente hasta la actualidad; entre otras, reducir el déficit fiscal, disminuir la protección arancelaria, reducir los salarios reales y fomentar el endeudamiento externo.
Los salarios industriales decrecieron a una tasa anual acumulativa de 0,83% entre 1956 y 1961; en ramas como la textil o el calzado, el ritmo de decrecimiento fue del orden de 5,55 y 4,20% anual. Paralelamente, entre 1950 y 1965, las inversiones norteamericanas en la industria argentina pasaron de 161 a 617 millones de dólares .
El predominio del capital monopólico alteró bruscamente la composición orgánica del capital industrial. Mientras el capital constante aumenta entre 1955 y 1963 el 10,6%, el capital variable, en el mismo período, disminuye un 4,2%, con un aumento de la tasa de plusvalía de 3,2% .
La etapa abierta a partir de 1958 mostró la expresión local de una nueva fase en la evolución del imperialismo. Los capitales que se invertían en los países dependientes, sin dejar de producir materias primas para las grandes potencias, buscaban también aprovechar el mercado interno. El capital financiero norteamericano, ahora claramente hegemónico, había desplazado al inglés, dominante desde el siglo XIX hasta la década del ’40 del siglo XX. Esta sustitución de una potencia rectora por otra importará para Argentina una seria dificultad para insertarse en el mercado mundial. Gran Bretaña, mientras fue dominante, absorbió gran parte de nuestra producción agropecuaria. En cambio, E.E.U.U. no adquirirá nuestras principales mercancías de exportación e, incluso, resultará un serio competidor en el mercado mundial.
Al comenzar la década de los sesenta, hasta los más fervientes apologistas del sistema debieron reconocer que el proyecto de desarrollo capitalista nacional autónomo había sido derrotado por el capital imperialista. Tampoco podía negarse que se había iniciado un proceso de pauperización creciente de las masas, reconocido a través del eufemismo “redistribución regresiva del ingreso”. La participación relativa de capital y trabajo en el producto bruto interno se modificó sensiblemente, revelando la naturaleza de la fase de acumulación que se había iniciado: la participación de los asalariados cayó del 49% del PBI en 1954, a un 40% hacia 1962.
A partir de allí las crisis económicas se sucedieron (1956, 1959, 1962, 1966), y se intentaron corregir con políticas llamadas de estabilización. Con la crisis y la devaluación se indujo una fuerte traslación de ingresos de los trabajadores a los empresarios, como producto de la caída de los salarios reales a raíz del aumento de los precios y tarifas.
En ese marco, el período se caracterizó por una lucha de clases abierta . La política de “racionalización” y privatizaciones de empresas estatales generó la resistencia de los obreros afectados por la misma. En enero de 1959, los trabajadores del Frigorífico Nacional Lisandro de la Torre rechazaron el intento de privatización de su fuente de trabajo, paralizando sus actividades y tomando el establecimiento (para evitar su venta a la CAP). El gobierno de la Unión Cívica Radical Intransigente (U.C.R.I.), decretó el estado de sitio, intervino el frigorífico y recurrió al ejército para reprimir la huelga. Solidarizándose con los reclamos de los obreros del frigorífico, otros sindicatos decretaron una huelga general para fines de ese mes. Las huelgas se intensificaron en los meses siguientes, y luego se registraron actos crecientes de sabotaje. El gobierno respondió interviniendo los sindicatos y empleando al ejército para reprimir, según lo establecía el Plan Conintes , al tiempo que los empresarios despedían a los cuadros obreros más concientes de cada planta.
Dentro de las Fuerzas Armadas, convivían dos posturas distintas acerca de la naturaleza del peronismo. Para la primera, los denominados “colorados”, el peronismo representaba la etapa inferior del comunismo, resultando ambas doctrinas “dos hebras de una misma madeja”. Por lo tanto, la política que propiciaba este sector apuntaba a neutralizar a los dos partidos. En cambio, para los “azules”, peronismo y comunismo reflejaban concepciones políticas distintas; se reconocía al peronismo haber “nacionalizado y cristianizado” a los trabajadores, alejando a éstos del comunismo, doctrina internacionalista y atea. Bajo ese concepto se devolvió a la burocracia sindical la ley de asociaciones sindicales que reestablecía el modelo sindical del primer peronismo: central única de trabajadores, no prohibición de toma de posiciones políticas por los sindicatos y reconocimiento legal del sindicato más numeroso por rama de actividad.
El gobierno de la Unión Cívica Radical del Pueblo (1963-1966), intentó implementar una política de corte keynesiana, representando un tibio intento de la burguesía nacional de resistir el avance del capital monopólico. En ese marco se anularon las concesiones petroleras, se puso el énfasis en el mercado interno y se procuró proteger al capital nacional. El Estado tuvo un gran protagonismo en la política económica: controles de precios, de cambios, precios máximos, fuerte impulso a la obra pública, algunos límites a los monopolios extranjeros. Favorecido por una coyuntura favorable, los ingresos de los trabajadores se elevaron y el Congreso instituyó el salario mínimo, vital y móvil. Sin embargo, la dirigencia gremial peronista, afectada por el intento del gobierno de controlar el manejo de los fondos de los sindicatos, lanzó un plan de lucha que consistió en la ocupación escalonada, entre mayo y junio de 1964, de 11.000 establecimientos, con la participación de 4 millones de trabajadores. El gobierno radical instrumentó otra medida , por la que prohibía a las asociaciones sindicales la realización de actividades políticas partidarias. Por otra parte, se establecían disposiciones que facilitaban la formación de sindicatos por fábrica y más de una organización gremial por empresa, y se otorgaba la personería a las secciones sindicales. La estrategia gubernamental apuntaba a fragmentar la base de la estructura gremial .
A partir de 1966 se produjo un salto de calidad en el proceso. Se agudizaron la concentración y la centralización del capital y adquirieron más relevancia las inversiones foráneas. En 1969, las 100 primeras empresas industriales extranjeras producían casi el 20% del total de Argentina, mientras que en 1957 su participación había sido del 11,8%. Considerando al conjunto de las empresas extranjeras, su proporción se había elevado del siguiente modo: 18,2% en 1955, 24,7% en 1962, 26,8% en 1966 y 31% en 1972. Para entonces, resultaba clara la hegemonía del capital norteamericano. En 1969, más de la mitad de la producción industrial realizada por empresas extranjeras correspondía a filiales norteamericanas, el 15,7% a británicas y el 10,8% a francesas.
La burguesía nacional se diferenciaba cada vez más. Un sector de ella evoluciona teniendo un peso significativo en varias ramas de la producción como alimentación y vinos.
Las relaciones de producción capitalistas se seguían expandiendo en Argentina. El crecimiento de la masa de asalariados es un buen indicador de este fenómeno. Mientras en 1947 los trabajadores en relación de dependencia representaban el 68,1% del total de la población ocupada, en 1970 se había elevado al 70,8%.
La política de la dictadura apuntó a reducir significativamente el personal de la administración pública y de algunas empresas del estado, como ferrocarriles. Paralelamente, se cerraron la mayoría de los ingenios azucareros en la provincia de Tucumán, que venían siendo ampliamente subsidiados por el Estado. Para acallar la protesta sindical, se sancionó una ley de arbitraje obligatorio, que condicionaba severamente la posibilidad de las huelgas.
La clase obrera, en su lucha contra la dictadura abierta de la burguesía, comienza un crecimiento organizativo y político significativo. Rebeliones como el “Cordobazo” harán temblar a la dictadura . Esta se verá obligada, poco después, para sortear la crisis, a buscar una salida electoral.

lunes, 1 de octubre de 2007

90º ANIVERSARIO DE LA GRAN REVOLUCIÓN DE OCTUBRE Conferencia Internacional de Partidos y Organizaciones Marxista Leninistas (CIPOML)

Nosotros queremos transformar el mundo. Queremos poner término a la guerra imperialista mundial, en la que se ven envueltos centenares de millones de hombres […] y a la que no se podrá poner fin con una paz verdaderamente democrática sin la más grandiosa revolución que conoce la historia de la humanidad: la revolución proletaria.» (V.I.Lenin, abril de 1917)
La Gran Revolución de Octubre despertó el entusiasmo y esperanza entre los proletarios y trabajadores del mundo, y también un gran odio de las clases capitalistas y de la reacción contra el partido bolchevique y sus grandes dirigentes. Fue una revolución sin precedentes en la historia de la humanidad, una revolución que «estremeció al mundo».
En Rusia la revolución llevó a cabo la creación no sólo de un Estado y gobiernos diferentes, sino también de una auténtica civilización, una forma de vida superior (la socialización y colectivización), una organización nacional basada en la igualdad y la libertad de los pueblos, y un florecimiento cultural y científico que asombró al mundo.
La URSS fue durante décadas un factor decisivo en la historia humana; logró consolidar una unidad férrea popular que le permitió superar con éxito las duras pruebas a las que tuvo que enfrentarse: la guerra civil, la intervención imperialista, la colectivización e industrialización, la guerra de exterminio e invasión perpetrada por las hordas hitlerianas instigada por las llamadas democracias occidentales; la espectacular reconstrucción del país en la posguerra,etc.
De las muchas experiencias y lecciones que nos ofrece la Revolución de Octubre, de la actividad del primer Estado socialista de la Historia, está la puesta en práctica del internacionalismo proletario, sintetizado en la famosa y certera consigna formulada en el Manifiesto del Partido Comunista: «¡Proletarios de todos los países, uníos!». Internacionalismo activo, no mera palabrería como la de los socialdemócratas y otros. El Poder soviético, lo aplicó en Rusia de forma clara y contundente, del imperio zarista hizo una unión de Repúblicas con la adhesión voluntaria de los pueblos de sus muchas nacionalidades.
La misma URSS recibió ese mismo internacionalismo en su lucha contra la coalición imperialista, coaligada con los kerenski, que en los primeros meses de la Revolución pretendió asfixiarla y desató una cruel guerra civil. Los marineros de la flota francesa del Mar Negro que encabezados por el comunista Marty, se negaron a atacar a la URSS, son una muestra de ese internacionalismo, que como su nombre indica junto a la palabra proletario, ha de regir las relaciones entre los partidos hermanos, en un plano de igualdad, que ha de tener en cuenta el desarrollo desigual, tanto en lo organizativo como en lo político.
El internacionalismo tiene, no sólo manifestaciones coyunturales más o menos grandiosas, como por ejemplo fueron las Brigadas Internacionales en la lucha contra el nazifascismo en España, sino que también ha de tener formas organizativas. Así lo entendieron Marx, Engels, Lenin, Stalin y todos los grandes revolucionarios. A raíz de la Revolución de Octubre, Lenin, y los bolcheviques organizaron la III Internacional, en la que entre otras responsabilidades se estableció la formación de partidos bolcheviques, marxista-leninista diríamos hoy, en todos los países. Esta es hoy también, una tarea planteada, pendiente de realizar. La Conferencia Internacional de Partidos y Organizaciones Marxista-Leninistas, CIPOML, es una expresión de esa necesidad, pero dista aún de ser una nueva Internacional. El internacionalismo proletario que con ardor defendieron Lenin, Stalin, Dimitrov, etc., es la solidaridad internacional de los proletarios del mundo, y tal y como hicieron los bolcheviques, ha de ser uno de los principios y componentes de los verdaderos partidos marxista-leninistas.
De igual modo, y siguiendo el ejemplo de los grandes dirigentes de la construcción del socialismo en la URSS, afirmamos que la violencia revolucionaria es imprescindible para derrocar a la burguesía, y demás fuerzas capitalistas que actúan contra el proletariado y los pueblos del mundo. La violencia revolucionaria, a partir de cierta fase de la lucha de clases, es inherente a ésta. La violencia revolucionaria, cuya expresión más alta es la dictadura del proletariado, «la organización de la vanguardia de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores», es uno de los principios más denostados por los socialdemócratas, los revisionistas y demás oportunistas. Jrushov, en el infame XX Congreso lanzó toda una sarta de calumnias y ataques contra Stalin, contra la violencia revolucionaria y la dictadura del proletariado. Stalin, el gran continuador de la obra de Lenin, llevó a cabo una férrea lucha para la aplicación de ese principio, que perdurará en la mente de todos los comunistas. Nosotros defendemos la obra de Stalin y decimos con Lenin: «Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado. En ello estriba la más profunda diferencia entre un marxista y un pequeño (o un gran) burgués adocenado.»
En el curso de las grandes realizaciones del Poder Soviético, de sus vicisitudes y problemas surgió la gran traición de Jrushov y sus seguidores, que fue minando los cimientos del Estado socialista en la URSS y desencadenó el entusiasmo de la burguesía y reaccionarios del mundo, entre los que se debería incluir a los revisionistas modernos los cuales, aunque con diferentes formas y manifestaciones, forman parte del mismo bloque oportunista y antimarxista-leninista. La reacción vaticinó el fin de las ideas comunistas, del papel decisivo del proletariado, de la clase obrera, y por ende, la inutilidad de los partidos comunistas.
Los partidos y organizaciones miembros de la CIPOML sostenemos, afirmamos que el partido comunista es el motor imprescindible, que da conciencia, organiza y dirige al proletariado, como fuerza principal en alianza con el campesinado pobre donde ha lugar, y las clases populares en su lucha revolucionaria. El desarrollo del imperialismo, los grandes avances de la tecnología, los descubrimientos de todo tipo que tienen lugar, no han aniquilado ni pueden hacerlo la lucha de clases. Todos los logros de la gesta de Octubre, dirigida por Lenin y Stalin, siguen siendo de actualidad; la lucha de clases sigue siendo el motor de la Historia, y el partido comunista el principal impulsor, encargado de hacer comprender la afirmación de Marx: «Los hombres no pueden librarse más que por su propia acción, no por el capricho de un mecenas o la voluntad de un dictador esclarecido.»
La tesis sobre el eslabón débil, es decir, donde las contradicciones fundamentales están más agudizadas, particularmente la que enfrenta el proletariado a la burguesía, es también de actualidad y ha de ser tenida en cuenta tácticamente en la lucha internacional de los comunistas. Empero, que la cadena imperialista se rompa por el eslabón débil o eslabones débiles, y de lugar al derrocamiento del capitalismo y la implantación del socialismo, sólo será posible si la lucha está encabezada por un auténtico partido comunista, como demostró la Revolución de 1917. Rusia era un eslabón débil del sistema capitalista, pero no era el único. Fue el partido comunista, certeramente dirigido, al frente de las masas de obreros, campesinos y soldados, los que hicieron saltar en pedazos ese eslabón, los que conquistaron el Palacio de Invierno y tomaron todo el Poder para los soviets, es otra de las grandes lecciones y experiencias de aquella heroica gesta, que perdurará en los anales de la revolución y nos orienta y estimula.
Se puede afirmar que sin un partido marxista-leninista, templado en la lucha y con una sólida ideología, con firmeza y audacia organizativa y dirigentes experimentados que sepan prever y adelantarse en ocasiones a los acontecimientos, sin ese Partido, las masas populares podrán obtener éxitos momentáneos, victorias parciales, pero nunca podrán llevar a cabo la revolución en su sentido más profundo pues « sólo un Partido dirigido por una teoría de vanguardia pude cumplir la misión de combatiente de vanguardia».
Al conmemorar el 90 Aniversario de la Gran Revolución de Octubre, encabezada por Lenin, Stalin y otros grandes dirigentes bolcheviques, la Conferencia Internacional de Partidos y Organizaciones Marxista-Leninistas subraya y enfatiza la actualidad y validez del marxismo-leninismo para la clase obrera y los pueblos del mundo, frente a la pléyade de teorías pseudo marxistas, tales como el anarquismo, la socialdemócrata, eurocomunismo, trotskismo, los utópicos etc. hasta las que actualmente tratan de penetrar en la clase obrera y los sectores progresistas. Muchas de esas teorías, jaleadas por la burguesía y su ejército de intelectuales «críticos», no son más que remiendos de viejas ideas, disfrazadas de nuevas, que siempre, en todo momento, acaban haciendo el juego a la reacción; son esos nuevos filósofos, que nada nuevo descubren, teoréticos que teorizan y desprecian e ignoran la fuerza de la acción de, la práctica; sus análisis no son para extraer conclusiones, sino que teorizan para explicar conclusiones preestablecidas. Son los que afirman que el marxismo está rebasado, que el leninismo se opone al marxismo, etc., y se sacan de la manga teorías que van «más allá del Capital». Para nosotros el marxismo, más las enormes y geniales aportaciones de Lenin (el marxismo-leninismo) no sólo es actual, sino que de su correcta aplicación dependen el progreso de las fuerzas proletarias, revolucionarias, su arraigo entre las masas populares, el impulso de la lucha vital por derrocar y erradicar el capitalismo, para dar paso a la construcción del socialismo.
Recogemos la ya clásica fórmula: «El marxismo-leninismo es la ciencia relativa a las leyes de la naturaleza y de la sociedad, a la revolución de las masas explotada.[…] Es la ideología de la clase obrera y de su partido comunista». Es una ciencia viva, en movimiento; no es ni nunca será en manos de los comunistas un catecismo, un dogma, sino una guía para la acción y el análisis dialéctico. Como subrayaba Lenin: «Sin teoría revolucionaria, no puede haber movimiento revolucionario». Finalmente, recogemos las palabras de Lenin: «Al proletariado ruso le ha correspondido el gran honor de empezar, pero no debe olvidar que su movimiento y su revolución son solamente una parte del movimiento proletario revolucionario mundial.»

¡Viva la gran revolución de octubre!
¡Viva el marxismo-leninismo!
¡Viva el internacionalismo proletario!

miércoles, 1 de febrero de 2006

ACERCA DEL ESTADO DE LA LUCHA DE CLASES EN LA ARGENTINA

Introducción

Las relaciones de producción capitalistas en la Argentina no sólo se encuadran dentro del marco de crisis general del propio sistema de producción, sino que reproducen, en gran medida, las tesis leninistas acerca del imperialismo[1]. En primer lugar, se asiste, a escala global, a un proceso indetenible de concentración[2] y, sobre todo, de centralización[3] del capital. La extensión de las relaciones de producción capitalistas, acelerada desde la restauración de las mismas en el “campo socialista”, obedece al patrón objetivo de la necesidad del capital de mundializarse. En ese contexto, reducida a su mínima expresión la regulación de los mercados, el capital más concentrado obtiene ventajas competitivas decisivas. Hoy, las primeras 200 empresas en el mundo concentran el 25% de la actividad económica mundial pero, paralelamente, sólo absorben el 0,75% del empleo[4]. El fenomenal proceso de centralización del capital ha multiplicado el número de firmas cuyo peso es a veces, superior al de los Estados. La consecuencia inevitable de tal proceso es la traslación de la decisión política, sobre todo en los países periféricos, del ámbito público nacional al ámbito privado transnacional.

En segundo lugar, además de la exportación de mercancías, el capitalismo de nuevo signo exporta capitales; concretamente, el capital sale del país donde se genera y se coloca en países donde, seguramente, va a obtener una mayor tasa de ganancia. Esto se produce ya sea porque los insumos son más baratos, porque los salarios son más baratos, porque la presión impositiva es menor, o porque se reúnen todos esos extremos. La crisis de sobreproducción que aqueja al capitalismo desde mediados de la década del ’70 del siglo XX, generó una masa gigantesca de mercancías y de capital parasitario que, en gran medida, fue colocada en los países dependientes, provocando en ellos la destrucción de las industrias vinculadas al mercado interno y un crecimiento vertical de la deuda externa. En ese sentido, la deuda externa de los países dependientes creció desmesuradamente en los últimos treinta años generando la remisión de cuantiosos intereses hacia los Estados imperialistas[5].

Por otro lado, el capital de distinto signo (industrial, comercial, bancario), aparece imbrincado. Los grandes bancos son, al mismo tiempo, titulares de los grandes monopolios industriales y comerciales, es decir, aparecen fusionados[6].

Por último, dos tesis leninistas más aparecen hoy definitivamente consolidadas: en primer lugar, la inexistencia de mercados sin dueño; por el contrario, todos los mercados en el mundo se encuentran repartidos, de tal forma que lo único que puede esperarse es un nuevo reparto. Ese nuevo reparto se verifica por una ley objetiva del capitalismo según la cual el propio desarrollo capitalista es desigual. Así como a mediados del siglo XIX Alemania era una potencia atrasada y a comienzos del siglo XX había superado a Francia, la tendencia actualmente indica que hacia mediados del siglo XXI, China habrá superado a los Estados Unidos. Estas dos características del capitalismo en su fase monopolista explican la inevitabilidad de la guerra.

Como consecuencia de la profundización de los principales rasgos del capitalismo en su fase monopolista, se verifica una ofensiva fortísima del capital global para, aumentando la tasa de explotación, amortiguar la caída de la tasa de ganancia. Según el “Informe sobre el empleo en el mundo 2004-2005” de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la mitad de los trabajadores del mundo percibe menos de dos dólares estadounidenses al día[7].

En ese contexto, las luchas de los asalariados contra el capital en los últimos años han crecido en todo el mundo, tanto dentro de los Estados imperialistas como en los países dependientes. Entre estos últimos quizás las más relevantes se desarrollaron en América Latina, particularmente en Argentina, Brasil, Perú y, más recientemente, en Ecuador y Bolivia.



La recomposición capitalista en Argentina

Luego del estallido de 2001 la burguesía en la Argentina ha apoyado abiertamente a la administración peronista de Néstor Kirchner a los fines de alcanzar la propia reestructuración del capitalismo en el país. Desde el punto de vista de los intereses generales de la burguesía, el gobierno está teniendo éxito en su gestión económica. Resulta cada vez más evidente que esta gestión está realizando una serie de tareas que interesan al conjunto de los capitalistas que operan en Argentina, con las inevitables divergencias que surgen de intereses encontrados entre las distintas fracciones burguesas. Al margen de lo declamado, los hechos demuestran que la política impulsada por el partido peronista no está dirigida contra el imperialismo sino sobre la base de un acuerdo con éste, aunque no ejecute todas las medidas que quisieran imponer los monopolios. Esto ocurre porque en el marco político regional de avance de la lucha de masas, el imperialismo se ve forzado a hacer algunas concesiones en función de salvar acuerdos estratégicos más relevantes.

En materia de relaciones internacionales, se estrecharon relaciones con los Estados Unidos de América. En marzo de 2005, el ministro de Defensa de los EE.UU., Donald Rumsfeld, se comprometió a destrabar en el Pentágono un acuerdo de “compre argentino”, procurando que empresas como la Lockeed puedan vender internacionalmente, con su marca, partes o piezas fabricadas por firmas argentinas. “Esto va desde repuestos para aviones Hércules 130 hasta rulemanes de la empresa SKF”, explicó una fuente[8]. En ese marco se reafirmó la voluntad política de EE.UU. para retomar durante 2006 los ejercicios militares conjuntos, trabados por la negativa de Argentina a conceder inmunidades totales a las tropas norteamericanas, incluida la jurisdicción de la Corte Penal Internacional, de la que es signataria y que Washington desconoce. La agenda que motivó el encuentro fue ocupada prioritariamente en el análisis de las amenazas a la seguridad hemisférica, conmovida por la crisis en Bolivia y las compras de armas y equipamiento militar del gobierno venezolano a Europa y Rusia.

El eje del plan económico del gobierno consiste en generar superávit fiscal por la vía de mayores exportaciones que importaciones a los fines de afectar ese superávit a dos objetivos prioritarios. Por un lado, recomponer los activos del Banco Central para contar con reservas suficientes para reconstituir el sistema bancario. Pero, sobre todo, para destinar parte sustancial de dicho superávit a pagar deuda, evitando la ruptura con los múltiples organismos que controlan el mercado financiero internacional y, creando las condiciones para lograr nuevas inversiones extranjeras directas. En ese contexto es que debe entenderse la devaluación de la moneda decretada en 2002. Las exportaciones crecieron, particularmente las del sector agrícola, sobre la base de un incremento extraordinario de la producción de soja, y una recuperación de la producción ganadera. La producción de granos que estaba en las décadas pasadas en el orden de los 30 millones de toneladas anuales, pasó a 80 millones y la expectativa es llegar a 100 millones a corto plazo. Todo el arco productivo ligado al sector agrario (semillas de las transnacionales, agroquímicos, tractores, etc), se ve favorecido por este crecimiento. Su punto central de conflicto con el gobierno es el costo de los impuestos que se les exige pagar, entre ellos las retenciones a las exportaciones, para generar el superávit comprometido con el Fondo Monetario Internacional. Otra de las fracciones ganadoras de la burguesía la constituye el sector exportador industrial, como por ejemplo Techint, las automotrices o Repsol, por los altos precios internacionales del crudo. Este sector es el principal interesado en mantener el dólar cerca de los tres pesos, por la simple razón que con el dólar alto que recibe en el exterior por sus productos, al convertirlo en moneda local, paga más fácilmente los impuestos y salarios. El aumento del volumen de las exportaciones y el importante precio internacional de la soja y el petróleo, contribuyeron de manera decisiva a recuperar divisas y aumentar las reservas[9], con lo cual el gobierno puede mantener el dólar en el nivel de $ 3,00, comprando moneda desde el Banco Central cuando su valor tiende a la baja.

En síntesis, la base social sobre la cual se asienta la administración Kirchner está constituida por la alianza entre la gran burguesía agraria, la gran burguesía industrial exportadora y la principal multinacional petrolera que opera en el país.

Respecto a la deuda pública, la administración Kirchner[10] reinsertó a la Argentina en el mercado financiero internacional honrando los bonos que habían entrado en default a un valor que les permitió a sus tenedores recuperar más de un tercio del valor nominal de los mismos. Asimismo, esos bonos devengarán intereses más altos que la media del mercado. Como consecuencia de dicho tratamiento, el país tiene el mismo o aún más nivel de endeudamiento que antes de la crisis de 2002, medido en términos del producto bruto interno, y compromisos por más de 30 años por los bonos canjeados, atados al dólar. El cumplimiento de estos compromisos es casi inviable, porque exigirá un sostenido crecimiento del PBI nacional. En realidad lo que se obtuvo es un diferimiento de parte de la deuda.

Actualmente, el FMI pretende que el gobierno argentino genere un mayor superávit fiscal en relación al PBI, y aumente las tarifas de los servicios públicos. Como esta política engendra de manera directa mayor extensión de la pobreza y el gobierno estaba enfrascado en el próximo proceso electoral, la administración peronista enfrentó los pagos recurriendo a las reservas del Banco Central y a nuevo endeudamiento, emitiendo más bonos de deuda.

La tan promocionada “reactivación” de la economía después de la crisis, y el crecimiento importante del PBI durante 2004 y 2005, no están sustentados en la disminución de las cargas financieras del país y en el ingreso de inversiones productivas importantes (salvo en el sector agrario que intensificó la mecanización), sino en negociar deuda vieja por nueva y utilizar el parque industrial desactivado por la crisis. Como señalara Julio Sevares[11], “…los capitales vuelven a las inversiones aventureras. Un síntoma de esto es la vuelta de capitales especulativos a la Argentina. El país salió del default y no se espera que vuelva al incumplimiento, pero vive en una región con graves problemas políticos y es socia de Brasil, cuyo endeudamiento sigue en niveles alarmantes. Es decir, están dadas las condiciones para futuras incertidumbres, salidas de capital y caídas de cotizaciones, que afectarán a quienes no escapen en primer lugar”. Más cerca de la realidad que las argucias publicitarias montadas desde las esferas gubernamentales, este párrafo del comentarista demuele la visión oficialista que busca asociar los actuales índices de crecimiento económico al salto hacia una economía de producción.

La estructura tributaria argentina muestra una alta participación de los impuestos al consumo. En los países europeos, por ejemplo, los impuestos al consumo representan entre el 25 y el 35% de la masa tributaria. Más del 50% proviene del impuesto a las ganancias y el resto de la seguridad social que sólo la financia la patronal. En cambio, en Argentina, casi el 45% de los ingresos de 2004 provinieron de los impuestos al consumo (como el impuesto al valor agregado, internos, combustibles o cigarrillos), 20% de ganancias, 12% de los aportes (a cargo de los propios asalariados) y contribuciones a la seguridad social y el resto del comercio exterior y otros impuestos. En Argentina se recauda poco por la importante presencia de la economía informal, pero además, con una clara tendencia regresiva. Esto es así porque, al sostenerse principalmente en los impuestos al consumo, proporcionalmente pagan más los que menos ganan. Al mismo tiempo en los períodos en que los precios suben –como sucedió desde la devaluación de la moneda-, los sectores con ingresos fijos (empleados o jubilados), pagan en proporción más impuestos, a pesar de que por la inflación el poder adquisitivo de esos ingresos es más bajo. De tal forma, el Estado recauda más por lo que se denomina el “impuesto inflacionario”, mientras licúa los sueldos y jubilaciones. En buena medida, el superávit fiscal de los últimos años obedeció a que la recaudación se benefició de la suba de los precios, mientras el gasto se achicó porque los salarios de los estatales y las jubilaciones aumentaron menos que la inflación.

Paralelamente, en 2005, 200.000 trabajadores más se vieron alcanzados por el impuesto a las ganancias, mientras los que ya lo pagaban, ahora abonan un monto mayor. Esto se debe a que mientras los salarios aumentaron nominalmente, en términos reales son menores a los vigentes en 2001 porque las mejoras salariales que recibieron los trabajadores argentinos fueron menores a la suba de los precios. Como el gobierno no fue ajustando por la inflación o por la suba nominal de los salarios el mínimo no imponible ni el monto de las deducciones del impuesto, cada aumento nominal de los sueldos, aunque no llegue siquiera a compensar la suba inflacionaria, obliga al trabajador a pagar más por este concepto. En resumen, percibiendo remuneraciones iguales o menores en términos reales a las que se encontraban en vigor en 2001, el impuesto afecta una proporción mayor del ingreso del trabajador. El Presupuesto 2006 no contempla ningún cambio en la forma de calcular este impuesto[12] pese a que proyecta nuevas variaciones inflacionarias.

Por otro lado, la deuda pública total asciende a los U$S 145.000 millones[13] y se discrimina de la siguiente manera: a) Deuda con organismos internacionales (FMI, BM, BID): U$S 78.650 millones; b) Deuda reestructurada: U$S 35.200 millones; c) Deuda con organismos de gobierno (Club de París): U$S 3600 millones; d) Intereses atrasados: U$S 7750 millones; e) Deuda que no ingresó al canje: U$S 19.800 millones. La nueva deuda así conformada es del orden del 84% del Producto Bruto Interno[14]. Los vencimientos se han diferido y los intereses son menores a los que se estaban pagando según los compromisos de las anteriores reestructuraciones, pero significativamente más elevados (hasta dos veces y media), que los hoy vigentes en el mercado internacional. El 37% de los nuevos bonos emitidos en pesos se ajustan por inflación interna y como esta evoluciona más que el valor del dólar, el peso se aprecia; esto provoca que a término estos bonos se valorizarán en dólares. Por cada punto de incremento de los precios, la deuda trepa 1500 millones de pesos. Por otra parte, hay bonos que tienen una cláusula ligada al crecimiento de la economía argentina, lo que se supone continuará sucediendo al menos en los próximos dos o tres años.

Pero lo decisivo del caso es que Argentina ha comprometido por décadas un superávit fiscal para pagar deuda, lo que significa un ajuste estructural permanente, del 3 al 4% del PBI[15]. En ese marco, durante 2006 Argentina tiene que pagar intereses de la deuda pública por 10.385 millones de pesos, a la vez que vencen 57.967 millones de deuda de capital, según los datos consignados por el Ministerio de Economía en el proyecto de presupuesto 2006. Está proyectado que el pago de los intereses se afronten con el superávit fiscal que se calcula será de 17.286 millones de pesos. Así, después de pagar la carga de intereses, quedaría un excedente financiero de 7493 millones de pesos con el cual se pagaría capital a cuenta, refinanciando los restantes vencimientos, es decir, difiriendo nueva deuda. Teniendo en cuenta que la puja distributiva tiende a crecer en el país, que los ingresos fiscales pueden verse afectados por la caída de los precios de los granos en el mercado internacional, que hay un incipiente proceso inflacionario que puede acelerarse con el ajuste de las tarifas de servicios públicos que se está discutiendo, cabe preguntarse: ¿por cuánto tiempo este programa de pagos es sustentable?[16].

En diciembre de 2005, la administración Kirchner dispuso la cancelación total de las obligaciones con el FMI presentando esta decisión como un acto de soberanía. En realidad otorgó, una vez más, un tratamiento privilegiado a un acreedor que ya había sido eximido de la quita aplicada al resto de los bonistas. Debe señalarse que la medida adoptada lejos estuvo de ser original; en los últimos 3 años y medio, el FMI percibió 45.000 millones de dólares de sus grandes deudores. Rusia saldó sus compromisos, Turquía pagó el 40%, México transfirió grandes sumas y Brasil canceló todos sus pasivos. Esta política obedeció a la presión ejercida por el FMI para reducir su exposición financiera dado que las últimas crisis lo indujeron a sustituir la promoción del endeudamiento por medidas de protección de su capital. En realidad no era necesario pagarle a los banqueros para liberar la política económica de sus controles. Las supervisiones del FMI estaban suspendidas desde que el organismo comenzó a cobrar los vencimientos, de manera tal que la simple continuidad de esos pagos garantizaba la misma autonomía que se logra adelantando las cuotas. El pasivo cancelado con el FMI representa apenas el 9% de la deuda total, de forma que ésta continuará pesando como una carga insoportable, con o sin auditoría del FMI. .

Por otro lado se asiste actualmente a un rebrote inflacionario. La burguesía sostiene que es el nivel remuneratorio de los salarios el responsable de la carestía. En ese contexto, el gobierno intenta eliminar los aumentos por decreto y pretende condicionar la recuperación de los sueldos a incrementos de la productividad, negociados con cada sector empresario. Sostiene que en la carrera contra los precios “…siempre pierden los salarios”, pero omite recordar que los capitalistas requieren del auxilio del gobierno para ganar esa puja. Se confirma abiertamente la tesis marxista según la cual la burguesía necesita y emplea el poder del Estado para regular los salarios, es decir, “…para sujetarlos dentro de los límites que benefician a la extracción de plusvalía, y para alargar la jornada de trabajo y mantener al mismo obrero en grado normal de dependencia”[17]. Ahora bien, si la inflación dependiera del nivel salarial, el estado actual de los sueldos debiera mantener estables a los precios[18]. Evidentemente, son los capitalistas y no los trabajadores quienes manejan esta variable, introduciendo remarcaciones frente a una suba salarial. No es un fenómeno natural el que produce ese traslado, sino la política que implementan los empresarios, porque el salario sólo constituye un costo para ellos. En cambio para los trabajadores, es un ingreso que disminuye en términos reales cuando hay inflación.

Otro de los argumentos que se utilizan para explicar el proceso inflacionario en curso, reside en imputar tal tendencia al crecimiento del consumo. Sin embargo, esto sólo debiera quedar limitado a los productos adquiridos por los sectores de altos ingresos y no a la suba generalizada de las mercancías de primera necesidad. En el marco de ingresos polarizados que caracteriza a la Argentina, es falso sugerir que la demanda global infla los precios[19]. En realidad, los sectores más concentrados recuperaron su nivel de hiperconsumo, pero más de la mitad de los argentinos sólo navega las aguas del subconsumo.

En realidad, el principal motor de la inflación es el modelo exportador que promueve el gobierno. Si el empresario argentino puede vender su producto en el mercado internacional, obteniendo mayor rédito, traslada ese adicional al mercado local. Este mecanismo está vigente de manera abierta desde la devaluación del peso. Eso explica que el precio de la carne haya subido en los últimos tres años entre 113% y 150%.

En ese estado de situación de la economía argentina, el gobierno difunde el temor a la inflación para desalentar las demandas salariales, mientras la burguesía más concentrada sigue obteniendo enormes ganancias.



Acerca del estado de la lucha de clases

Según los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censo (INDEC), el índice de desempleo fue del 12,1% en el segundo trimestre de 2005. Al mismo tiempo, la subocupación alcanzó el 12,8% pero resulta demandante de mayor empleo en un 70%. Sin perjuicio de que los índices en cuestión resultan normalmente camuflados, fundamentalmente por la incidencia de los planes sociales[20], pero también por la subocupación ficcional y los “desalentados”[21], existen en la Argentina 3.000.000 de personas con problemas de empleo. A propósito de los planes sociales, en las provincias del interior el efecto estadístico de considerar a los beneficiarios de los mismos como ocupados es determinante[22].

Por otro lado, una parte muy importante del nuevo empleo se encuentra no registrado[23] o registrado parcialmente[24]. Según el documento denominado “Empleo e ingresos en el nuevo modelo macroeconómico”[25], “…luego de tantos años de persistencia de indicadores laborales desfavorables, la generación de puestos de trabajo se ha visto caracterizada en parte por no ser capaz de resolver plenamente los problemas de precariedad –puestos asalariados no registrados- y de inestabilidad laboral”, y agrega “…la precariedad es uno de los rasgos más importantes del fuerte deterioro que ha venido experimentando el mercado de trabajo en nuestro país”. Precisamente la fuerte incidencia del trabajo no registrado es la que empuja a la baja el nivel general de remuneraciones toda vez que las ocupaciones precarias obtienen en promedio entre el 40 y el 50% de las remuneraciones de los trabajadores registrados. Actualmente en la Argentina aproximadamente 5.000.000 de asalariados se encuentran no registrados. Al no registrar aportes no tienen acceso a la seguridad social, lo que implica que no tienen derecho a la jubilación o pensión, no cuentan con obra social ni tampoco con seguro de accidentes de trabajo o de desempleo. Desde comienzos de la década del ’90, cuando orillaba el 25%, el trabajo no registrado está en ascenso. En 2001 llegó al 38,8%, a pesar de que se redujo el costo laboral por las rebajas de los aportes patronales, los convenios flexibles y la deflación salarial. Con la crisis de 2001 y 2002, el trabajo no registrado superó el 40%, para alcanzar el 49% actual. En setiembre de 2005, cuatro de cada diez desempleados tenían menos de 24 años. En total, suman 718.000 los jóvenes y adolescentes desocupados, sobre 1.800.000 personas sin trabajo. A su vez, la tasa de desempleo juvenil alcanza al 26,3%, duplicando el promedio general. El desempleo juvenil se concentra en los grupos sociales más vulnerables, y en especial, en las mujeres y los menos educados. La incorporación temprana al mundo del trabajo por parte de los jóvenes es un factor relevante que condiciona la culminación de los estudios requeridos para el acceso a un empleo de calidad. En ese sentido, alrededor del 80% de los jóvenes ocupados o desempleados abandonó la escuela, mientras entre los inactivos la asistencia escolar trepa al 76%. Según un informe del Ministerio de Trabajo, el grupo más vulnerable lo constituye el formado por los 320.000 jóvenes de 15 a 19 años que no trabajan, no buscan trabajo ni estudian. Este sector estrictamente no integra el ejército de reserva (porque no busca trabajo), pero el estudio dice que se trata del “núcleo duro de exclusión”. Y agrega, “es un grupo especialmente vulnerable a la anomia y el riesgo social, en muchos casos vinculado al desarrollo de formas ilegales y extralegales de subsistencia”[26].

En resumen, el panorama descrito ha consolidado una marcada dualización del mercado laboral. En algunos sectores de la industria más concentrada y moderna como la automotriz o la siderurgia, las tareas de los obreros se intelectualizan progresivamente, exigiéndoles preparación terciaria. Esos sectores conviven con amplias franjas de asalariados sin calificación y remunerados por debajo de la línea de pobreza e incluso de indigencia. En realidad, se trata de un fenómeno universal toda vez que el proceso de dualización laboral no corta transversalmente a los países entre ricos y pobres, sino que también se reproduce entre los distintos segmentos de la mano de obra asalariada al interior de los países.

Por otro lado, durante 2004, casi la mitad de los 414.559 trabajadores que se accidentaron ganaba menos de $ 600,00 mensuales. En proporción a la gente ocupada en cada actividad, los mayores accidentes laborales se registraron en la construcción, la industria y el agro[27]. La extracción y la industria de la madera encabeza el ranking de los sectores con mayor número de siniestros laborales, seguida por la silvicultura y la fabricación de productos metálicos. Sin embargo, el mayor riesgo de mortalidad laboral se da en el sector minero y la construcción. Estos datos corresponden a 4,7 millones de trabajadores asegurados a través de las Aseguradoras de Riesgos del Trabajo (ART), es decir, no incluyen a los trabajadores no registrados ni asegurados por las empresas. Precisamente entre los que están “en negro”, fue donde más creció el empleo y donde el número de siniestros duplica al de los trabajadores registrados por la mayor precariedad de las condiciones laborales.

Haciendo un estudio discriminado de los distintos sectores asalariados, pese a los aumentos oficiales y de convenios colectivos, el salario real de los trabajadores registrados es un 7,2% inferior al vigente a fines de 2001. Sin embargo, los empleados públicos nacionales y provinciales y el personal no registrado tuvieron una caída del poder de compra de sus salarios muy superior.

Según cifras del Ministerio de Economía, con una inflación del 62% entre fines de 2001 y abril de 2005, el sueldo promedio bruto de los 5,4 millones de trabajadores registrados pasó de $ 863,00 a $ 1298,00, un alza del 50,4%. Pero si se descuenta la inflación del período, el poder de compra salarial promedio se redujo un 7,2%.

De esos 5,4 millones de trabajadores, casi 1,4 millón –una cuarta parte del total- obtuvieron sueldos promedio superiores a la inflación. Son empleados de la siderurgia, minería, textil, construcción, alimentación, agro y hoteles y restaurantes. En algunos casos, como el agro, hoteles y restaurantes, textiles o construcción, los trabajadores partieron de niveles salariales promedio muy bajos (entre 400 y 640 pesos) y pudieron recomponer en parte esos salarios por el impacto de las sumas otorgadas por el gobierno[28]. Aún así estos sectores siguen ubicándose entre las actividades con menores salarios promedio.

En otras actividades como la minería o la siderurgia, los mayores aumentos salariales se explican porque desde la devaluación duplicaron sus valores de venta por la sustitución de importaciones y la suba de los precios internacionales.

Los 4 millones restantes trabajadores registrados perciben ingresos inferiores a la suba de los precios. Los más perjudicados son los bancarios, empleados públicos y trabajadores vinculados a los servicios sociales y educativos.

Otra es la situación de 4,7 millones de empleados no registrados ya que, en promedio y de acuerdo al INDEC (diciembre 2004), y sin considerar el personal doméstico, perciben $ 410,00 mensuales, es decir, un 60% menos que el ingreso medio de bolsillo de los trabajadores registrados. Por su parte, el ingreso promedio del personal del servicio doméstico –casi un millón de personas- es de $ 240,00.

Por último, desde la devaluación del peso, en promedio, los sueldos de los empleados públicos (nacionales y provinciales) aumentaron un 20%. Si se descuenta la inflación, los estatales perdieron más de una cuarta parte del poder de compra de sus salarios.

En octubre de 2005, el Instituto Nacional de Estadística y Censo (INDEC) informó que una familia tipo (matrimonio y dos hijos), necesitaba $ 371,23 para no ser indigente o $ 801,82 para no ser considerada pobre. En ese mismo mes, el 70% de las personas ocupadas laboralmente percibía menos de $ 800,00, por lo que la pobreza alcanzaba al 38,5% de la población, es decir, 14,7 millones de personas.

Precisamente es ese marco el que explica porqué, desde mediados de 2004 a esta parte, la clase asalariada, tanto ocupada como sin empleo, haya protagonizado crecientes luchas para reducir la tasa de explotación.

Los trabajadores de subterráneos de la ciudad de Buenos Aires durante marzo de 2004, retuvieron su prestación laboral durante cuatro días y además, ocuparon las estaciones cabeceras. Ese conflicto se originó por la decisión de la empresa Metrovías[29]de prescindir de 90 trabajadores, y se agravó cuando la Unión Tranviarios Automotor (U.T.A.) firmó, a espaldas de los obreros, un acuerdo con la empresa en el Ministerio de Trabajo que preveía la instalación de máquinas expendedoras y la consolidación de una jornada laboral de 7 horas. Al conocerse el alcance del acuerdo, los empleados se lanzaron a la lucha por varias reivindicaciones: la retractación de los despidos, la restitución de la jornada de 6 horas y la rediscusión acerca de la instalación de las máquinas referidas. Sin perjuicio de la intentona del sindicato por arrogarse la representación de los obreros, ante el enfático rechazo de los manifestantes, la empresa terminó por reconocer a los trabajadores en lucha como parte en las negociaciones.

Como balance del conflicto, los trabajadores alcanzaron un importante éxito, toda vez que los despedidos fueron reincorporados, se restituyó la jornada de 6 horas diarias y se acordó que la instalación de máquinas expendedoras no implicaría la prescindibilidad de los empleados de boleterías.

En noviembre de 2004 los trabajadores de subterráneos se lanzaron a una nueva lucha para alcanzar un aumento salarial. Luego de cuatro meses de conflicto, que incluyó medidas de acción directa de la más variada índole, los 1900 trabajadores del subte consiguieron un nuevo éxito frente a Metrovías. En este marco, conviene resaltar la labor del Cuerpo de Delegados del subte cuya dirección resultó decisiva para conducir a los trabajadores al éxito. En primer lugar, apoyado en el método democrático en las discusiones y toma de decisiones, el aludido cuerpo supo mantener una alta autoridad sindical y moral ante el conjunto de los trabajadores. Tanto la elaboración del pliego de reclamos, la elección y decisión de cada medida de fuerza, como la negociación o la firma de cualquier acuerdo con la patronal o el gobierno, fueron producto de la más amplia discusión en las asambleas de trabajadores y de su votación democrática en las mismas.

El Cuerpo de Delegados manejó las medidas de fuerza con gran habilidad. Cuando la empresa acusó a los trabajadores de percibir sueldos altísimos, los dirigentes obreros, además de demostrar lo falso de dicha afirmación, contraatacaron demostrando que los máximos directivos de la empresa percibían haberes de $ 20000,00 hasta $ 40000,00 al mes. Cuando la empresa se quejaba diciendo que no tenía recursos para afrontar las demandas salariales, el cuerpo de delegados demostró con datos, cifras y argumentos todo lo contrario, invitando a la empresa a que hiciera públicos sus libros de contabilidad para que demostrara ante la sociedad sus afirmaciones.

Ante las inevitables molestias causadas a los usuarios al verse impedidos de usar un medio de transporte tan esencial para trasladarse por la ciudad de Buenos Aires, molestias que los medios de comunicación en manos de la burguesía se encargaron de exacerbar para enfrentar a trabajadores contra trabajadores, el cuerpo de delegados apeló en todo momento a la comprensión y la solidaridad de clase, a demostrar que era la empresa quien trataba de utilizar como rehenes a trabajadores y usuarios para forzar aumentos de tarifas o de los subsidios estatales, y a que una lucha exitosa en el subte debería estimular al resto de la clase para que siguiera su ejemplo. Además, los trabajadores insistieron en que no solamente luchaban por salarios sino que también exigían mayores inversiones de la empresa para mejorar la seguridad del servicio que enfrentaba deficiencias muy graves en el estado de las vías y del material rodante.

En lugar de quemar las energías de los trabajadores con medidas de fuerza precipitadas, el Cuerpo de Delegados procedió gradualmente, con paros de algunas horas los primeros días. Sólo cuando la lucha alcanzó el momento decisivo fue que se declararon paros escalonados de 24 horas primero y 48 horas después, dejando caer la amenaza de una huelga por tiempo indeterminado. Esta determinación de los trabajadores del subte de ir hasta el final es lo que terminó de convencer a la empresa y al gobierno de que tenían que presentar una oferta razonable para destrabar un conflicto que amenazaba alargarse en el tiempo con el peligro de que se extendiera a otros sectores.

Mientras tanto, las direcciones de la Confederación General del Trabajo (CGT) y la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), mantuvieron un silencio ensordecedor. Por su parte, los dirigentes de la UTA, cuando el resultado del conflicto estaba resuelto, escenificaron un espectáculo vergonzoso con la patronal y la complacencia del gobierno, firmando un acuerdo a espaldas del Cuerpo de Delegados y de los trabajadores del Subte, para intentar atribuirse la responsabilidad del éxito de la lucha. Sin embargo, aquí también el cuerpo de delegados actuó inteligentemente desconociendo el acta y negándose a levantar el paro hasta que el acta en cuestión no fuera informado integralmente a los trabajadores y votado democráticamente en asamblea. La victoria de los trabajadores fue fruto único y exclusivo de ellos mismos y éstos no permitieron que nadie se la apropiara.

Como resultado de la lucha, los trabajadores de subterráneos obtuvieron un aumento salarial del 19% en el salario básico, al que hay que sumar los $ 100,00 otorgados por el gobierno en diciembre de 2004 que se incorporaron al básico con carácter remuneratorio[30]. A esto hay que agregar que la empresa restituyó el adicional por antigüedad, que había sido eliminado al momento de la privatización del servicio, aproximadamente del 1% del salario básico de un conductor ($ 19,20), para todas las categorías laborales. Finalmente, la empresa asumió el compromiso de abonar los haberes por los días caídos por la huelga.

Por su parte, a fines de noviembre de 2004, los trabajadores telefónicos de las empresas Telecom S.A. y Telefónica de Argentina S.A. de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en demanda de un incremento salarial del 25%, comenzaron un plan de lucha que se inició con paros parciales que se convirtieron rápidamente, ante la intransigencia de la patronal, en una huelga general. La falta de avances en las negociaciones llevó a los trabajadores a tomar los centros que controlan las comunicaciones de telefonía, télex, datos, internet y clearing bancario de las dos compañías. Los empresarios presentaron una denuncia penal ante el juez federal Daniel Rafecas, mientras el Estado burgués, a través del Ministerio de Trabajo, intentaba una conciliación. Asimismo, una vez más los medios de comunicación masiva en manos de la burguesía, alertaban a la población acerca de la “inminente posibilidad” de que se produjeran serios trastornos en las comunicaciones telefónicas, actuando como cómplices de la amenaza de represión. Por otro lado, los trabajadores denunciaron que las empresas eran inflexibles frente a la demanda gremial para arrancarle al gobierno un aumento de tarifas. Luego de diez días de conflicto el plenario de delegados de la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos de la República Argentina (FOETRA), aprobó el acuerdo alcanzado con las empresas por el cual se otorgó un aumento salarial del 20%, el reescalafonamiento del personal y el pago de una suma extraordinaria por única vez de $ 500,00.

Durante 2005, fue importante el paro que llevaron adelante los trabajadores de las empresas Ford, Volkswagen y Daimler-Chrysler que las obligó a frenar sus exportaciones. Como dato novedoso que aportó este conflicto, los trabajadores en huelga bloquearon el tránsito en la Ruta Panamericana, a la altura de General Pacheco, Provincia de Buenos Aires. El Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA), reclamó un salario básico de $ 2000,00 que las empresas adujeron no poder pagar. La primera automotriz a la que se le arrancó el aumento fue la General Motors que llevó el básico a $ 1930,00 más el 7,5% por productividad. Finalmente, el 16 de junio de 2005 se alcanzó un acuerdo. Daimler-Chrysler otorgó un aumento salarial del 18% que subirá otro 7% a partir del 1º de enero de 2006. El básico para la categoría testigo quedó en $ 1861,00. Para Ford mientras tanto, el básico se fijó en $ 1801,00, aunque en la práctica representa una remuneración promedio de $ 2500,00, por la antigüedad media de sus trabajadores. Por último, la Volkswagen estableció el básico en $ 1650,00 acordando que se incrementará a $ 1925,00 en enero de 2006.

Una de las protestas gremiales más intensas de 2005, fue la de los enfermeros y demás empleados del Hospital Pediátrico Juan Garrahan de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Sus demandas, como en otros centros hospitalarios de la Capital, el conurbano bonaerense y Córdoba, están centradas en lo salarial. Se proponen alcanzar un básico de $ 1800,00 a partir de un incremento de $ 600,00, e involucra a 600 trabajadores, la mayoría afiliados a la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE). El conflicto estalló en julio de 2005 y por lo menos hasta setiembre de ese año, no se había resuelto.

Lo cierto es que la lucha de los trabajadores del Hospital Garrahan se extendió a prácticamente todo el área vinculado a la salud pública. En ese contexto, en setiembre de 2005, las asociaciones que agrupan a médicos y profesionales de la salud en todo el país realizaron un paro de 24 horas en reclamo de mejoras salariales, mayor presupuesto para el sector y el “fin de la precarización laboral”[31], según informaron fuentes de la Asociación Sindical de Profesionales de la Salud de la Provincia de Buenos Aires (CICOP), una de las organizadoras de la huelga. La medida se llevó a cabo en todos los hospitales nacionales, los 77 centros de salud de la provincia de Buenos Aires, así como aquellos ubicados en las provincias de Salta, Jujuy, Catamarca, Neuquén, Córdoba, La Rioja, Corrientes y Santa Fe. Como consecuencia del paro, se suspendieron todas las actividades programadas, aunque la atención de las urgencias quedó garantizada. Paralelamente, el gobierno a través del ministro de salud, acusó a los huelguistas de “terroristas sanitarios”, de “actuar por razones políticas” y de “extorsión”. Al mismo tiempo, el fiscal federal Guillermo Marijuán denunció a los sindicalistas por abandono de persona, ante una supuesta falta de atención médica de los pacientes[32]. Más allá de la pirotecnia verbal coyuntural, el conflicto desnudó las falencias actuales del sistema sanitario público. En 1991 el 37% de la población carecía de cobertura médica; actualmente esa cifra trepa al 48% lo que significa que casi la mitad de la población depende de la estructura de salud del Estado. Mientras tanto en todo este período, el Estado Nacional transfirió los hospitales a las provincias sin el correspondiente financiamiento y redujo el presupuesto del área durante 2005 en un 7,2% respecto de 2004[33].

La burguesía, a través de la administración peronista de Kirchner, buscó, y sigue buscando, un acuerdo con la burocracia sindical que avale el modelo económico en curso. En ese sentido, el gobierno intenta que el acuerdo social entre las cúpulas de la Unión Industrial Argentina (UIA) y la Confederación General del Trabajo (CGT), no sólo defina el marco para discutir condiciones de trabajo sino, sobre todo, ratifique el actual rumbo económico. El vicepresidente de la UIA Héctor Méndez y el secretario general de la CGT Hugo Moyano coincidieron en que llegarían a un “pronto acuerdo” en la discusión por un aumento de salarios para los trabajadores. Moyano sostuvo que “va a haber un acuerdo rápido” porque “hay muy buena voluntad del sector empresario”. “Vamos a llegar a un acuerdo y va a ser un beneficio para los trabajadores, para los empresarios y para la economía argentina”, dijo[34].

Por otro lado, la clase capitalista impulsa, a través de la UIA, un acuerdo con el gobierno y la CGT que imponga un marco general para subas salariales por productividad, que le oponga un dique de contención a la proliferación de reclamos salariales por sectores en base a la canasta básica. La estrategia burguesa apunta a evitar el desmadre de los reclamos obreros, la negociación de los convenios colectivos sin conflictos laborales y la consolidación del vigente modelo de acumulación.

La burocracia sindical vende-obreros no sólo colaboró con la actual estrategia de dominación arrogándose la representación de los trabajadores argentinos, sino, además, con la campaña de demonización de la protesta social. En ese sentido, la por entonces cosecretaria de la CGT Susana Rueda, sostuvo que había algo extraño en la escalada de conflictos gremiales. La integrante del ex triunvirato cegetista evaluó que esta situación de conflicto no parece responder al verdadero interés de los trabajadores. Asimismo, criticó la decisión de los empleados de subterráneos que durante el mes de abril de 2005 pararon durante media hora las cinco líneas y el Premetro en solidaridad con sus pares del Hospital Garrahan y de la ex aerolínea LAFSA, alertando que “nosotros somos solidarios con el reclamo, pero como trabajadores…¿Podemos estar todos los días parando el país para ser solidarios con otro sector que también está en conflicto?, vamos a estar de paro todos los días”[35]. En sintonía con la CGT el gobierno, a través de su vocero, el ministro del interior Aníbal Fernández, afirmó que el Poder Ejecutivo no actúa por espasmos ni bajo presiones y denunció que existen “contenidos partidarios” en los conflictos que se repiten en los distintos sectores[36].

Finalmente, en octubre de 2005 se realizó una nueva elección parlamentaria que la administración Kirchner consideró un plebiscito de su gestión. El gobierno se apresuró en anunciar el “más alto grado de participación electoral en mucho tiempo” y el otorgamiento por parte de la población de una suerte de cheque en blanco. Sin embargo, haciendo un análisis más exhaustivo de lo sucedido, el 29% de los que estaban en condiciones de votar prefirieron no concurrir. Este porcentaje fue mayor al de la última elección presidencial (22%), al de 1989 (18%) e incluso superior a la elección legislativa de octubre de 2001 (26%) que marcó el preanuncio de la insurrección de diciembre de aquel año. Por otro lado, el 9% de quienes concurrieron al comicio, prefirieron no elegir a ningún candidato. De tal forma, el 35,4% (9.236.117 personas) del padrón se expresó negativamente, superando al oficialismo que obtuvo el 26,1% (6.808.305) del mismo padrón. En síntesis, este nuevo episodio del circo electoral mostró un verdadero salto de calidad en la conciencia de buena parte de la sociedad que, antes e inmediatamente después de realizado el mismo, desarrolló importantes luchas como las que se describieron en este documento.



Perspectivas

Las luchas de los trabajadores argentinos se han desatado en prácticamente todos los sectores de la clase obrera. Trabajadores telefónicos, de prensa, estatales, ferroviarios, del transporte automotor, ceramistas, de la alimentación, frigoríficos, de la pesca, metalúrgicos, metal-mecánicos, docentes, trabajadores universitarios, aeronáuticos y trabajadores de subterráneos, fueron quienes protagonizaron los principales conflictos durante el último tiempo. Durante 2004 se duplicó el número de huelgas de 2003. Y en 2005 el movimiento siguió su curso ascendente.

Resulta destacado que casi todas las luchas tienen un marcado carácter ofensivo, fundamentalmente salarial, y los trabajadores le han arrancado a la burguesía aumentos generalizados de salarios por primera vez desde 1991. Todo esto ha acabado con las “creativas” teorías de los intelectuales pequeño-burgueses que profetizaban la extinción de la clase obrera y sus luchas, y su reemplazo, como sujeto revolucionario, por otras capas de la población.

Cuando se desate la próxima crisis económica, no sólo quedará al desnudo la naturaleza pro-capitalista del gobierno peronista sino la imposibilidad creciente de reducir la tasa de explotación. La única clase social que se encuentra en absoluta armonía con el desarrollo no traumático de las fuerzas productivas es la asalariada. Es por ello que se empieza a poner en la agenda de los trabajadores la necesidad de una herramienta política propia que la clase obrera requiere para alcanzar su emancipación.


[1] Lenin, V.I., El imperialismo, fase superior del capitalismo, Obras Completas, Edit. Progreso, Tº XXVII.

[2] Aumento del volumen de capital en una empresa como producto de la acumulación en la misma de parte de la ganancia (plusvalía) obtenida.

[3] Aumento del volumen de capital en una empresa por efecto de la fusión de varios capitales en uno más voluminoso.

[4] Informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

[5] En Argentina en 1976 la deuda externa rondaba los U$S 10.000 millones. En 1983 se había quintuplicado y, a comienzo del siglo XXI, excede los U$S 170.000 millones.

[6] Lo que Lenin denominara “capital financiero”

[7] Diario Clarín, edición del 07-12-2004

[8] Diario Clarín, edición del 23-03-2005

[9] En el pico de la crisis eran inferiores a U$S 9000 millones y hoy ascienden a U$S 23000 millones

[10] Entre 2001 y 2005 Argentina nunca dejó de pagar ni al FMI ni al Banco Mundial

[11] Diario Clarín, edición del 25-06-2005

[12] Diario Clarín, edición del 12-10-2005

[13] En diciembre de 2001, antes del estallido social y la devaluación del peso, la deuda pública total ascendía a los U$S 144.500 millones

[14] Antes de la devaluación era del 57% del PBI

[15] En 2005 Argentina afronta vencimientos por U$S 13.000 millones estando pautado pagar U$S 5000 millones y el saldo refinanciarlo con el F.M.I.

[16] Transferencias de recursos en millones de dólares en los próximos años: 2005, 13.500; 2006, 14.900; 2007, 13.500; 2008, 9200; 2009, 11.400

[17] Marx, Carlos, La génesis del capital, separata de algunos capítulos de El Capital, Editorial Progreso, Moscú, 1972, pág.32

[18] Los salarios reales en la Argentina se encuentran, en promedio, en un 13% por debajo de diciembre de 2001

[19] La brecha entre el decil con mayores ingresos y el más pobre era de 24,5 veces en mayo de 2003 y en mayo de 2004 se incrementó a 28,94 veces

[20] Si se consideran desocupados a los beneficiarios de los planes de Jefas y Jefes de Hogar el índice de desempleo trepa hasta 15,7%

[21] Personas que han dejado de buscar empleo resignadas a no encontrarlo

[22] En la provincia de San Luis por ejemplo, el desempleo trepa al 26,9% cuando la propaganda oficial sólo reconoce el 3% (comparando la situación en la provincia con Japón)

[23] Trabajo “en negro”

[24] Trabajo “gris”

[25] Diario Clarín, edición del 19-04-2005

[26] Ministerio de Trabajo, “Seminario sobre trayectorias laborales”, setiembre de 2005

[27] Superintendencia de Riesgos del Trabajo

[28] Asignaciones no remunerativas creadas por los Decretos 1274/02, 905/03 y 2005/04

[29] Empresa que explota el servicio de subterráneos en la ciudad de Buenos Aires

[30] Cuando el decreto gubernamental lo otorgó con carácter no remunerativo

[31] Diario Clarín, edición del 15-09-2005

[32] Diario Clarín, edición del 01-04-2005

[33] Estadísticas del Instituto de Formación de la Central de Trabajadores Argentinos

[34] Diario Clarín, edición del 05-03-2005

[35] Diario Clarín, edición del 21-04-2005

[36] Diario Clarín, edición del 20-04-2005